Cosas que hacer en un tiovivo
Ya lo recomienda a gritos el gran Jes¨²s Lizano -poeta mam¨ªfero donde los haya-, cuando manda en sus recitales a pol¨ªticos, jueces, acad¨¦micos, obispos o empresarios a los caballitos. "?A los caballitos!, ?Todos a los caballitos!". Los caballitos como met¨¢fora del planeta que gira, del agua que gira camino del grifo, de la vida que gira y jira y yira, como en un tango. ?No les parecen, tan caballunos versos, escritos exprofeso para estos caballazos de lomo y muy se?or m¨ªo? Corceles bomb¨¢sticos, avasalladores, hom¨¦ricos. Como un monumentazo sovi¨¦tico a la contribuci¨®n del tiovivo en el desarrollo del materialismo dial¨¦ctico. (Eso en el supuesto de que al tremebundo de Stalin le hubiese dado por la filosof¨ªa.) A su lado, el se?or que pasea parece un colegial perdido en un parque de atracciones para gigantes. Apenas una pieza diminuta en un orden de dimensiones colosales. Carne de purga. N¨²mero con muchos ceros en el archivo estatal.
A Torquemada le deb¨ªan poner los columpios, mientras que los Reyes Cat¨®licos prefer¨ªan el autochoque y cierra Espa?a. Pero Santa Teresa era de caballitos
Sin embargo, reflexiono y cambio de parecer. Ladran, luego cabalgamos, m¨¢s tarde ellos vuelven a ladrar, y as¨ª toda la tarde. Los tiovivos, en su eterna circularidad, nos transportan a un lugar imaginario y ut¨®pico llamado Mareo, donde seremos todos liebres en vez de gatos. En Mareo, las leyes de la f¨ªsica newtoniana son papel mojado en colonia. No s¨¦ si les pasaba, a m¨ª me encantaba subirme s¨®lo para marearme. Creo que es la experiencia et¨ªlica m¨¢s precoz que recuerdo. ?Cu¨¢ntas carreras truncadas por el alcohol no comenzaron su deriva en unos caballitos? Gozar sufriendo o sufrir gozando, paradoja propia de una Teresa de Cepeda y Ahumada -de profesi¨®n, santa- que tambi¨¦n le daba vueltas a la idea de montar un potro, ni que fuese de gimnasia. Es curioso pensar qu¨¦ distintas ideas provocan distintos artefactos. Yo dir¨ªa que Juan de la Cruz era m¨¢s de tobog¨¢n, a Torquemada lo que le deb¨ªan poner eran los columpios, mientras que los Reyes Cat¨®licos prefer¨ªan el autochoque y cierra Espa?a. Pero Teresa, Teresita era de caballitos, se le ve¨ªa en la cara.
Rectifico, ahora me parecen una estampida en cinemascope. "?A galopar, a galopar, hasta a la chica rescatar!". Cabalgada de pel¨ªcula de s¨¢bado veraniego, cuando el gracioso de turno soltaba en la sala oscura: "?A los indios, que vienen los caballos!". Toque de carga, s¨¦ptimo de caballer¨ªa, y todos los ni?os puestos en pie, saltando, nerviosos, escupiendo c¨¢scaras de pipa. Como si no supi¨¦ramos de sobra que los jinetes con sombrero se cepillan siempre a los indios con pluma. Ya en aquella ¨¦poca intu¨ªamos que algo extra?o pasaba con la pluma. Y ah¨ª tienen a muchos, todav¨ªa investigando.
En cambio, para la matem¨¢tica todo es m¨¢s f¨¢cil. Hay ocho caballos, o sea, el doble que los del Apocalipsis, que eran cuatro: Melchor, Gaspar y Jovellanos. Cinco ¨¢rboles de especie y complexi¨®n indefinida, tantos como lobitos tiene la loba. Y un solo transe¨²nte, que hace lo que todos los transe¨²ntes en las instant¨¢neas: caminar de perfil, de un extremo al otro de la fotograf¨ªa. De lo cual se deduce, tras m¨²ltiples ecuaciones trigonom¨¦tricas (que no son "medida en metros para mesurar trigales"), que el se?or pasea por la calle, ajeno a la carga furiosa que se sucede junto a ¨¦l, pues va pensando en lo que va a decirle a la inspectora de Hacienda, caballuna, caballuna.
Podemos ir m¨¢s lejos. Quiz¨¢ el transe¨²nte es un impostor. En realidad, bajo su disfraz de inocente paseante se esconde un rey mago -de cuando los reyes, por no ser, no eran ni campechanos-, que ha hechizado a estos pobres jamelgos y les ha convertido en un grupo escult¨®rico, en pleno barrio de la Trinidad de Barcelona, arm¨¢ndose la Sant¨ªsima. Padre, hijo y un se?or que sali¨® en la foto porque pasaba por all¨ª. Moraleja: que un caballo regalado no te mire los dientes.
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