La estrella negra
La lectura de El tambor de hojalata, de G¨¹nter Grass, tuvo una influencia determinante en la decisi¨®n del escritor norteamericano John Irving de dedicarse a la literatura. El autor de La vida seg¨²n Garp y La cuarta mano analiza la pol¨¦mica surgida tras la publicaci¨®n de las memorias del Nobel alem¨¢n, en las que revel¨® su pertenencia a las SS durante su adolescencia. Irving, amigo y admirador de Grass, encuentra en sus obras anteriores las pistas que se esconden en Pelando la cebolla.
Hablamos sobre todo en ingl¨¦s, salvo alguna frase ocasional y excitada que digo en alem¨¢n
Supon¨ªamos, con soberbia injustificada, que Grass era patrimonio exclusivo de los universitarios
Si mi h¨¦roe (Grass) -mi modelo formal, que hab¨ªa escrito discursos para Willy Brandt en 1969- encontraba que me faltaba fuego, necesitaba avivar la llama
Lo m¨¢s sobrecogedor de esta autobiograf¨ªa es la sinceridad de Grass a prop¨®sito de su falta de sinceridad
Son los cobardes que critican a Grass -incluidos necios como Hitchens- los que deber¨ªan avergonzarse
Cuando estudiaba en la universidad, decid¨ª hacer el pen¨²ltimo a?o en el extranjero, en un pa¨ªs de lengua alemana, porque en 1961 y 1962 hab¨ªa le¨ªdo El tambor de hojalata dos veces. A los 14 y 15 a?os hab¨ªa le¨ªdo dos veces Grandes esper
anzas -Dickens hizo que quisiera ser escritor-, pero fue la lectura de El tambor de hojalata, a los 19 y los 20, la que me mostr¨® c¨®mo hacerlo. Fue G¨¹nter Grass el que me ense?¨® que era posible ser un escritor vivo y escribir con toda la emoci¨®n y el lenguaje desbordado de Dickens. Grass escrib¨ªa con furia, amor, desprecio, sentido de la comedia y de la tragedia... y todo con una conciencia implacable.
En el oto?o de 1963, fui a Viena y me matricul¨¦ en el Instituto de Estudios Europeos para aprender alem¨¢n y literatura alemana; quer¨ªa leer Die Blechtrommel tal como la hab¨ªa escrito Grass, en alem¨¢n. Ten¨ªa 21 a?os. (Nunca aprend¨ª alem¨¢n lo bastante bien como para leer a Grass; todav¨ªa hoy, cuando ¨¦l me escribe en su lengua, yo le contesto en ingl¨¦s. Pero mi estancia como estudiante en Viena fue la ¨¦poca en la que empec¨¦ a verme a m¨ª mismo escribiendo novelas). Hab¨ªa se?alado ciertos fragmentos de Die Blechtrommel y hab¨ªa memorizado su traducci¨®n al ingl¨¦s. Result¨® ser una manera de conocer chicas.
"Polonia est¨¢ perdida, pero no para siempre, todo est¨¢ perdido, pero no para siempre, Polonia no est¨¢ perdida para siempre".
El h¨¦roe de la novela, Oskar Matzerath, se niega a crecer; gracias a que permanece en la infancia, menudo y aparentemente inocente, evita sufrir los sucesos pol¨ªticos del periodo nazi, mientras que otros mueren a su alrededor. Como advierte a Oskar el enano Bebra: "Ten cuidado siempre de sentarte sobre la tribuna, y no estar nunca de pie delante de ella".
Oskar sobrevive a la guerra por ser peque?o, pero no elude la culpabilidad. Lleva a la tumba a su madre; es responsable de la muerte de su t¨ªo (su padre biol¨®gico) y hace que su presunto padre se asfixie con su insignia del partido nazi mientras unos soldados rusos ametrallan al cornudo. Despu¨¦s de la guerra, Oskar vuelve a crecer, en un vag¨®n de mercanc¨ªas. Tiene un talento prodigioso para tocar el tambor y act¨²a en un club llamado El S¨®tano de la cebolla, en el que los clientes pelan cebollas para provocarse el llanto. Pero Oskar Matzerath no necesita cebollas para llorar; se limita a tocar el tambor y acordarse de las v¨ªctimas que ha visto. "Bastaba con unos cuantos toques muy especiales para hacer que Oskar se deshiciera en l¨¢grimas".
