Violencia extrema en Iwo Jima

El d¨ªa en que Shozo Nishina se calz¨® las botas del teniente general Tadamichi Kuribayashi, no imaginaba que aquel hombre "de fuerte presencia y poco hablador", a quien hab¨ªa sido encomendada la defensa de Iwo Jima, morir¨ªa como un samur¨¢i pocos meses despu¨¦s -y con ¨¦l la pr¨¢ctica totalidad de sus 22.000 soldados-, en la m¨¢s encarnizada batalla librada entre Estados Unidos y Jap¨®n durante la II Guerra Mundial.

En las horas previas a la invasi¨®n, aviones y nav¨ªos hab¨ªan vomitado toneladas de proyectiles

Los restos de 12.000 soldados japoneses siguen todav¨ªa bajo el suelo sulfuroso de la isla

Uno de los pilotos encargados de las misiones era un joven llamado George Bush

Cuando Kuribayasi aterriz¨® all¨ª sab¨ªa que la isla acabar¨ªa cayendo y que sus hombres morir¨ªan

Tampoco sab¨ªa Nishina, entonces de 14 a?os, que cuando d¨ªas m¨¢s tarde, el 14 de junio de 1944, fue evacuado de la isla del Pac¨ªfico en barco, estaba dejando para siempre el suelo en el que naci¨®, y que nunca volver¨ªa a vivir en ese pedazo de tierra volc¨¢nica, ba?ado por un mar azul intenso, que sus 1.164 habitantes llamaban Iwo To.

La batalla que abri¨® las puertas a la invasi¨®n de Jap¨®n, y que ha sido recuperada en sendas pel¨ªculas por el director estadounidense Clint Eastwood -Cartas desde Iwo Jima y Banderas de nuestros padres-, ha pasado a la historia no s¨®lo como una de las m¨¢s cruentas del conflicto mundial, sino como el escenario de una de las m¨¢s famosas fotograf¨ªas b¨¦licas jam¨¢s realizada: la de los seis soldados norteamericanos izando la bandera de las bandas y las estrellas sobre el monte Suribachi.

El adolescente se prob¨® las botas de Kuribayashi, fascinado por aquel militar "muy alto para ser japon¨¦s, que llevaba un sable que le hab¨ªa regalado el emperador ". "Mi familia regentaba el ¨²nico albergue de la isla, y Kuribayashi y Fujita [su ayudante de campo] se alojaban en ¨¦l. Le prepar¨¢bamos la comida y el ba?o, pero las botas se las limpiaban dos de sus soldados", cuenta Nishina, hoy con 77 a?os, pelo y bigote n¨ªveos, mientras ense?a el libro de registros del hostal.

Sobre las hojas amarillentas por el paso del tiempo figuran los nombres de los dos c¨¦lebres hu¨¦spedes escritos con tinta negra. Fecha: 8 de junio de 1944, el d¨ªa de su llegada a la isla. Y contin¨²a: "Un d¨ªa me pidi¨® que le mostrara cu¨¢l era el mejor lugar para ver aterrizar los aviones. Cada ma?ana, tras el desayuno, un coche ven¨ªa a recogerlo. Imagin¨¢bamos que iba a inspeccionar los preparativos para la lucha".

Sentado junto a un gran ventanal, en un hotel de Oiso -un delicioso pueblo costero 70 kil¨®metros al suroeste de Tokio-, este antiguo residente de Iwo To flota en los recuerdos. Al otro lado del cristal hace un d¨ªa espl¨¦ndido. El cielo turquesa, el aire limpio. Decenas de ni?os retozan en las piscinas. Se respira un aire de balneario. Detr¨¢s, el mar, y la calma.

Iwo Jima, 20 de febrero de 1945, d¨ªa siguiente al desembarco estadounidense. "Por todas partes, al amanecer, yacen los muertos, resultado de la mayor de las violencias posibles. En ning¨²n lugar del Pac¨ªfico he visto cuerpos tan destrozados. Muchos est¨¢n seccionados por la mitad. Brazos y piernas, a 15 metros del torso m¨¢s cercano". Con estas palabras, describi¨® Robert Sherrod, un curtido corresponsal de guerra de la revista Time, lo que vio desde su hoyo en la arena, al llegar la luz tras la primera noche de infierno pasada en Iwo Jima.

