No en mi patio
El dicho ingl¨¦s es not in my backyard, que se puede traducir por "no en el jard¨ªn o en el patio de mi casa". Es una actitud muy frecuente. Claro que tiene que haber prisiones, pero no mi pueblo. Claro que tiene que haber vertederos, o centrales nucleares, pero no en mi t¨¦rmino municipal. Tambi¨¦n de acuerdo en las narcosalas o en las antenas de m¨®viles, pero no en mi barrio. Muy bien que se trasvase el agua, pero que no la tomen de mi r¨ªo.
Tiene l¨®gica, claro. Con la c¨¢rcel, el pueblo se llenar¨¢ de familias de presos que, bueno, es verdad, tienen derecho a visitar a los suyos, pero... mejor que no ocupen los bares de la plaza. El vertedero supondr¨¢ m¨¢s riesgo de contaminaci¨®n y seguramente depreciar¨¢ nuestros terrenos. Los expertos dicen que las antenas no suponen un riesgo, pero... ?estamos seguros? ?No? Pues que las pongan en otro lugar. "?Y qu¨¦ quiere usted que haga con el contenedor de basura? Porque en alg¨²n sitio tendr¨¦ que ponerlo, ?no?". "S¨ª, claro, pero no delante de mi casa, porque se llena de moscas y malos olores".
La solidaridad debe ser gratuita; si no, es una transacci¨®n comercial
La donaci¨®n de sangre viene de antiguo y todos (o al menos muchos) hemos dado de la que, por lo que parece, nos sobra. Al acabar, nos suelen dar un refresco o un bocata,... Est¨¢ comprobado que, si pagan por ella, las donaciones bajan. Quiz¨¢s ofrezcan m¨¢s sangre los que m¨¢s necesitan el dinero, pero los dem¨¢s decimos que no. Quiz¨¢ sea por lo mismo por lo que que una se?ora dijo a la madre Teresa de Calcuta, cuando la vio abrazada a un enfermo contagioso: "Yo no har¨ªa esto ni por un mill¨®n de d¨®lares". A lo que contest¨® la madre Teresa: "Yo tampoco". Lo hac¨ªa, claro, por una raz¨®n muy superior.
Tambi¨¦n en las empresas es frecuente que los trabajadores hagan un sacrificio por ayudar a un compa?ero, o a la empresa misma. "Oye, Fulanito no se encuentra bien; ?te importa quedarte un rato para acabar su tarea?". ?Qui¨¦n va a decir que no? Me viene mal, claro, pero cuando comparo la ayuda a Fulanito con la molestia de recoger m¨¢s tarde al ni?o y llegar tarde a casa, no me lo pienso dos veces. Pero si el jefe me dice: "?Puedes quedarte un par de horas y te las pago como horas extras?", entonces aquellos costes se multiplican. Yo no lo hago por dinero. Y si me ofreces dinero... prepara la bolsa, que te va a salir caro. O simplemente te dir¨¦ que no.
La solidaridad debe ser gratuita; si no, es una transacci¨®n comercial. Y los ejemplos que hemos puesto antes sugieren que hay cosas que no se pueden comprar con dinero. ?Un vertedero al lado del pueblo? Diremos que no, porque los costes -no econ¨®micos, sino de salud, de medio ambiente, de tranquilidad, incluso de prestigio ante otros pueblos- ser¨¢n realmente grandes. Y va a ser muy dif¨ªcil colar los argumentos de solidaridad. Porque nos han convencido de que es una cuesti¨®n de dinero, no de bien com¨²n. Si no, que se lo pregunten al pueblo de al lado, ?y c¨®mo se resisti¨® a la c¨¢rcel! O a la variante de la carretera, que quita al pueblo el negocio de los que paraban a tomar un caf¨¦. O la l¨ªnea del tren, que divide los barrios como si estuviesen a kil¨®metros de distancia.
Reconozco que ahora ser¨¢ muy dif¨ªcil dar marcha atr¨¢s. Las resistencias ser¨¢n cada vez mayores; los argumentos, cada vez m¨¢s ego¨ªstas, y las referencias al bien com¨²n ir¨¢n desapareciendo de las discusiones. Quedar¨¢, s¨ª, el inter¨¦s colectivo, el inter¨¦s del pueblo, que es la suma de los intereses de sus habitantes, y nada m¨¢s que eso. Y como mi inter¨¦s es tan bueno como el de los dem¨¢s, sean estos los parientes de los presos, los usuarios de m¨®viles o los generadores de residuos, no estar¨¦ dispuesto a ceder ni un ¨¢pice. A no ser que me paguen bien.
Los economistas arreglamos el problema con c¨¢lculos de lo que llamamos el "coste-beneficio": a cu¨¢nto suben los costes y, por tanto, a cu¨¢nto deben subir los beneficios. El problema es que no disponemos de una buena medida (y no la tendremos nunca). ?Cu¨¢nto cuesta entrar en el supermercado del pueblo y encontrarse con las familias de los de la c¨¢rcel, que han ido a hacer sus compras? Deje volar su imaginaci¨®n y su miedo, y ver¨¢ c¨®mo los costes superan en mucho las mayores ventas del supermercado. Decididamente, no llegaremos a una soluci¨®n f¨¢cil, a no ser que la c¨¢rcel, o las antenas o lo que sea se pueda imponer al pueblo, guste o no. O que se a?adan algunos ceros al lado de los ingresos, en el an¨¢lisis coste-beneficio.
Me parece que, si no queremos acabar chalaneando con la solidaridad -?cu¨¢nto me pagas por poner buena cara a mis vecinos?-, tendremos que preguntarle a la madre Teresa de Calcuta por qu¨¦ se volcaba con los enfermos contagiosos, ya que, por lo que parece, no estaba dispuesta a hacerlo por un mill¨®n de d¨®lares.
es profesor del IESE
Antonio Argando?a
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