No hay peor ciego que el que no quiere o¨ªr
?QU? FELICIDAD, volver a ver a Pasqual en plena forma! Broche de oro del Grec: La famiglia dell'antiquario, de Goldoni. Estren¨® el montaje en la pasada Bienal de Venecia, para conmemorar el nacimiento del autor, y ha arrasado -cuatro llenazos- en el Romea. Tras el inexplicable traspi¨¦s de M¨°bil en el Lliure, vuelve, al fin, el mejor Pasqual, sabio, "concreto", sin inventos, al servicio del autor y los actores, para regalarnos el puro gozo de una puesta en escena atenta a construir y colocar los efectos como pompas de jab¨®n dise?adas con ingenier¨ªa cl¨¢sica. ?Qu¨¦ le hac¨ªa falta a Pasqual? Probablemente, una compa?¨ªa tan conjuntada como ¨¦sta, con mentalidad "de repertorio", integrada por miembros de los estables de G¨¦nova y Venecia, con una energ¨ªa y una pasi¨®n comunes. Tambi¨¦n hay que aplaudirle el riesgo de la elecci¨®n. La famiglia dell'antiquario (1750) no es uno de los t¨ªtulos m¨¢s populares ni m¨¢s redondos de Goldoni. Es un Goldoni todav¨ªa inmaduro, que intenta rescatar los moldes de la comedia del arte, ca¨ªda en la mediocridad y el clich¨¦, para crear, a base de observaci¨®n y realismo, una "comedia de personajes" que refleje los mejores valores de la burgues¨ªa emergente. El experimento le sale largo (tres actos, con cincuenta y tres escenas) y los conflictos de la pieza son un tanto reiterativos, pero hay mucha valent¨ªa en el tono. Rechaza los grandes golpes de teatro para narrar la cotidianeidad: el lento hundimiento de una casta y la emergencia de otra, a trav¨¦s de sucesos peque?os, aparentemente insignificantes. La famiglia dell'antiquario anticipa, en cierto modo, al Ch¨¦jov de El jard¨ªn de los cerezos en la forma y sobre todo en el fondo, porque su asunto b¨¢sico es el retrato de unas gentes que se niegan a aceptar la realidad. El conde Anselmo desatiende familia y hacienda, obsesionado en crear una colecci¨®n de antig¨¹edades que resultar¨¢n m¨¢s falsas que un duro sevillano. El hombre que quiere hacerle ver y o¨ªr es Pantalone, un comerciante veneciano en funciones de raissoneur, cuya hija, Doralice, se ha casado con Giacinto, el hijo del arist¨®crata. Los motores c¨®micos de la pieza son, pues, los sucesivos enga?os que sufre el irresponsable Anselmo a manos de su criado Brighella, ayudado por Arlequin, y la hostilidad, cada vez m¨¢s violenta, entre la caprichosa Doralice, que quiere hacerse con el control de la casa, y su suegra, la condesa Isabella, quien, rodeada de aduladores, vive en una ficci¨®n de eterna juventud. A medida que avanza la comedia advertimos que todos est¨¢n instalados en la ceguera, incluido Pantalone, incapaz de asumir que ha criado a una ni?a mimada y desp¨®tica: Pasqual la define muy bien como "una Paris Hilton del dieciocho". Pantalone es el personaje m¨¢s interesante, porque, a a?os luz de su arquetipo, es el ¨²nico que evoluciona. En el primer acto intenta comprender, aconsejar, hacer entrar en raz¨®n a todo el mundo; en el segundo se hunde en la melancol¨ªa ante la imposibilidad de cambiar a quienes le rodean; en el tercero tira la toalla y se convierte en un dictador amargo. El final de la obra, muy criticado en su d¨ªa, tambi¨¦n es valiente: no hay apa?o posible, no hay peor ciego que el que no quiere o¨ªr. Como dir¨ªa Brassens, quand on est con, on est con. Goldoni quer¨ªa mostrar, dijo en su pr¨®logo, "la constancia femenina en el odio". No dice nada de la insondable estupidez masculina: una misoginia juvenil que corregir¨¢ con los grandes personajes femeninos de La serva amorosa o La locandiera. El espect¨¢culo rebosa ritmo, gracia, vitalidad esc¨¦nica. Pasqual ha llevado a cabo una puesta detallista, cuidad¨ªsima, buscando en todo momento una comunicaci¨®n inteligente con el espectador. Hay una cierta sobreactuaci¨®n en los momentos m¨¢s c¨®micos, pero siempre desde el gui?o c¨®mplice y amable, sin caer en la caricatura. Virgilio Zernitz es un conde alunado y pat¨¦tico, perdido en su man¨ªa, casi un primo hermano del Calogero di Spelta de La grande magia; Gaia Aprea y Anita Bartolucci -Doralice e Isabella- son dos preciosas rid¨ªculas y feroces como no las hubiera so?ado Moli¨¨re ni en su peor pesadilla; y el rey incontestable de la funci¨®n es Eros Pagni, un Pantalone que acaba recordando, en el conmovedor amor por su hija, en su agria desesperaci¨®n ¨²ltima, al mism¨ªsimo Eduardo di Filippo. Enzo Frigerio ha construido un sencillo decorado frontal, con las t¨ªpicas tres puertas de vodevil, que gira sobre s¨ª mismo para dar los seis interiores del palacio. El soberbio vestuario de Franca Squarciapino, la utiler¨ªa, y la m¨²sica cambian tambi¨¦n a cada acto. Pasamos del settecento al siglo XIX, con sombreros de copa y levitas, y luego a los a?os treinta (cigarrillos, gramola, tel¨¦fono), para acabar en la m¨¢s asquerosa actualidad: nada mejor, pues, que montar la escena final como un reality show, con los personajes insult¨¢ndose a gritos y abandonando el plat¨® (perd¨®n, el escenario), mientras Pantal¨®n, definitivo y desp¨®tico maestro de ceremonias, intenta controlar el caos desde el patio de butacas. El juego de Pasqual va m¨¢s all¨¢, creo yo, de resaltar la obvia perdurabilidad de la estulticia y el desentendimiento. M¨¢s bien parece que ha querido plasmar la evoluci¨®n del arte esc¨¦nico en Italia a lo largo de esos 300 a?os con ese invento que permite a la compa?¨ªa (y a s¨ª mismo) regalarnos la panoplia de sus muchos saberes, tratando cada fragmento en una clave interpretativa distinta: comedia del arte y comedia burguesa, costumbrismo m¨¢s o menos sofisticado, hasta la clave de farsa, ¨¢cida y crispada, del tercio final. En definitiva, una mezcla de visita guiada y m¨²ltiple lecci¨®n de gran teatro. Es una l¨¢stima que, por compromisos de gira, La famiglia dell'antiquario no pueda verse en el Festival de Oto?o. Los teatreros con posibles pueden pescarla del 9 al 28 de octubre en el Piccolo de Mil¨¢n y del 13 al 25 de noviembre, en el Teatro della Corte de G¨¦nova.
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