El tambor de hojalata fue la no
vela m¨¢s aclamada de la Alemania de posguerra; se declar¨® que la negativa de Oskar simbolizaba el sentimiento de culpa del pa¨ªs. En el pen¨²ltimo p¨¢rrafo de la novela se menciona de pasada "el jugo de la cebolla que causa l¨¢grimas" como una m¨¢s de una larga lista de im¨¢genes memorables: "El muro que hubo que volver a pintar de blanco" y "los polacos en la exaltaci¨®n de la muerte" son dos de las que m¨¢s me gustan.
El propio Grass, en esta primera novela -publicada en Alemania en 1959- parec¨ªa tener mucho que expiar. El tambor de hojalata nos habla todo el tiempo de expiaci¨®n, mientras pasa -a veces en la misma frase- de la narraci¨®n en primera persona a la narraci¨®n en tercera persona sin cesar, una y otra vez. Pero Grass naci¨® en Danzig (hoy Gdansk) en 1927. Ten¨ªa 10 a?os cuando entr¨® en las Jungvolk, una organizaci¨®n que alimentaba a las Juventudes Hitlerianas, y era un soldado de 17 a?os en 1944, cuando los estadounidenses le capturaron. (Todav¨ªa hoy, el ingl¨¦s con acento claramente americano de G¨¹nter es mejor que mi alem¨¢n, y, cuando nos juntamos, hablamos sobre todo en ingl¨¦s, salvo alguna frase ocasional que digo en alem¨¢n).
Grass no era m¨¢s que un ni?o cuando Alemania invadi¨® Polonia. ?De qu¨¦ ten¨ªa que sentirse culpable?, me preguntaba. ?Acaso el sentimiento de culpa de El tambor de hojalata era la llamada responsabilidad colectiva alemana? Cuando era estudiante en Viena le¨ªa sobre esa schuld (culpa) en los peri¨®dicos. Las cosas que sab¨ªa de lo que hab¨ªan vivido los polacos -la muerte de Jan Bronski en el asalto a la Oficina de Correos polaca- las sab¨ªa por El tambor de hojalata. Posteriormente, los habitantes de Gdansk nombraron a Grass ciudadano honorario, ?y por qu¨¦ no? La historia de Oskar Matzerath -incluso su negativa a crecer, en mi opini¨®n- era heroica.
Y un fr¨ªo d¨ªa de invierno en Viena, cuando nadie totalmente en su sano juicio habr¨ªa tenido ganas de desvestirse, me acerqu¨¦ a una academia de bellas artes en la Ringstrasse y ofrec¨ª mis servicios como modelo para las clases de dibujo del natural. "Tengo experiencia, en Estados Unidos", dije; pero en realidad quer¨ªa ser modelo porque Oskar Matzerath es un modelo. Y result¨® ser otra forma de conocer chicas.
En alg¨²n momento de aquel curso acad¨¦mico, 1963-1964, antes de irme de Viena, un amigo me envi¨® desde Estados Unidos la traducci¨®n al ingl¨¦s de la segunda novela de Grass, El gato y el rat¨®n. Esta vez se trataba de una narraci¨®n en primera persona, sin variaciones, pero el narrador permanece en el anonimato durante m¨¢s de diez p¨¢ginas; al personaje principal, Mahlke, se le identifica en la primera frase, pero a lo largo del libro se habla de ¨¦l tanto en tercera como en segunda persona. El escurridizo narrador expresa su sentimiento de culpa sobre lo que le ocurre a Mahlke al principio, cuando un gato se ve atra¨ªdo por su nuez ("el gato salt¨® al cuello de Mahlke; o uno de nosotros agarramos el gato y se lo colocamos a Mahlke en el cuello; o yo... agarr¨¦ el gato y le mostr¨¦ el rat¨®n de Mahlke"). M¨¢s tarde, cuando detienen a un profesor ("seguramente por motivos pol¨ªticos"), el narrador, todav¨ªa an¨®nimo, escribe: "Algunos alumnos fueron interrogados. Conf¨ªo en que no di testimonio en su contra". Y hay m¨¢s cebollas que acompa?an la culpa colectiva: "Tal vez si frotara mi m¨¢quina de escribir con jugo de cebolla, podr¨ªa transmitir un ¨¢pice del olor a cebolla que contaminaba en aquellos a?os toda Alemania... que evitaba que el olor de los cad¨¢veres se apoderase de todo".
