Los sue?os rotos que mataron a Marian
La familia del rumano que se quem¨® a lo bonzo en Castell¨®n relata c¨®mo su deseo de prosperar se convirti¨® en un infierno
Fuera hace sol, pero la casa de Marian Mirita est¨¢ helada. S¨®lo una Biblia en rumano y dos monedas de 20 c¨¦ntimos sobre una de las cuatro camas que hay revelan que no est¨¢ abandonada. Hace meses que cortaron la luz y el agua. No hay ropa en el armario ni fotograf¨ªas o recuerdos en las paredes de ninguna de sus dos habitaciones; tampoco hay nada en la peque?a cocina. El ba?o est¨¢ fuera, en un patio medio revestido de hierba y maleza. Esto es Prepeleac, uno de los barrios m¨¢s pobres de Targoviste, una peque?a ciudad de 80.000 habitantes al norte de Bucarest (Rumania). Calles sin asfaltar en las que los taxistas no quieren entrar al caer la tarde.
Elvira, de 76 a?os, no puede parar de llorar. Con cada sollozo, su cuerpo se tambalea y su rostro, arrugado por el paso del tiempo, revela un dolor profundo. Se arregla la pa?oleta con la que cubre su pelo canoso e intenta mantener la compostura. Su hijo Marian, de 44 a?os, sali¨® de Prepeleac para buscar una vida mejor pero ya no volver¨¢. El mi¨¦rcoles muri¨® en Espa?a, tres semanas despu¨¦s de prenderse fuego ante la Subdelegaci¨®n de Gobierno en Castell¨®n. Quer¨ªa volver a casa y estaba desesperado. "Yo no quer¨ªa que se fuese... le avis¨¦ de que no todo all¨ª es oro, pero no me hizo caso", se lamenta Elvira.
Marian e Ionela no consiguieron trabajo en Espa?a y acabaron malviviendo en la calle
Su hijo Dragos, de tres a?os, est¨¢ ahora en el hospital por una neumon¨ªa
Marian dej¨® de estudiar a los 14 a?os para trabajar junto a su padre. Como la mayor¨ªa de los habitantes de Prepeleac, transportaban y vend¨ªan fruta con un carromato de caballos. Su madre y sus cuatro hermanas les ayudaban de vez en cuando. M¨¢s tarde consigui¨® trabajo en una de las f¨¢bricas de maquinaria m¨¢s grandes de la ciudad. La suerte s¨®lo le dur¨® unos a?os. Su padre muri¨® y Marian hered¨® el carro que hab¨ªa sido el sustento de toda la familia. "Es la tradici¨®n", explica Luminita, la hermana mayor de Marian.
Fue en uno de esos viajes por los pueblos para vender frutas cuando Marian conoci¨® a Ionela, su esposa. Los dos ten¨ªan apenas 20 a?os cuando decidieron casarse. Despu¨¦s naci¨® Izabela, que hoy tiene 17 a?os y que se convertir¨ªa en la ni?a de los ojos de su padre. Con el dinero que Marian ganaba con el carromato y los trabajos de costurera que Ionela hac¨ªa aqu¨ª y all¨¢ pudieron construirse una casa en Prepeleac. Dragos, de tres a?os, naci¨® cuando ya no lo esperaban. "Quer¨ªa mucho al ni?o. Deseaba que tuviera una vida mejor, con un piso, con un buen trabajo. Eso le pon¨ªa muy triste", cuenta Violeta, otra de sus hermanas.
Desde que naci¨® su hijo, Marian no pod¨ªa quitarse de la cabeza la idea de salir de Rumania. Los 34 lei (diez euros) que ganaba con el carromato apenas le alcanzaban para mantener a la familia. Con la ayuda que recib¨ªan del Estado para financiar los medicamentos del peque?o, enfermo del coraz¨®n, ten¨ªan lo justo para subsistir. En Rumania el salario medio es de unos 300 euros al mes, seg¨²n datos del propio Gobierno. Sin embargo, un litro de leche cuesta entre 50 c¨¦ntimos y un euro. Esta situaci¨®n hace que muchos rumanos salgan de su pa¨ªs en busca de trabajo. Espa?a, donde viven unos 500.000, es uno de sus destinos preferentes.
Todo el mundo en Prepeleac conoce la historia de Marian. A nadie le extra?a que el fallecido decidiese probar suerte en Espa?a. No era la primera vez que lo intentaban. Poco despu¨¦s de nacer Dragos, Ionela viaj¨® a Italia. Quer¨ªa conseguir trabajo en una f¨¢brica, pero no sali¨® bien. As¨ª, cuando un primo de la mujer y Nicolae, el hermanastro de Marian, les hablaron de Valencia decidieron marcharse. All¨ª, dijeron, hab¨ªa un trabajo como obrero para Marian y un apartamento donde podr¨ªan vivir los cuatro. "Les hab¨ªan prometido mil euros al mes", explica un vecino. Para ellos era el para¨ªso.
