Los islamistas rezan por su victoria
Militantes del Partido de la Justicia y del Desarrollo recorren los barrios en busca del ¨²ltimo voto
Falta poco para las ocho de la tarde cuando los hombres que encabezan el cortejo se esfuman. Es la hora del Icha, la ¨²ltima oraci¨®n del d¨ªa. Los militantes del islamista Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD) interrumpen su labor de propaganda para rezar en la mezquita m¨¢s cercana en Nassim, un barrio de nueva construcci¨®n en Casablanca. Desde hace casi una hora, una comitiva de unos 200 militantes, entre los que abundan mujeres, adolescentes -algunos provistos de patines- y ni?os, recorre las amplias calles semidesiertas entre edificios nov¨ªsimos, muchos de ellos a¨²n no estrenados, y con las ventanas a oscuras porque no disponen de luz el¨¦ctrica.
"Me da igual que las mujeres espa?olas est¨¦n semidesnudas en la playa", dice una islamista
El ambiente fantasmag¨®rico de algunas de esas arterias no merma el entusiasmo de la comitiva. Se dejan los pulmones gritando: "?He aqu¨ª el PJD!". "?Trabajad por la gracia divina con sinceridad!". "?Verdad, justicia y desarrollo". O dan vivas al secretario general de su partido, Saad el Othmani, que se presenta a las elecciones legislativas del viernes por la circunscripci¨®n de Hay Hassani, que incluye el barrio de Nassim.
Los sondeos anuncian que la formaci¨®n islamista ser¨¢ la m¨¢s votada de Marruecos.
Las mujeres llevan el hiyab (pa?uelo isl¨¢mico) que les cubre todo el cabello. Tres se han vestido con el nikab, el atuendo saud¨ª que s¨®lo permite ver los ojos. Los hombres, que encabezan el desfile, se han colocado un delantal blanco en el que aparece dibujado un candil, el s¨ªmbolo del partido islamista. Otros lo llevan en la mano, la mayor¨ªa de cart¨®n, pero algunos lo lucen de cristal y encendido.
El aspecto recatado de las mujeres no les impide trabar conversaci¨®n con extranjeros. Asmaa Debbagh, m¨¦dica de familia que acaba de regresar de sus vacaciones en Torremolinos, recalca el car¨¢cter tolerante de los musulmanes. "Me da igual que las mujeres espa?olas est¨¦n semidesnudas en la playa porque es asunto suyo; yo, no las miro. (...) A ellas s¨ª les importa, a juzgar por las miradas reprobatorias que me echan, que me meta en el agua con gran parte de mi cuerpo tapado", por un ba?ador que se ha hecho a medida para sus vacaciones en familia en la Costa del Sol.
Cada noche, la agrupaci¨®n local del PJD recorre durante dos horas una zona diferente de la circunscripci¨®n, "para que nadie se quede sin recibir nuestro mensaje", se?ala Ammor Najib, ingeniero y n¨²mero dos de la lista de Hay Hassani, una circunscripci¨®n de 300.000 habitantes en la que la mitad est¨¢n inscritos en el censo electoral. En las anteriores elecciones los islamistas sacaron un esca?o, pero ahora esperan obtener dos.
De la comitiva se escapan de vez en cuando algunos militantes, siempre varones, que distribuyen octavillas a los escasos transe¨²ntes y tenderos a¨²n abiertos. Ahmed, un joven de apariencia humilde, cuchichea la palabra fluss al o¨ªdo de Toufic, un cincuent¨®n del PJD. "Me ha pedido pasta a cambio de su voto", comenta Toufic.
"El dinero es nuestro peor enemigo", explica el islamista, "y a los que me lo solicitan les ofrezco la misma contestaci¨®n: 'Los partidos que te lo den se olvidar¨¢n de ti durante cinco a?os, hasta las pr¨®ximas elecciones, pero si nos votas lucharemos contigo durante un lustro para mejorar tu suerte". El joven se ha dado la vuelta al escuchar esta respuesta.
De repente oyen a lo lejos otros esl¨®ganes pol¨ªticos. Toufic y los que le rodean hacen muecas de desprecio. Es un grupo de chavales que camina dando gritos a favor del nacionalista Istiqlal, uno de los partidos hist¨®ricos de Marruecos. "Ya se qued¨® sin afiliados y a esos muertos de hambre les pagan a tanto la hora para que les hagan la campa?a", asegura Toufic. "Preg¨²nteles algo de su programa y ver¨¢ c¨®mo no tienen ni zorra idea".
Ya es de noche. El barrio est¨¢ a¨²n m¨¢s vac¨ªo, pero la comitiva se desga?ita hasta enronquecer porque ha llegado su l¨ªder, Othmani, atrapado en un atasco en la autopista que une Rabat con Casablanca. Sonriente, se coloca de inmediato a la cabeza, agarra un buen pu?ado de octavillas y se dirige a una tienda de ultramarinos a¨²n abierta. Al tendero le suena la cara del pol¨ªtico, que ha visto en televisi¨®n, y le escucha con educaci¨®n. Apoyado en el mostrador, un joven cliente, que viste chilaba blanca y un gorrito del mismo color que ilustran su religiosidad, permanece impasible sin mirar a un Othmani siempre sonriente. "?Y luego nos llaman oscurantistas!", se indigna Toufic. "?Esos s¨ª que son oscurantistas!".
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