?Qu¨¦ pasa con tanta cebolla?, me preguntaba.
?Y a qu¨¦ se refer¨ªa Grass cuando hablaba del silencio? "Desde aquel viernes, s¨¦ lo que es el silencio. El silencio llega cuando las gaviotas se alejan. Nada puede crear m¨¢s silencio que una m¨¢quina dragadora cuando el viento transmite sus ruidos met¨¢licos".
El gato y el rat¨®n parece una
confesi¨®n, pero el delito (si es que lo hay) es un delito de omisi¨®n; no vemos todo lo que le ocurre a Mahlke. S¨®lo sabemos que es otra v¨ªctima de la guerra; sabemos que es uno de los desaparecidos. "Pero no apareciste", concluye la novela. "No te dejaste ver".
Me fui de Viena, con mi joven esposa que estaba embarazada, a finales del verano de 1964. La due?a de mi piso irrumpi¨® en el dormitorio con la persona que iba a comprarme la motocicleta, que hab¨ªa decidido vender para pagar el alquiler. All¨ª estaba la edici¨®n alemana de bolsillo de El tambor, con p¨¢ginas marcadas pero sin leer, sobre la mesilla. La due?a se sorprendi¨® de que me estuviera costando tanto tiempo leer la novela; como no quer¨ªa reconocer mis problemas con el alem¨¢n, le pregunt¨¦ qu¨¦ opinaba de G¨¹nter Grass. Tanto el comprador de la moto como yo ¨¦ramos estudiantes; supon¨ªamos, con soberbia injustificada, que Grass era patrimonio exclusivo de los universitarios. Y tampoco me parec¨ªa que mi casera fuera gran lectora; sin embargo, a?os despu¨¦s, otra persona de su generaci¨®n me iba a sorprender al repetir las mismas palabras con las que ella me contest¨® en aquel momento: "Er ist ein bisschen unh?flich" ("es un poco maleducado").
Fue mi primera pista de que Grass, para el p¨²blico austriaco y alem¨¢n -sobre todo para los que ten¨ªan edad suficiente para recordar la guerra-, era algo m¨¢s que un escritor de fama y respeto internacionales. Para muchos austriacos y alemanes, Grass es un juez implacable y una autoridad moral sin l¨ªmites. Sus novelas eran actos de expiaci¨®n, pero es que adem¨¢s era un duro cr¨ªtico de la Alemania de posguerra, que llamaba a cap¨ªtulo a todo el mundo, no s¨®lo a los pol¨ªticos (y no s¨®lo a los alemanes, como descubrir¨ªa yo m¨¢s tarde).
En 1979, Grass escribi¨®: "No faltan las grandes figuras a lo F¨¹hrer: un predicador fan¨¢tico en Washington y un enfermo ignorante en Mosc¨²". En 1982, tras un viaje a Nicaragua, Grass dijo que se avergonzaba de que Estados Unidos fuera un aliado de su pa¨ªs. ("?Qu¨¦ grado de pobreza debe alcanzar un pa¨ªs para que el Gobierno de Estados Unidos no lo considere una amenaza?"). En uno de los ensayos recogidos en Art¨ªculos y opiniones, dice: "Muchos cristianos, individualmente y en grupo, mostraron el mayor valor al resistir contra el nazismo, pero la cobard¨ªa de las Iglesias cat¨®lica y protestante en Alemania las convirtieron en c¨®mplices t¨¢citas". Y en Partos mentales, sobre el que escrib¨ª en Saturday Review en 1982, Grass segu¨ªa reprendi¨¦ndose a s¨ª mismo: "Fue un error pensar que El gato y el rat¨®n iba a aliviar mis penas de infancia". Culpa y m¨¢s culpa; y m¨¢s expiaci¨®n. ?C¨®mo se castiga este t¨ªo!, pens¨¦.