Desde entonces s¨®lo ten¨ªan una idea en la cabeza, abandonar Rumania e instalarse en Espa?a. Muchos de sus vecinos hab¨ªan hecho lo mismo antes y les hab¨ªa ido bien. "Nos fuimos para mejorar, no para robar ni prostituirnos. Ahora que mi padre ha muerto no s¨¦ que voy a hacer", se lamenta Izabela. Va de un lado a otro y no para de moverse y fumar. Toda la fuerza de su juventud se ha convertido en odio hacia el mundo desde el d¨ªa que su padre se quem¨®.
Izabela recuerda el d¨ªa en que Marian tom¨® la decisi¨®n de marcharse a Espa?a. Todo fueron alegr¨ªas en casa de los Mirita. Vendieron el carro y las pocas pertenencias que ten¨ªan y compraron cuatro billetes de autob¨²s. Destino: Castell¨®n. All¨ª, en teor¨ªa les esperaba Nicolae, el hermanastro de Marian, con el que muchos le han confundido los ¨²ltimos d¨ªas. "Todo era mentira. No hab¨ªa piso, no hab¨ªa trabajo", cuenta Izabela con la cabeza gacha. Lleva cuatro noches durmiendo en la sala de espera de un hospital. Parece cansada. Desde que volvieron de Espa?a, hace seis d¨ªas, Dragos est¨¢ ingresado por una neumon¨ªa. Su madre, Ionela, no se despega de su lado.
Ella tampoco est¨¢ bien. "No quiero nada, no conf¨ªo en nadie. Me hab¨ªan prometido ayuda y era mentira. Ahora todo se acab¨®", grita. Est¨¢ muy delgada y despeinada. Nerviosa, alterna el llanto con los gritos. No quiere salir de la habitaci¨®n en la que Dragos est¨¢ ingresado junto a otros ocho ni?os, y los m¨¦dicos han tenido que llamar varias veces a la polic¨ªa para que intente calmarla. "Mi marido no ha muerto. Est¨¢ en Espa?a", dice de vez en cuando.
El para¨ªso que buscaban los Mirita se convirti¨® en un infierno. Un mes despu¨¦s de llegar a Castell¨®n, Marian a¨²n no hab¨ªa conseguido trabajo y su hermanastro comenz¨® a exigirles 400 euros para pagar el alquiler. No ten¨ªan dinero y comenzaron a recoger chatarra y a vender refrescos por la playa. "Decidimos marcharnos. No ten¨ªamos 400 euros y no ¨ªbamos a pagar eso por vivir en ese piso, era muy malo", asegura Izabela. As¨ª fue como empezaron a dormir en la calle, a recorrer la ciudad durante todo el d¨ªa tratando de ganar unos euros.
Las ilusiones se hab¨ªan deshecho. El para¨ªso que so?aban se convirti¨® en un infierno y decidieron volver. Marian se sent¨ªa responsable. No ten¨ªan dinero para el viaje as¨ª que comenzaron a peregrinar por las instituciones de Castell¨®n. Pidieron dinero para regresar a Rumania al Gobierno y a varias ONG. No obtuvieron resultado. Necesitaban 400 euros para pagar los billetes de autob¨²s. Harto, Marian se prendi¨® fuego a lo bonzo a las puertas de la subdelegaci¨®n del Gobierno en Castell¨®n delante de su mujer y sus dos hijos. Semanas despu¨¦s mor¨ªa solo en el hospital La Fe de Valencia. El fuego le produjo quemaduras de primer, segundo y tercer grado en el 70% de su cuerpo.
A la familia Mirita ya no le queda nada. Antes de marcharse a Espa?a vendieron todo lo que ten¨ªan y ahora s¨®lo les queda una casa a la que Izabela no quiere volver. Las hermanas y la madre de Marian no entienden porqu¨¦ se marcharon de Espa?a y dejaron s¨®lo al hombre. "Mi madre estaba mal all¨ª, pensaban que iban a matarla. Adem¨¢s, mi hermano est¨¢ enfermo. Si nos quedamos, morimos todos", asegura la chica. No pudieron aguantar y finalmente una asociaci¨®n de mujeres de Valencia les pag¨® el viaje. Un d¨ªa y medio despu¨¦s de su partida Marian falleci¨®.
Ahora s¨®lo quieren recuperar el cuerpo. Aseguran que no tienen dinero para pagar la repatriaci¨®n del cad¨¢ver y tienen miedo de que sea incinerado en Espa?a. "Que nos hagan este ¨²ltimo favor. Ya que a mi padre nadie le ayud¨® en vida, por lo menos que le devuelvan a Rumania", ruega Izabela. Su madre no cesa de repetir que el cuerpo de Marian debe ser enterrado junto al de su padre, donde tiene reservado un sitio. Llora y ni siquiera su hija peque?a, Violeta, logra tranquilizarla: "Mi madre sabe que es muy importante. El cuerpo debe descansar en la tierra. Cuando mi hermano llegue comenzaremos un a?o de luto".
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