El orden de la fuerza
Cuando el poder pol¨ªtico utiliza las fuerzas del orden para imponer el orden de la fuerza, en lugar de intentar convencer mediante el di¨¢logo, es porque se ha quedado sin argumentos ante posiciones contrarias y, probablemente, sin razones suficientes que avalen sus proyectos. Asistimos entonces, at¨®nitos y desconcertados, al espect¨¢culo m¨¢s triste: la ausencia de libertad para expresar nuestras opiniones, deseos o rechazos, la mordaza, la represi¨®n, la vuelta a los sistemas de la dictadura, la constataci¨®n, una vez m¨¢s, de que algunas cosas no son como se las nombra; en definitiva: de que aqu¨ª no hay democracia, no puede haberla si no es para todos.
Todo eso sucedi¨® la noche del viernes 7 de septiembre de 2007, cuando a un grupo de ciudadanos nos fue limitada la libre circulaci¨®n, fuimos empujados, heridos, aporreados y, finalmente, detenidos.
Se dir¨¢ que todo esto es una exageraci¨®n porque cada una de estas acciones las sufri¨® una sola persona, diferente en cada caso; eso es verdad salvo los empujones, que los sufrimos casi todos; se dir¨¢ que alg¨²n uniformado perdi¨® los nervios ante la tensi¨®n creada (s¨®lo por ellos). Lo cierto es que, de alguna manera, todos recibimos un golpe de porra en la cabeza y todos nos sentimos detenidos, no s¨®lo por un sentimiento solidario, sino por las amargas sensaciones descritas al principio.
Y todo porque, ante las puertas del teatro romano de M¨¦rida, en la celebraci¨®n del Acto Oficial del D¨ªa de Extremadura, est¨¢bamos gritando, como una sola voz, que no queremos refiner¨ªa, que queremos el cielo limpio, las agua puras... S¨®lo por eso.
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