Tampoco yo escap¨¦ a la desa
- probaci¨®n de Grass. Cuando viv¨ªa en Nueva York, a principios de los ochenta, organic¨¦ una cena con escritores de Alemania Occidental y Alemania Oriental; entre ellos, G¨¹nter. (Ten¨ªan pocas oportunidades de hablar entre s¨ª en su pa¨ªs, entonces dividido). Corri¨® el vino y la velada acab¨® tarde. Cuando Grass se marchaba, me pareci¨® preocupado; me llev¨® a un lado y me dijo que estaba preocupado por m¨ª. Me dijo que yo ya no estaba tan indignado como antes, y me dio las buenas noches. En aquella ¨¦poca, s¨®lo se hab¨ªan traducido al alem¨¢n Garp und Wie Er die Welt Sah y Das Hotel New Hampshire [Hotel New Hampshire]; aqu¨¦lla era su forma de decir que la segunda de estas dos novelas le hab¨ªa decepcionado. Los alemanes del Este se quedaron mucho rato, pero yo pas¨¦ el resto de la noche decidiendo que ten¨ªa que enfadarme m¨¢s y permanecer furioso. Si mi h¨¦roe -mi modelo formal, que hab¨ªa escrito discursos para Willy Brandt en 1969- encontraba que me faltaba fuego, necesitaba avivar la llama.
Hay una fotograf¨ªa en la que aparecemos los dos juntos en Nueva York, de esa ¨¦poca. Estamos en una galer¨ªa de arte en la que se exhib¨ªan dibujos de Grass. Antes de ser novelista, fue escultor y artista gr¨¢fico. Tengo cuatro dibujos suyos en mi casa de Vermont, y en su estudio de Behlendorf (cerca de Hamburgo) hay m¨¢s dibujos que huellas de su trabajo de escritor; s¨®lo una m¨¢quina de escribir y un atril. En la fotograf¨ªa de Nueva York, yo estoy ri¨¦ndome de algo, pero Grass -tambi¨¦n divertido pero sin re¨ªrse, y observ¨¢ndome por encima de su pipa- tiene un gesto ligeramente desaprobador, ya entonces. (Da la impresi¨®n de que deb¨ªa de estar ri¨¦ndome demasiado o demasiado alto). Es dif¨ªcil dejar satisfechos a los mentores.
En otra foto, sacada en diciembre de 1992 en el Centro de Poes¨ªa del YMCA de la calle 92, donde present¨¦ a Grass e hicimos una lectura de La llamada del sapo -¨¦l le¨ªa en alem¨¢n, y yo le segu¨ªa con la traducci¨®n al ingl¨¦s-, estamos vestidos de forma parecida y parecemos del mismo tama?o. Y hay otra foto m¨¢s, tomada en Behlendorf; la sac¨® Ute, la mujer de Grass. Est¨¢n con nosotros mi mujer, Janet, y mi hijo peque?o, Everett, y a G¨¹nter le acompa?an su omnipresente pipa y su perro; al fondo hay una vaca. Era octubre de 1995, poco despu¨¦s de la famosa fotograf¨ªa de portada en Der Spiegel de aquel cr¨ªtico senil y tir¨¢nico pero aplaudido, Marcel Reich-Ranicki, que destroz¨® la novela de Grass Ein Weites Feld. (A algunos periodistas alemanes no les gust¨® que la novela Es cuento largo se comercializara como una novela pol¨ªtica sobre la "reunificaci¨®n" alemana, como se llamaba entonces).
En la Feria del Libro de Francfort de 1990, durante la que aparec¨ª en televisi¨®n con Grass y el poeta ruso Yevgueni Yevtushenko, Grass hab¨ªa criticado la reciente unificaci¨®n (oficial) de las dos Alemanias porque dec¨ªa que, si se hac¨ªa demasiado deprisa, desembocar¨ªa en la explotaci¨®n econ¨®mica del Este a manos de los capitalistas de la parte occidental. El comentario de Grass result¨® especialmente impopular entre muchos j¨®venes que estaban deseando el cambio. Cinco a?os despu¨¦s, Der Spiegel (el equivalente a Time o Newsweek en Alemania) mostraba en su portada el libro de Grass partido en dos. Fue como si la revista hubiera llevado a cabo una quema de libros.
Es importante comprender que el hombre se ha creado enemigos. Veinticinco libros y el Premio Nobel (en 1999) preceden a su autobiograf¨ªa, Pelando la cebolla, que se public¨® en alem¨¢n (Beim Houten der Zwiebel) el verano pasado en medio de la controversia. Aunque los detractores de Grass consideraron aceptable que se hubiera enrolado como voluntario en el cuerpo de submarinos a los 15 a?os, la revelaci¨®n de que le hab¨ªan reclutado para las Waffen SS, la fuerza de combate de las SS, en 1944 -es decir, cuando ten¨ªa 17-, caus¨® conmoci¨®n. Grass pas¨® los ¨²ltimos meses de la guerra integrado en el cuerpo al que posteriormente se conden¨® de manera colectiva por cr¨ªmenes de guerra en los juicios de N¨²remberg.
