Genes y nen¨²fares
Parece que se acaban los a?os de desvar¨ªo posmoderno. En todas partes. Hasta Par¨ªs tiene un l¨ªmite para acoger charlatanes. En la mudanza, no pocos "humanistas" en per¨ªodo de desintoxicaci¨®n, con el mismo arrobo con que se encandilaron con deconstrucciones y otros delirios, vuelven su mirada hacia las ciencias naturales. Bienvenida sea la marea si deposita alg¨²n sedimento de claridad y de cordura.
El reflujo est¨¢ llegando a casi todos. Los ¨²ltimos, los juristas. Por supuesto, andan entusiasmados. Toda una vida buscando un sustituto para Dios en donde afincar los derechos y resulta, qui¨¦n se lo iba a decir, que est¨¢ en el neoc¨®rtex. El primer derecho en acudir a la cita es el previsible, el que mayores problemas ha encontrado a la hora de asegurarse cimientos firmes. "Los principios fundamentales de la propiedad est¨¢n codificados en el cerebro humano", podemos leer en un texto incluido en una reciente recopilaci¨®n de trabajos -algunos, excelentes, todo hay que decirlo- publicados como libro bajo el t¨ªtulo Law and Brain.
Cuando las cosas se miran de cerca, aturde la rotundidad de las conclusiones a la vista de la endeblez de los avales. Nadie sensato niega la importancia de los programas naturalistas de investigaci¨®n. Pero por ahora disponemos m¨¢s de promesas de resultados que de resultados contables. En tales casos, lo prudente, para quienes no estamos en el ajo, es callarnos y esperar que se pongan de acuerdo quienes s¨ª lo est¨¢n. Por el momento, los del ajo est¨¢n discutiendo en bander¨ªas enconadas.
Es normal que sea as¨ª. Porque en este g¨¦nero no resulta sencillo el control de las ideas. Y no por deshonestidad, como pudo suceder con bastantes cantama?anas posmodernos, sino porque la naturaleza del asunto impone estrategias argumentativas con limitado vigor demostrativo. Un par de ellas son bastante comunes. Unas veces se "explica" un comportamiento apelando a sus supuestas ventajas adaptativas en el Pleistoceno, en los contextos en los que ha transcurrido la mayor parte de la biograf¨ªa de la especie humana. Somos unos cotillas, porque preguntar c¨®mo le iba a fulanito era el mejor modo de mantener la cohesi¨®n en grupos numerosos una vez abandonamos los ¨¢rboles y ya no nos cund¨ªa el d¨ªa para andar manoseando a tanta gente. Una historia bonita, pero seguro que al lector se le puede ocurrir otra no menos persuasiva. Otras veces se procede mediante analog¨ªas. Se aduce, por ejemplo, que puesto que hay una estructura de nuestro cerebro especializada en el lenguaje o en el reconocimiento de los rostros, tambi¨¦n debe existir otra que se ocupa en exclusiva de lo que queremos explicar, ayudar a los parientes, reconocer las emociones, evitar el incesto y mil cosas mal. Tales estrategias intelectuales son l¨ªcitas, pero, a qu¨¦ negarlo, no tienen la rotundidad del experimento que relaciona una secuencia del ADN con una enfermedad.
Cierto es que hay resultados que, aunque tampoco conjuran la interpretaci¨®n, son bastante m¨¢s asibles que las alegres especulaciones acerca de las ventajas adaptativas de -y los consiguientes cableados neuronales especializados en- lo que sea. Sobre todo, en neurolog¨ªa. Algunos resultan realmente sorprendentes, y no faltos de implicaciones para el mundo del derecho. Pertrechados con resonancias magn¨¦ticas, que vienen a ser el braile con el que leer la actividad cerebral, cient¨ªficos del Instituto Max Planck han sido capaces de "conocer las intenciones" de los participantes en un experimento... antes de que llevaran a cabo sus acciones. Un resultado que deber¨ªa dar mucho que pensar a los penalistas con fibra filos¨®fica, sobre todo si se combina con otras investigaciones que, con t¨¦cnicas parecidas, muestran que cabe predecir el comportamiento de una persona antes de que ella misma sepa lo que va a hacer.