Durante las horas previas a la invasi¨®n, aviones y nav¨ªos hab¨ªan vomitado miles de toneladas de proyectiles sobre la isla. Pero la estrategia de Kuribayashi de renunciar a una defensa frontal de las playas, y, a cambio, lanzar un ataque masivo desde los b¨²nkeres y las cuevas en las que estaban ocultos sus soldados, una vez que la arena estaba repleta de marines, tuvo un efecto devastador. Fue el prefacio de lo que seguir¨ªa durante los 36 d¨ªas de lucha encarnizada que cost¨® arrancarle el territorio de 20 kil¨®metros cuadrados. Para ello, fueron necesarios una flota de 800 buques y lanchas de asalto, y el desembarco de 70.000 soldados, de una fuerza total de 100.000.

Los servicios de inteligencia estadounidenses hab¨ªan vaticinado que Iwo Jima (isla del Azufre), situada 1.200 kil¨®metros al sur de Tokio, en el archipi¨¦lago de las islas Volcanes, caer¨ªa en cinco d¨ªas. Pero no contaron con que Kuribayashi hab¨ªa organizado la defensa desde el interior de una extraordinaria red de 26 kil¨®metros de t¨²neles, y que sus hombres ten¨ªan orden de matar a 10 enemigos antes de morir, y de luchar -y as¨ª lo har¨ªan- hasta el final. El balance de la contienda fue terrible: alrededor de 21.000 muertos del lado japon¨¦s, y 6.825 muertos y m¨¢s de 19.000 heridos del lado norteamericano.

Las playas de arena negra de Iwo Jima quedaron te?idas de rojo y, a¨²n hoy, la isla es una gigantesca tumba. Los restos de 12.000 soldados japoneses siguen bajo su suelo sulfuroso, o en el interior de las cuevas y los t¨²neles, que fueron bombardeados, flameados con lanzallamas o dinamitados por los marines, sepultando vivo al enemigo en muchas ocasiones. Los cad¨¢veres americanos, enterrados inicialmente en fosas comunes, fueron exhumados posteriormente y repatriados. Unos 250 cuerpos nunca fueron encontrados.

La invasi¨®n de Iwo Jima hab¨ªa sido calificada de suma importancia por la Junta de Estado Mayor estadounidense. Por un lado, porque el territorio permit¨ªa a los japoneses avistar los bombarderos americanos en su ruta desde las islas Marianas hacia Jap¨®n y emitir un aviso con dos horas de antelaci¨®n a su llegada; por otro, porque, gracias a su terreno llano, su captura facilitar¨ªa una base para aterrizajes de emergencia para los B-29 que volv¨ªan da?ados o escasos de combustible de sus misiones sobre las grandes ciudades japonesas.

Para Tokio, se trataba de defender el suelo nacional y retrasar todo lo posible la llegada del enemigo para preparar su defensa. Porque si Iwo ca¨ªa, caer¨ªa Jap¨®n.

?sta fue la misi¨®n imposible que le fue asignada a Kuribayashi, un hombre culto que conoc¨ªa el poder¨ªo industrial de Estados Unidos, donde hab¨ªa trabajado dos a?os como viceagregado militar. A pesar de ello, y de que siempre se opuso a la guerra con Washington, asumi¨® la tarea hasta las ¨²ltimas consecuencias.

Cuando el joven Nishina fue evacuado de Iwo To, como el resto de la poblaci¨®n civil, su barco recal¨® en Chichi Jima, isla 200 kil¨®metros al norte, que forma parte de las llamadas Bonin, en el archipi¨¦lago de Ogasawara. De all¨ª viaj¨® a Tokio y otras ciudades, donde su familia pasar¨ªa el resto de la contienda. Jap¨®n anunci¨® su rendici¨®n el 14 de agosto de 1945, poco despu¨¦s de los bombardeos at¨®micos de Hiroshima y Nagasaki. Del d¨ªa que finaliz¨® la guerra, recuerda: "No estaba contento porque Jap¨®n hab¨ªa sido derrotado, pero sent¨ª un gran alivio. Por fin hab¨ªa acabado todo".

Estados Unidos ocup¨® Iwo Jima hasta 1968, cuando fue devuelta a Tokio. Sus antiguos habitantes nunca fueron autorizados a regresar a vivir, y actualmente s¨®lo hay all¨ª una base militar japonesa, con 352 personas. Estados Unidos utiliza su pista, ocasionalmente, para realizar pr¨¢cticas de aterrizaje nocturno.