?Por qu¨¦ hab¨ªa esperado tanto
tiempo para decirlo?, preguntaron los cr¨ªticos (?como si hubiera podido existir alg¨²n momento en el que no se le habr¨ªa criticado!). Un historiador escribi¨® en el Frankfurter Allgemeine Zeitung un art¨ªculo en el que se preguntaba por qu¨¦ hab¨ªa hecho la revelaci¨®n "de forma tan atormentada" (?como si no hubiera suficientes pruebas de lo que "atormentaba" a Grass en todos sus libros anteriores!). Otro art¨ªculo en el Frankfurter Allgemeine especulaba que la ¨²ltima misi¨®n frustrada de la divisi¨®n de Grass, la Frundsbergtank, fue sacar a Hitler de Berl¨ªn ("en otras palabras, Grass podr¨ªa haber liberado a Hitler"). Un columnista en Die Tageszeitung acus¨® a Grass de "calculador": ?no deber¨ªa haber escrito a la Academia Sueca para ofrecer su renuncia por adelantado? ("Nunca se habr¨ªa considerado a un ex miembro de las Waffen SS para este premio"). En el Neue Zurcher Zeitung, un art¨ªculo dec¨ªa a prop¨®sito de Grass: "Finge ser un moralista convencido..." y otras cosas de ese jaez. Tanto el Suddeutsche Zeitung como el Frankfurter Rundschau se quejaron de que hubiera tardado tanto en confesar. Pero los buenos escritores escriben sobre las cosas importantes antes de hablar sobre ellas.
Yo escrib¨ª un art¨ªculo para el Frankfurter Rundschau, en defensa de Grass. Tambi¨¦n escrib¨ª a G¨¹nter. Me lament¨¦ del "previsible e hip¨®crita desmantelamiento" de su vida y su obra en los medios de comunicaci¨®n alemanes, "desde la cobarde ventaja de hablar en retrospectiva". Le dec¨ªa: "T¨² sigues siendo para m¨ª un h¨¦roe, como escritor y como ejemplo moral; tu valor, como escritor y como ciudadano de tu pa¨ªs, es ejemplar, y es un valor realzado, no disminuido, por tu revelaci¨®n m¨¢s reciente".
Volker Schlondorff, que dirigi¨® la versi¨®n cinematogr¨¢fica de El tambor de hojalata, expres¨® compasi¨®n por su amigo en Der Tagesspiegel; tambi¨¦n Salman Rushdie sali¨® en defensa de Grass. Tilman Krause, en Die Welt, escribi¨®: "Admiraremos la honradez a fondo que le hace pelar implacablemente las capas de la cebolla o criticaremos el dato como un fallo del que habr¨ªamos preferido no saber nada, en funci¨®n de los sentimientos que nos inspire el autor, de que le deseemos el bien o no". Y en el Suddeutsche Zeitung, el escritor Ivan Nagel, que es jud¨ªo (y estaba escondido en Hungr¨ªa mientras su contempor¨¢neo Grass serv¨ªa en las Waffen SS), manifestaba su comprensi¨®n por la tardanza del autor en confesar: "Yo, que no ten¨ªa ninguna raz¨®n para sentir verg¨¹enza -al fin y al cabo, fui uno de los perseguidos-, sin embargo, durante 55 a?os fui incapaz de hablar de ello. Entiendo a G¨¹nter Grass, que hasta ahora no ha podido hablar de lo que le avergonzaba y le humillaba. La vida no es una obra de referencia que podamos hojear como nos parece; no es un manuscrito acabado que podemos publicar cuando queramos".
Otra reacci¨®n favorable fue la del autor suizo Adolf Muschg, en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. "La verg¨¹enza del superviviente no es una cosa exclusiva de los alemanes; y, dado que va acompa?ada de ciertos tab¨²es, incluso algunos respetables, creo que puedo comprender por qu¨¦ tiene que pasar medio siglo para que uno pueda hablar con alivio del hecho de haber sobrevivido a la guerra del F¨¹hrer". Y a?ad¨ªa: "El libro es mucho m¨¢s y mucho menos que una confesi¨®n. Tiene mucho que decir".
