La reconquista de Am¨¦rica
La historia castiga la arrogancia. Estados Unidos justific¨® la invasi¨®n de Irak en la defensa de la democracia, de su liderazgo y de sus intereses, y est¨¢ pagando costos muy altos. Entre ellos la p¨¦rdida de influencia en Am¨¦rica Latina, un continente que flirtea con Ir¨¢n, China y Espa?a, entre otros.
Este verano empez¨® a exhibirse en Estados Unidos una pel¨ªcula documental dirigida por Charles Ferguson (No End in Sight. The American Occupation of Irak). El gui¨®n est¨¢ construido sobre una triple tesis: la invasi¨®n estadounidense de Irak fue un error ¨¦tico, un desastre organizativo y una tragedia humanitaria cometida por los neoconservadores cuya ignorancia y frivolidad queda desnudada en im¨¢genes. En cierto sentido, el filme es una actualizaci¨®n de la "trivialidad del mal", un concepto acu?ado por Hannah Arendt para categorizar la personalidad gris y las motivaciones de un criminal de guerra nazi.
Aunque todav¨ªa no se rueda la pel¨ªcula ni se publica el libro definitivo sobre el impacto de Irak en las relaciones entre Estados Unidos y Am¨¦rica Latina, es posible hacer un diagn¨®stico inicial. Washington se concentr¨® tanto en Irak y en la lucha contra el terrorismo que en Am¨¦rica Latina se desencadenaron procesos que est¨¢n modificando el conocido ciclo de atenci¨®n-indiferencia estadounidense. Es decir, mientras que con excepci¨®n de Cuba las ausencias pasadas de la potencia provocaron cambios menores, en el siglo XXI est¨¢ resultando diferente.
La crudeza de la agresi¨®n neoconservadora a Irak recuerda a los latinoamericanos que en la pol¨ªtica exterior de Estados Unidos sigue vivo un lado oscuro. No ha cambiado su costumbre de invocar principios y doctrinas para justificar la decisi¨®n de tratar de imponerle al mundo su forma de pensar y vivir utilizando, de ser necesario, una violencia unilateral caracterizada por la incorporaci¨®n de los ¨²ltimos gadgets de la tecnolog¨ªa militar. Esa cara siniestra justifica los experimentos de Bolivia, Cuba y Venezuela, que buscan una reducci¨®n en la presencia estadounidense.
Estados Unidos aliena a otros sectores porque el neoconservadurismo se relaciona con la insensibilidad de Washington ante la destrucci¨®n del medio ambiente; el pa¨ªs industrializado m¨¢s responsable del calentamiento global tiene al Gobierno con m¨¢s reticencias a la hora de tomar medidas correctivas. Desde otro punto de vista, tambi¨¦n inquieta la forma tan agresiva y deliberada en que la derecha conservadora mete al pensamiento cient¨ªfico en el lecho de Procusto del fundamentalismo religioso. Am¨¦rica Latina ya no quiere vivir otra vez las consecuencias negativas de la intrusi¨®n eclesi¨¢stica en la pol¨ªtica y el conocimiento.
Si la esencia de la relaci¨®n se est¨¢ modificando tanto es porque el alejamiento de Washington ha coincidido con la llegada o el regreso de actores de ultramar. El m¨¢s novedoso es Ir¨¢n, porque el islam es un cuerpo de pensamiento ajeno a la tradici¨®n latinoamericana; de acuerdo con el censo mexicano de 2000, un pa¨ªs con 100 millones de habitantes s¨®lo ten¨ªa 1,421 musulmanes. Es igualmente anecd¨®tico el asilo pol¨ªtico que busc¨® el sha de Ir¨¢n hace tres d¨¦cadas en Panam¨¢ y M¨¦xico. Lo nuevo es que Ir¨¢n ya tiene presencia en Venezuela y Nicaragua, dos pa¨ªses clave para la geopol¨ªtica de la Cuenca del Caribe.
China es un caso curioso por la metamorfosis de su papel. Hace un siglo llegaron decenas de miles de sus ciudadanos a construir canales o ferrocarriles, a ocupar los trabajos peor pagados y a ser peri¨®dicamente sacrificados en los progroms de la xenofobia latinoamericana. Los chinos llegan ahora como se?ores a conquistar mercados y a firmar contratos que les garantice el suministro de materias primas indispensables. Hablan un espa?ol correcto, aunque con acentos propios de dos etapas de su apertura al mundo. Los chinos de edad madura hablan a la mexicana porque se formaron en El Colegio de M¨¦xico cuando China inici¨®, en los a?os setenta, una nueva etapa en la relaci¨®n con esta regi¨®n. Los m¨¢s j¨®venes llegan con los ceceos y modismos propios de una Espa?a decidida a globalizarse y a convertirse en referente para el mundo.
Me arriesgo a ser reiterativo, pero ?c¨®mo ha cambiado Espa?a en las ¨²ltimas d¨¦cadas! Cuando la visit¨¦ por primera vez, a principios de los a?os setenta, era un pa¨ªs encerrado en s¨ª mismo; ahora est¨¢ lanzado a un reencuentro intelectual y comercial con los pa¨ªses de un continente del cual termin¨® de ser expulsado en 1898 por Estados Unidos. La relaci¨®n crece y se consolida porque Espa?a es el exponente de un modelo europeo atractivo para la regi¨®n.
Estados Unidos es un pa¨ªs que aborrece la derrota, y ahora deber¨¢ digerirla porque se prefigura un escenario parecido a la ¨²ltima etapa de la guerra de Vietnam: ?c¨®mo demonios saldr¨¢n de Irak disimulando el fracaso? ?sa ser¨¢ la herencia neoconservadora m¨¢s pesada para los dem¨®cratas que se preparan para el regreso a la Casa Blanca en 2008. Ellos tambi¨¦n tendr¨¢n que enfrentar la profunda brecha entre su pa¨ªs y Am¨¦rica Latina. Pero es m¨¢s f¨¢cil identificarlo intelectualmente que corregir procesos hist¨®ricos cada vez m¨¢s consolidados.
Am¨¦rica Latina se agita ante la perspectiva de una nueva era en la que se modifican las relaciones con la superpotencia y se establecen nuevas din¨¢micas. Es un momento propicio para que Am¨¦rica Latina redimensione el papel del factor externo en el desarrollo. Es una reconquista de nosotros mismos que nos permita redefinir bajo nuevas bases el papel que podemos jugar en el mundo. Para ello podr¨ªamos contar con la palanca creada por la llegada de nuevos actores y con el vac¨ªo creado por una potencia ocupada en pagar los errores y excesos de una invasi¨®n incorrecta y desastrosa.
Sergio Aguayo Quezada es profesor del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de M¨¦xico.
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