Nishina, que tom¨® el apellido materno para evitar su desaparici¨®n, no volvi¨® a pisar la tierra en que naci¨® hasta hace siete a?os. Luego regres¨® en 2002 y 2006. "Fui con la asociaci¨®n de antiguos residentes para buscar restos de los soldados", explica. "La isla hab¨ªa cambiado. Hab¨ªa vegetaci¨®n y flores que antes no exist¨ªan. Me dijeron que los estadounidenses hab¨ªan arrojado semillas desde aviones".

Iwo To, que recuper¨® oficialmente su antiguo nombre el pasado junio -tanto Jima como To significan isla-, no est¨¢ abierta a visitas. Tan s¨®lo suele organizarse un viaje en marzo, con ocasi¨®n del aniversario del fin de la batalla, en el que participan antiguos soldados y sus familiares, tanto japoneses como norteamericanos, para conmemorar a los fallecidos, y algunas misiones para proseguir la b¨²squeda de restos.

Las islas Volcanes fueron descubiertas por el espa?ol Bernardo de la Torre en 1543. Jap¨®n las reclam¨® formalmente en 1891, cuatro a?os despu¨¦s de que llegaran los primeros pescadores y mineros japoneses en busca de azufre.

Los antiguos soldados del Imperio del Sol Naciente prefieren el silencio. Quedan muy pocos vivos, y "la mayor¨ªa est¨¢n ingresados en hospitales, por lo que no podr¨ªan hablar de la guerra ni de nada", asegura por tel¨¦fono Kiyoshi Endo, presidente de la asociaci¨®n de veteranos de Iwo Jima, que impulsa la recuperaci¨®n e identificaci¨®n de los muertos y la devoluci¨®n de las pertenencias que se llevaron los marines estadounidenses de recuerdo, como cascos, cartas, e incluso cr¨¢neos. Endo, de 84 a?os, que particip¨® en la batalla, se niega a hablar mucho m¨¢s.

Pero la historia de Iwo Jima late tambi¨¦n en Chichi Jima, adonde s¨®lo se puede llegar en barco, ya que carece de aeropuerto. El Ogasawara Maru se aparta suavemente del muelle, y se interna en la bah¨ªa de Tokio. A bordo viajan 470 pasajeros, para una capacidad total de 1.043. Navega rumbo al sur. A estribor, desfilan los edificios plateados de la capital. Una gaviota acompa?a al buque como si estuviera suspendida del cielo. La mar est¨¢ rizada.

Al d¨ªa siguiente, tras 25 horas y media de traves¨ªa, el barco llega a Chichi Jima (isla Padre), una sucesi¨®n de monta?as quebradas y bah¨ªas subtropicales donde viven 2.000 personas, gracias al ecoturismo y la pesca. Quienes viajan hasta aqu¨ª -tan s¨®lo hay dos barcos a la semana (en 1877 eran tres al a?o)- llegan para practicar el submarinismo; ver los delfines, ballenas y tortugas que pueblan su mar transparente, o para viajar en el tiempo hasta la II Guerra Mundial, cuando sus estaciones de comunicaciones fueron objetivo de los bombarderos estadounidenses.

Uno de los pilotos encargados de estas misiones fue un joven, entonces de 20 a?os, llamado George Bush. Su avi¨®n fue alcanzado el 2 de septiembre de 1944 por las bater¨ªas japonesas durante el ataque a una estaci¨®n de radio en el monte Asahi. "Tras soltar las bombas, el aparato traz¨® un arco y se precipit¨® al mar all¨ª enfrente", explica -asomado a un mirador- Takashi Savory, uno de los habitantes de Chichi que mejor conoce la historia local. Bush salt¨® en paraca¨ªdas y fue recogido en el agua por el submarino USS Finback, pero los otros dos tripulantes del avi¨®n murieron.

Takashi Savory, de 49 a?os, es descendiente de Nathaniel Savory, originario de Massachusetts, quien en 1830 lider¨® el grupo de una veintena de hombres y mujeres procedentes de Pearl Harbour que pobl¨® por primera vez aquel para¨ªso para fundar una empresa ballenera. Chichi es la mayor de las islas Bonin, que fueron anexionadas formalmente por Jap¨®n en 1876.