En mi opini¨®n, la cr¨ªtica m¨¢s desafortunada contra Grass fue la declaraci¨®n de Lech Walesa de que se alegraba de no haberle conocido nunca personalmente, con lo que hab¨ªa evitado tener que darle la mano, cosa que el ex presidente polaco hab¨ªa asegurado que no pensaba hacer. En agosto de 2006, Walesa pidi¨® adem¨¢s a Grass que renunciara a su condici¨®n de hijo honorario de Gdansk, concedida por el homenaje que el autor hab¨ªa rendido a los sufrimientos de Danzig en El tambor de hojalata. Despu¨¦s, Walesa se desdijo de sus declaraciones y las calific¨® de "demasiado apresuradas". Cuando fui a Varsovia, a principios de septiembre del a?o pasado, mi editor polaco me dijo que todos estaban "divididos" sobre la revelaci¨®n de Grass. Y lo que pude ver fue que los numerosos lectores de Grass ya hab¨ªan hecho las paces con ¨¦l, mientras que los que no hab¨ªan le¨ªdo nada suyo, o s¨®lo hab¨ªan le¨ªdo El tambor de hojalata, eran los que exig¨ªan que devolviera su Premio Nobel.
Posteriormente fui a Par¨ªs, ese mismo mes de septiembre. Un periodista franc¨¦s me cont¨® que en los medios de su pa¨ªs hab¨ªa habido m¨¢s exigencias de que devolviera el Nobel Grass que en el caso de Yasir Arafat (Pelando la cebolla no se publicar¨¢ en Francia hasta octubre de este a?o). Mientras que en Alemania, ahora que la gente ha le¨ªdo la autobiograf¨ªa, las cr¨ªticas han cesado, en su mayor¨ªa; la cuesti¨®n es ya lo que los alemanes llaman "kalter Kaffee", "caf¨¦ fr¨ªo".
S¨¦ de algunos alemanes que se niegan a leer Pelando la cebolla, pero no son lectores habituales de Grass, o les ca¨ªa ya mal antes de la revelaci¨®n sobre las Waffen SS, y pol¨ªticamente son sobre todo gente de derechas o de los que dijeron que Grass pertenec¨ªa a la "izquierda no reconstruida" cuando expres¨® sus malos augurios en medio de la alegr¨ªa desbordada de la unificaci¨®n de 1990. Por aquel entonces, yo estaba haciendo una gira de presentaci¨®n de un libro por Alemania, hablando sobre todo con estudiantes universitarios -en Bonn, M¨²nich, Kiel y Stuttgart-, y todos estaban irritados conmigo por mi amistad con Grass. (?Por qu¨¦ le hab¨ªa dado a Owen Meany las mismas iniciales que Oskar Matzerath?, me preguntaban sin cesar. "Es un homenaje", respond¨ªa, pero no quer¨ªan o¨ªrlo).
No conozco a nadie que haya le¨ªdo de verdad Pelando la cebolla y quiera que Grass devuelva su Nobel. Las memorias tienen una calidad digna de sus mejores novelas y una primera frase que explica algo que los lectores quiz¨¢ hab¨ªan podido tomar por truco estil¨ªstico en sus obras anteriores; es lo que pens¨¦ yo. "Hoy, como en a?os pasados, la tentaci¨®n de camuflarse en la tercera persona sigue siendo grande: iba a cumplir 12 a?os, pero todav¨ªa le gustaba sentarse en el regazo de su madre...". Grass afirma desde el principio que "la memoria es como una cebolla". Dice tambi¨¦n: "La breve inscripci¨®n dirigida a m¨ª dice: 'Me mantuve callado". Y a?ade: "Es grande la tentaci¨®n de pasar por alto mi propio silencio". Grass reconoce que, de ni?o y adolescente, se sinti¨® fascinado. "Eran los noticiarios: me dejaba arrastrar por la adornada 'verdad' en blanco y negro que presentaban". La autobiograf¨ªa es una dolorosa confesi¨®n. "Una y otra vez, el autor y el libro me recuerdan qu¨¦ poco comprend¨ªa cuando era joven y qu¨¦ influencia tan limitada puede tener la literatura". Danzig qued¨® reducida a escombros al final de la guerra; los primeros cap¨ªtulos de la obra se centran en "el chico que se fue de la ciudad en una ¨¦poca en la que todos sus torreones y tejados estaban a¨²n intactos".
