Un Dios ciego y sordo
En su anterior novela publicada (No es pa¨ªs para viejos, Mondadori) Cormac McCarthy sorprend¨ªa por la depuraci¨®n a que hab¨ªa sometido a su estilo narrativo y por la brevedad y concisi¨®n del relato; entonces aventuramos que no se trataba de un cambio ocasional sino que auguraba una pr¨®xima traves¨ªa literaria en un barco de gran calado y aqu¨ª lo tenemos. Lo que no ha cambiado en su escritura es su car¨¢cter apocal¨ªptico, siendo como es -y como lo encuadr¨® Harold Bloom- un autor de estirpe melvilliana. La carretera es una historia terrible: un padre camina con su hijo sobre una tierra quemada por una cat¨¢strofe global en direcci¨®n a un sur donde suponen que habr¨¢ unas m¨ªnimas condiciones de vida y, acaso, de convivencia; la novela es el relato impresionante de ese camino.
LA CARRETERA
Cormac McCarthy
Traducci¨®n de Luis Murillo Fort Mondadori. Barcelona, 2007
212 p¨¢ginas. 18,90 euros
La pregunta que subyace es ?por qu¨¦ vivimos? Y otra m¨¢s: ?por qu¨¦ tratamos de sobrevivir como humanos, no como animales?
Si en su obra maestra (Meridia
no de sangre, Mondadori) la amenaza mortal era el Mal, en ¨¦sta (no menos grande) la amenaza es el sinsentido del mundo y, al fondo, la figura de un Dios ciego y sordo que se convierte en la representaci¨®n misma de la Nada, del vac¨ªo al que estamos abocados y que al fin se manifiesta como tal. Padre e hijo recorrer¨¢n un camino en la b¨²squeda desesperada de alguien como ellos porque los escasos supervivientes se han convertido en forajidos salvajes y can¨ªbales. Bajo ese espacio de ceniza y luz muerta s¨®lo hay lugar para el recelo, cualquier figura humana es sospechosa, la ¨²nica preocupaci¨®n es encontrar comida y sobrevivir, nada m¨¢s. Se puede matar por una lata de melocot¨®n, se hacen prisioneros para irlos devorando, un beb¨¦ no tiene posibilidad de vivir, nadie podr¨ªa atenderlo y, as¨ª, es s¨®lo alimento.
La lucha del padre adquiere car¨¢cter de grandeza y empecinamiento a la vez. ?l sabe que su destino ser¨¢ matarse antes que ser hechos prisioneros por cualquiera de los grupos salvajes que pululan sobre la tierra y el chico, poco a poco, lo entiende as¨ª tambi¨¦n. Estamos, pues, ante una situaci¨®n extrema. Pocas veces la literatura ha aceptado moverse en semejante l¨ªmite de principio a fin. La lucha del padre es una mezcla de visceralidad y emocionalidad: cumple su verdad de padre sin apoyo, sin apenas esperanza, en la soledad m¨¢s total; s¨®lo sabe que est¨¢ dispuesto a todo por defender al chico de cualquier amenaza y, al mismo tiempo, sabe que aquello no tiene sentido, que no ser¨¢ la raz¨®n lo que le ayude a mantenerse. Sin embargo, a lo largo de la edad del chico le ha transmitido los valores que ¨¦l aprendi¨® (deducimos que el chico naci¨® tras la cat¨¢strofe y que el tiempo les ha obligado a abandonar su ciudad y caminar en la direcci¨®n en la que estuvo la casa y la infancia del hombre). Y esos valores chocan con la brutal insoportable realidad. El padre ha de defenderse con la misma fiereza con que es o espera ser atacado; el chico, en cambio, que a¨²n no ha alcanzado a asumir el principio de contradicci¨®n, tiende a ser compasivo, aunque a veces pensamos que esa compasi¨®n est¨¢ te?ida de pena por s¨ª mismo, de angustia ante la muerte y la imposibilidad. Estos dos pobres seres unidos por el amor y el miedo son la expresi¨®n de una soledad intolerable.
Lo que subyace permanentemente en el libro es una pregunta tremenda: ?por qu¨¦ vivimos? Y otro paso m¨¢s: ?por qu¨¦ tratamos de sobrevivir como humanos, no como animales? Cuando el padre se ve obligado a cometer una acci¨®n da?ina, aunque se trate de un acto de precauci¨®n o de defensa, el chico siempre pregunta: ?esto lo hacemos porque somos los buenos? Esa esperanza, la de encontrar a alguien como ellos, la de agruparse con "los buenos" a cuyo encuentro se dirigen por pura fe o necesidad de creer en algo, tambi¨¦n los mantiene. En realidad, la pregunta que sostiene al libro es un constante qu¨¦ somos que respira por debajo de la escritura, envuelve la historia, la acompa?a sin descanso.
El libro tiene adem¨¢s car¨¢cter
tr¨¢gico. Lo es porque retoma las preguntas fundamentales de la existencia y lo es porque, al hacerlo, provoca en el lector moderno algo parecido a la clase de conmoci¨®n que procuraba en los antiguos griegos; como en la tragedia cl¨¢sica, el destino ya ha decidido y s¨®lo le queda al espectador el placer piadoso del estremecimiento por la suerte de los mortales como ¨¦l. McCarthy cierra su historia de otro modo, como conviene a nuestra mentalidad, pero la cat¨¢strofe no es menos cruel de lo que fueron los dioses antiguos respecto al destino de los h¨¦roes.
De todo ello es f¨¢cil deducir que nos encontramos ante una obra maestra de la que, pese a su dureza, es imposible apartar la vista. Se trata de un efecto hipn¨®tico, como el de la contemplaci¨®n del mar o el fuego, pero en este caso es un v¨¦rtigo horrorizado que nos impide apartar los ojos y la imaginaci¨®n: es la novela del horror vacui. Contada con una gran depuraci¨®n estil¨ªstica e im¨¢genes las justas, basada sobre todo en acciones repetitivas de supervivencia que no cansan sino que fascinan, con di¨¢logos cortos y tan apurados como la situaci¨®n y una voz narradora impersonal y eficientemente descriptiva, no se sale indemne de su lectura. A su t¨¦rmino, dan ganas de llorar; no de deprimirse sino de llorar, que tambi¨¦n desahoga; pero no todo es muerte y desolaci¨®n. ?ste es un libro valiente, honesto y necesario como pocos y Cormac McCarthy ha vuelto a dar lo mejor de s¨ª mismo.
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