"Estoy en silla de ruedas por ser negro"
Var¨®n, 1,80 metros, de raza blanca, con 29 veranos tras sus anchas espaldas embutidas en un polo. Antecedentes por robo con fuerza y atentado contra la autoridad. Su pelo: muy corto, casi rapado y con vistosas patillas que pisan sus mand¨ªbulas. As¨ª se dibuja el perfil de Roberto Alonso de la Varga, acusado de agredir al congole?o Miwa Buene Monake la noche del 10 de febrero en Alcal¨¢ de Henares. Miwa est¨¢ en silla de ruedas desde la paliza. As¨ª, de repente. Seg¨²n ¨¦l, por un solo motivo: "Ser negro".
Un congole?o de 42 a?os se queda tetrapl¨¦jico a consecuencia de la paliza que recibi¨® en Alcal¨¢ de Henares
El presunto agresor sigue libre y la justicia act¨²a con lentitud, denuncia el Movimiento contra la Intolerancia
"Nos han quitado todo de un d¨ªa para otro. ?Y lo peor es que nadie hace nada! ?Ser¨ªa igual si el agredido fuera blanco?"
La instrucci¨®n del caso sigue abierta. Avanza a pasitos muy cortos desde hace siete meses. El presunto agresor, en libertad, declar¨® el pasado martes en el Juzgado de Instrucci¨®n n¨²mero 6 de Alcal¨¢. Entre los folios dispersos sobre la mesa del juez, un informe de la polic¨ªa. Los agentes que recogieron el cuerpo ya insensible de Miwa describieron sus lesiones como "leves". Despu¨¦s, rectificaron. Miwa a¨²n est¨¢ esperando a declarar ante el juez.
La v¨ªctima tiene 42 a?os. Es de piel casi azulada y sus huesos, plegados sobre la silla de ruedas, son largos, escurridizos. Pesa menos de 50 kilos. Lleg¨® a Espa?a en 2000 y tiene dos hijos a¨²n en Kinshasa, de 10 y 12 a?os. Ning¨²n m¨²sculo por debajo de la barbilla le responde. Vive en el Centro Nacional de Parapl¨¦jicos de Toledo.
Roberto Alonso confiesa en su reciente declaraci¨®n que es inocente. Mientras lo dice, dispara la mirada distra¨ªda por el techo del juzgado. Que ¨¦l s¨®lo estaba recogiendo su coche... "Y punto". Pero un testigo le ha reconocido.
Indignado ayer por el relato de Alonso, Miwa necesita que su mujer, Mirella, le oculte los ojos del sol movi¨¦ndole el cuello, como si fuera un mu?eco. Est¨¢n en el jard¨ªn exterior del hospital de Toledo. S¨®lo la boca le responde a los est¨ªmulos del cerebro. Suficiente para decir lo que piensa: "?Somos monos y por eso no tenemos derecho a vivir!". Un diagn¨®stico basado en varias denuncias: nadie del juzgado sabe cu¨¢l es el estado real del congole?o y nadie del Ayuntamiento de Alcal¨¢ ha respondido a sus peticiones de SOS. Ninguna llamada. Eso dicen.
Mirella, bolso cargado de ansiol¨ªticos, se desploma con su gorrita sobre el c¨¦sped. Un ataque de ansiedad. No puede dormir y no puede comer. Adem¨¢s "las pastillas no funcionan". Da vueltas por el suelo llorando. Entre hipido e hipido se le entiende una misma idea repetida: "Nos ha pasado por ser negros, nos han quitado todo de un d¨ªa para otro. ?Y lo peor es que nadie hace nada, ese asesino est¨¢ en la calle!". Ahora se pone de rodillas, levanta la visera de la gorra y pregunta: "?Ser¨ªa igual si el agredido hubiese sido blanco?".
Miwa no tiene muchas ganas de vivir. Casi ninguna. Economista, traductor accidental en Espa?a, dice que est¨¢ solo y que todo es "dif¨ªcil, muy dif¨ªcil". Dej¨® de alimentarse durante buena parte de agosto. "?Para qu¨¦?", argumenta con la poca expresividad a la que le tiene condenada la inmovilidad. No asiste a las clases de rehabilitaci¨®n. "Es dif¨ªcil, dif¨ªcil", repite con el exclusivo acompa?amiento de los tendones, fin¨ªsimos, de la mano derecha. "Y el tiempo pasa", sentencia antes de advertir de que se est¨¢ mareando. Su mujer manipula la silla de ruedas y reclina la parte en la que descansa el cuello de su marido, un peso muerto que cae hacia atr¨¢s sin resistencia.
Miwa a veces ve hombrecillos amenazantes que descienden desde el techo de su habitaci¨®n en el centro de parapl¨¦jicos. Pero la mayor parte del tiempo conserva la lucidez. La suficiente como para sorprender a su auditorio con un an¨¢lisis pesimista sobre la evoluci¨®n del Eur¨ªbor, el ¨ªndice de referencia de la mayor¨ªa de los cr¨¦ditos hipotecarios. "?Para colmo otra subida m¨¢s de los tipos!", interrumpe el torrente de cuestiones sobre su estado . "Se nos va a poner el pr¨¦stamo en m¨¢s de 600 euros", advierte con los ojos muy abiertos. "Piso, coche, electricidad... ?qu¨¦ vamos a hacer?", enumera con alma de contable.
Pero eso no es lo peor. La calculadora de Miwa cruza ese dato con otro a¨²n peor: "A Mirella se le acaba el contrato en octubre y no la van a renovar". Mirella trabaja desde la tarde hasta muy entrada la madrugada en un almac¨¦n apilando cajas. Estudi¨® enfermer¨ªa. Una experiencia que le es muy ¨²til a la hora de atender a Miwa. Pero que compite con algunos inconvenientes. Por ejemplo, que tarda tres horas en trasladarse desde Alcal¨¢ hasta Toledo en el tren. O, por ejemplo, que los d¨ªas de diario duerme durante el d¨ªa y no puede visitarlo. Llega al centro los viernes por la tarde y se queda hasta el domingo por la noche. Despu¨¦s, desvelada, regresa a su piso en una cuarta planta sin ascensor. "Ideal para el estado de Miwa", ironiza.
La pareja quer¨ªa regresar este a?o a la Rep¨²blica del Congo. "Ya no puede ser", sentencian, mientras suplican que al menos se tramite la llegada a Espa?a de la hermana de ¨¦l. El deseo de reunirse con sus hijos, lo descartan como "un imposible".
El Movimiento contra la Intolerancia, a trav¨¦s de su cara m¨¢s visible, Esteban Ibarra, denuncia otras "particularidades del caso". Seg¨²n ellos, la fiscal¨ªa de Madrid a¨²n "no se ha dignado a darse por enterada de la situaci¨®n". Un hecho que ha motivado una dura carta de esta organizaci¨®n, que act¨²a como acusaci¨®n particular, para protestar.
Mientras, Roberto Alonso, hijo de un jardinero, hace su vida. El martes acudi¨® al juzgado a declarar de nuevo: "Yo no vi nada", afirma. Miwa, antes de desmayarse y caer al suelo, s¨ª se acuerda de la cara de Roberto. Es su ¨²ltimo flash. El resto se ha perdido junto a la movilidad sus articulaciones. De la barbilla hasta los dedos de los pies.
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