Grass evoca la violaci¨®n de la viuda Greff a manos de soldados rusos en El tambor de hojalata para contar que su propia madre nunca le dijo d¨®nde ni cu¨¢ntas veces la hab¨ªan violado los rusos. "S¨®lo despu¨¦s de su muerte me enter¨¦ -y de forma indirecta, por mi hermana- de que, para proteger a su hija, se hab¨ªa ofrecido a ellos. Ella nunca me dijo nada". La hermana de Grass se hizo monja y luego comadrona. "La fe de su infancia, perdida ante los actos de violencia cometidos por los soldados al final de la guerra, qued¨® restaurada".
La fe del autor no est¨¢ recupe
rada. Reconoce haber pensado que las Waffen SS eran "una unidad de ¨¦lite". Vuelve a disfrazarse en tercera persona para escribir: "Al chico, que se consideraba un hombre, le preocupaba seguramente m¨¢s la rama en la que servir: si no estaba destinado a los submarinos, que ya casi no aparec¨ªan en las noticias, entonces ser¨ªa un tanquista...". Luego reconoce: "Lo que hab¨ªa aceptado con el est¨²pido orgullo de la juventud quise esconderlo tras la guerra por un sentimiento de verg¨¹enza recurrente. Pero la carga segu¨ªa estando ah¨ª, y nadie pod¨ªa aliviarla". Sobre el diario que Grass perdi¨® en la guerra, s¨®lo dice: "No es algo que pueda olvidarse f¨¢cilmente: muchas veces ha hecho que me sintiera perdido".
Aunque Grass destaca que "nunca apunt¨¦ a trav¨¦s de una mira, nunca toqu¨¦ un gatillo y, por tanto, nunca dispar¨¦ un tiro", el hecho de que cambiara su uniforme de las Waffen SS, con "aquellos ornamentos" (la doble runa) en el cuello, por "una chaqueta corriente de la Wehrmacht" fue obra de un viejo soldado que acogi¨® al joven de 17 a?os bajo su protecci¨®n; el primero de una lista de "¨¢ngeles guardianes" que cuidaron del autor en ciernes. Pero el soldado que le hace cambiar de uniforme pierde las dos piernas, y Grass resulta herido por metralla. "No emit¨ª un solo sonido; me qued¨¦ de pie, con el pantal¨®n empapado de pis, contemplando las entra?as de un chico con el que acababa de estar charlando. La muerte parec¨ªa haber encogido su cara redonda".
Despu¨¦s de la guerra, el aprendiz de artista observa: "Cualquiera que haya visto no s¨®lo cad¨¢veres de uno en uno sino amontonados sabe que cada nuevo d¨ªa es un regalo". Cuando es prisionero de guerra y le ense?an im¨¢genes de Bergen-Besen, Grass se limita a decir: "No pod¨ªa creerlo". Escribe: "Al principio, incredulidad, con el impacto del blanco y negro de las fotograf¨ªas del campo de concentraci¨®n; despu¨¦s, me qued¨¦ sin habla".
Grass confiesa que, cuando los estadounidenses le dejaron en libertad, a los 18 a?os, no sinti¨® ninguna culpa. Se desliza de nuevo en la tercera persona y habla del "estraperlista sin rumbo que llevaba mi nombre". Habla de sus tres ansias: el hambre normal, de comer (en el campo de prisioneros de guerra estuvo a punto de la inanici¨®n), "el deseo de amor carnal" y el ansia de arte ("este deseo de conquistar todo con las im¨¢genes").
Fue mucho m¨¢s tarde cuando le surgi¨® la necesidad de hablar: Grass dio a uno de sus libros el t¨ªtulo de ?ber das Selbstverst?ndliche, y recuerda que en Tel Aviv, en 1967, "ten¨ªa 39 a?os... y fama de revoltoso por mi tendencia a sacar a la luz lo que llevaba demasiado tiempo escondido bajo la alfombra". Las idas y venidas entre ocultaci¨®n y revelaciones hacen que Pelando la cebolla sea un libro fascinante y abrasador. "Yo, el ni?o de la guerra gravemente quemado y, por consiguiente, inexorablemente atento a la contradicci¨®n", dice de s¨ª mismo. "Cualquier cosa con un ligero tufillo a nacionalismo me parec¨ªa repugnante".