George Bush (presidente de Estados Unidos entre 1989 y 1993, y padre del actual mandatario) tuvo suerte aquel d¨ªa. En otros ataques, los aviadores derribados fueron capturados y ajusticiados. "Mi t¨ªo me cont¨® c¨®mo uno fue obligado a cavar su propia tumba y luego fue decapitado", dice Savory. Otros fueron comidos, en parte, en rituales de canibalismo por los que Yoshio Tachibana, el comandante local, fue acusado de cr¨ªmenes de guerra y colgado en la isla de Guam tras la capitulaci¨®n de Jap¨®n.

En varios lugares de Chichi Jima se yerguen a¨²n las paredes macizas de hormig¨®n armado de refugios y centros de comunicaciones, devorados por la vegetaci¨®n. Tambi¨¦n es posible ver los restos del fuselaje de aluminio de un avi¨®n; el casco oxidado de un mercante japon¨¦s, hundido por un torpedo, en una bah¨ªa id¨ªlica, y t¨²neles que atraviesan las colinas, con viejos ca?ones apuntando hacia el mar.

En junio de 2002, Bush regres¨® al lugar de los hechos, en compa?¨ªa de James Bradley, autor del libro Banderas de nuestros padres, en el que est¨¢ basado la pel¨ªcula de Eastwood. Y Savory, funcionario del Gobierno de Ogasawara, le condujo en coche por la isla. El ex presidente dio tambi¨¦n una vuelta en helic¨®ptero, simulando la ruta de su misi¨®n 58 a?os antes. Previamente, hab¨ªa caminado sobre la arena negra de Iwo To y subido a la cima de Suribachi, el cono volc¨¢nico durmiente de 166 metros de altura sobre el que fue plantada la bandera que simboliz¨® la victoria en la batalla de Iwo Jima.

Pero la ense?a no fue levantada al finalizar la lucha el 26 de marzo de 1945, como mucha gente cree, sino el 23 de febrero, al cuarto d¨ªa del desembarco, tras la toma del promontorio, cuando a¨²n quedaba un mes de combates, durante los cuales murieron tres de los seis soldados que figuran en la imagen. Uno de los tres supervivientes fue John Bradley, padre de James. Adem¨¢s, la foto representa la segunda bandera que fue izada ese d¨ªa en Suribachi, ya que la primera fue sustituida porque era demasiado peque?a.

?Seguir¨¢ la gente llamando a la isla Iwo Jima tras el cambio de nombre? "Las pel¨ªculas de Clint Eastwood son justas con ambas partes", afirma Kazuo Morishia, de 58 a?os, alcalde de Ogasawara, de quien depende Iwo To. "Pero los antiguos residentes protestaron porque utilizan el nombre Iwo Jima, y por eso se ha cambiado", explica. Antiguos combatientes como Endo no est¨¢n de acuerdo con la decisi¨®n.

Cuando Kuribayashi aterriz¨® sobre aquel territorio en medio del Pac¨ªfico, en el que la ¨²nica agua posible era la de la lluvia, sab¨ªa dos cosas con total certeza: que la isla acabar¨ªa cayendo, y que ¨¦l y sus hombres morir¨ªan en ella. Pero har¨ªa pagar al enemigo el precio m¨¢s alto posible.

"Era la estrategia japonesa, seg¨²n la cual, pase lo que pase, no puedes abandonar, y tiene que luchar hasta el ¨²ltimo hombre", explica John F. Washington, un ex soldado estadounidense, de 59 a?os, nacido en Chichi Jima, que combati¨® en la guerra de Vietnam. "El enemigo estaba bajo el suelo, as¨ª que la ¨²nica forma de ganar aquella batalla era desembarcar. El alto mando sab¨ªa que iba a costar muchas vidas, pero Estados Unidos necesitaba aquel lugar. El coste fue muy alto. Pero, ?qu¨¦ otra cosa se pod¨ªa hacer?". Algunos militares estadounidenses han puesto en duda, posteriormente, la validez de los argumentos que provocaron la invasi¨®n.

El cuerpo de Kuribayashi nunca fue encontrado. Se cree que pudo morir durante una de las cargas finales, para la que se habr¨ªa quitado los distintivos de su rango, o que se hizo el haraquiri. Ten¨ªa 53 a?os. Aquel descendiente de samur¨¢is, poco hablador, conoc¨ªa su destino. Y as¨ª lo hab¨ªa escrito en una carta a su hijo, Taro: "La vida de tu padre es igual que una vela antes del viento".