En todo caso, con la brida puesta, no hay nada inconveniente en las interpretaciones evolutivas. Como digo, es un territorio en donde las conjeturas son peaje inevitable. Lo malo es arrancar de tales provisionalidades para acabar sentenciando acerca de lo que pasa o, todav¨ªa peor, acerca de lo que debe pasar. De lo primero sobran ejemplos. Sin tiempo para la meditaci¨®n, se ha transitado de la imprecisa "la culpa es de la sociedad" a la vacua "la culpa es de los genes". El truco sirve para explicar el terrorismo o, como ha intentado Semir Zeki, por qu¨¦ nos gusta Vermeer y no tanto el cubismo. Tales empe?os vienen a ser como dar cuenta del cambio t¨¦cnico a partir de nuestra querencia por satisfacer necesidades. Intentos de montar un rompecabezas con una gr¨²a. En el mejor de los casos, trivialidades campanudas. Las disposiciones generales, si es que existen, sirven de poco para lo que queremos explicar.
Con todo, el error m¨¢s grave es otro: extraer conclusiones morales de lo que somos. Por supuesto, es importante conocer de qu¨¦ barro estamos amasados. Aunque las razones para defender la igualdad son independientes de si somos o no iguales, pues no se distribuyen los derechos seg¨²n seamos m¨¢s o menos imb¨¦ciles, hermosos o rubios, para dise?ar las instituciones que hagan posible la igualdad es de sumo inter¨¦s saber si priman en nosotros disposiciones ego¨ªstas, que no parece, altruistas, que tampoco, o un modesto y prudencial sentimiento de reciprocidad, que parece que s¨ª. No se organiza del mismo modo el reparto de un pastel si cada uno piensa en los dem¨¢s que si va a la suya. En el primer caso, basta la regla "escoja libremente"; en el segundo funciona mejor la regla "escoge el ¨²ltimo el que corta los trozos". Pero la decisi¨®n acerca de si lo repartimos en trozos iguales s¨ª que es independiente de si somos lobos o corderos.
Pero nunca hay que olvidar lo fundamental, lo de siempre: lo que somos nada nos dice acerca de lo que est¨¢ bien que sea. Que los humanos nazcamos, todos, con un "instinto" no hace bueno al "instinto". La violencia dom¨¦stica no est¨¢ justificada por m¨¢s que ser agresivos o celosos resultara adaptativamente ventajoso. Que existan razones biol¨®gicas para que algunos colores o formas nos atraigan o para que ciertos cuerpos nos embelesen no resuelve "el problema de la belleza". Siempre nos quedar¨¢n por responder las preguntas "eso que queremos, ?est¨¢ bien?"; "eso que nos gusta, ?es hermoso?". Al cabo, somos capaces de reconocer que cosas que hacemos o queremos no nos parecen bien. Sucede hasta con nuestras disposiciones gastron¨®micas. Nuestro gusto por los alimentos dulces, explicable porque, en las condiciones de escasez en las que transcurri¨® la mayor parte de nuestra existencia, los golosos se prove¨ªan con mayor eficacia de calor¨ªas, hoy, en la abundancia, es una inconveniencia y, porque nos parece mal, lo combatimos. Por cierto, que algo parecido podr¨ªa pasar con la anorexia, que tambi¨¦n en su d¨ªa resultase la mar de conveniente.
De todos modos, no hay que entrar en tantas honduras y sutilezas para reparar en que las "explicaciones" biologicistas que nos arrojan cada d¨ªa, aqu¨ª y all¨¢, son nader¨ªas desinformadas. Al leerlas, m¨¢s de una vez he pensado que tienen un trato con los genes y los m¨®dulos cerebrales como el que ten¨ªa Amado Nervo con los nen¨²fares. ?Recuerdan? El poeta se paseaba con Unamuno cerca de un estanque, cuando, arrobado como corresponde a la profesi¨®n, le pregunt¨® al fil¨®sofo: "Maestro, ?sabe usted c¨®mo se llama esa flor que flota sobre las aguas?". A lo que don Miguel respondi¨®: "Nen¨²fares, amigo, nen¨²fares, eso que sale tanto en sus poemas".
F¨¦lix Ovejero Lucas es profesor de ?tica y Econom¨ªa de la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.