Hacia el final del libro, Grass dice sin rodeos: "Practicaba el arte de la evasi¨®n". Lo m¨¢s sobrecogedor de esta autobiograf¨ªa es la sinceridad de Grass a prop¨®sito de su falta de sinceridad. Desde esta frase: "Estaba total y completamente envuelto en mi propia existencia y los consiguientes interrogantes existenciales, y no pod¨ªa importarme menos la pol¨ªtica diaria", hasta esta otra: "Tengo que reconocer que tengo un problema con el tiempo: de muchas cosas que empezaron o terminaron de forma concreta no fui consciente hasta mucho despu¨¦s".
En todo el libro est¨¢n presentes los or¨ªgenes, las verdaderas fuentes de detalles que los lectores recordar¨¢n de las novelas de Grass: la referencia a Oskar Matzerath, que "consigui¨® trabajo como modelo", es especialmente significativa para m¨ª. Est¨¢n tambi¨¦n la aparici¨®n (en un pueblo de Suiza) de "un ni?o de unos 3 a?os... con un tambor de juguete colgado del cuello" -que basta para que cualquier lector de El tambor de hojalata se estremezca- y esta discreta observaci¨®n: "Uno nunca sabe de d¨®nde va a salir un libro".
Lo que hace que estas memorias resuenen con tanta fuerza es la certeza moral, la claridad con la que se hace responsable. Los primeros amores, la primera esposa y todo lo que conduce a la redacci¨®n de su primera novela est¨¢n reflejados aqu¨ª, pero, como siempre, lo que mejor hace Grass es pedirse cuentas a s¨ª mismo. "Por m¨¢s que un autor acabe dependiendo de los personajes que ha creado, ¨¦l es quien tiene que responder de las buenas y malas acciones que cometen".
Aunque esta autobiograf¨ªa termina bruscamente con la publicaci¨®n de El tambor de hojalata en 1959, cuando el joven novelista y su mujer fueron a la Feria del Libro de Francfort y "bailaron hasta la madrugada", no es f¨¢cil que haya una continuaci¨®n. Grass encuentra una forma elocuente de acabar: "A partir de entonces, viv¨ª de p¨¢gina en p¨¢gina y de libro en libro, con un mundo interior rico en personajes. Ahora bien, para contar todo eso, no tengo ni la cebolla ni el deseo".
En agosto del a?o pasado le¨ª
en Spiegel Online las reflexiones de un antiguo miembro de las Waffen SS llamado Edmund Zalewski, que hab¨ªa investigado por su cuenta despu¨¦s de la confesi¨®n de Grass (ninguna de las personas con las que habl¨® Zalewski pod¨ªa recordar a ning¨²n G¨¹nter Grass). Tras la guerra, Zalewski "nunca perdi¨® el contacto" con sus viejos colegas de las SS. Todav¨ªa es el secretario de la Hermandad Frundsberg, un grupo de veteranos cuyos miembros se re¨²nen una vez al a?o en diversos lugares de guerra. "En este momento ya no somos m¨¢s que 60 camaradas", dec¨ªa Zalewski. "Antes era distinto, claro, pero ahora todos tenemos por lo menos 80 a?os".
F¨ªjense: Grass a¨²n se siente culpable por haber sido reclutado para las Waffen SS a los 17 a?os, mientras que otros soldados mayores que ¨¦l de la divisi¨®n Frundsberg de carros de combate organizan reuniones. Y, sin embargo, el m¨¢s sonoro detractor de Grass -Christopher Hitchens, en Slate- dice que es "una especie de bocazas y un fraude, y algo hip¨®crita". Son los cobardes que critican a Grass -incluidos necios como Hitchens- los que deber¨ªan avergonzarse.
Este oto?o, G¨¹nter Grass cumplir¨¢ 80 a?os. Habr¨¢ celebraciones en toda Alemania; ya s¨¦ de una en Gottingen y otra en Lubeck. Yo pienso asistir a la fiesta de Gottingen y quiz¨¢ tambi¨¦n a la de Lubeck.
La dedicatoria de Pelando la cebolla dice: "Allen gewidmet, von denen ich lernte" ( "dedicado a todos aquellos de los que he aprendido"). En mi opini¨®n, todos los escritores que han le¨ªdo verdaderamente a Grass est¨¢n en deuda con ¨¦l. Yo s¨¦ que lo estoy.
? The New York Times Company Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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