Una jornada para el dolor y la melancol¨ªa
En 'Aritm¨¦tica emocional' no hay lugar para la sonrisa o el placer, por peque?o que sea

"A esta pel¨ªcula s¨®lo le corresponde una reflexi¨®n, y es la siguiente: sean cuales sean las tragedias pasadas, y quiz¨¢ por ellas, nadie debe escapar del proceso de la honradez". Naturalmente, si ¨¦sta es la reflexi¨®n que corresponde al filme Aritm¨¦tica emocional, ya est¨¢ todo dicho, aunque no se entienda lo que se quiere decir. En todo caso, tampoco se entiende demasiado bien lo que Paolo Barzman (director) y Jefferson Lewis (guionista) quisieron hacer al adaptar la novela de Matt Cohen, un reencuentro, 40 a?os despu¨¦s, de tres supervivientes del campo de tr¨¢nsito de Drancy (eufemismo utilizado para denominar la antesala de, por ejemplo, Auschwitz) en una granja en las afueras de Quebec. Lo incomprensible no es el argumento, lo inconcebible es que realizador, guionista, productores y un espectacular reparto (Susan Sarandon, Max von Sydow, Gabriel Byrne y Christopher Plummer) se hayan puesto de acuerdo para rodar una pel¨ªcula en el oto?o de 2006 y que el resultado de tanto esfuerzo y talento sea una espesa obra de teatro del siglo XIX.
En Aritm¨¦tica emocional no hay lugar para la sonrisa o el placer, por peque?o que sea. Todo son conversaciones en torno al dolor y el sufrimiento. Han pasado cuatro d¨¦cadas, pero el recuerdo de los a?os de Drancy lo ocupa absolutamente todo. Incluso el hijo y el nieto de la superviviente no hablan de otra cosa en sus escasos parlamentos. S¨®lo el papel de Christopher Plummer se permite una ligera iron¨ªa que, por supuesto, no encuentra m¨¢s eco que el profundo silencio.
Todo es grave, trascendente. Tomar un piscolabis de madrugada en la cocina de la granja se convierte en un ritual imponente. Los discursos morales surgen en cualquier momento y lugar: al darle el pienso a los toros, al preparar una tarta de manzana, al poner la mesa para la cena o al comprar esp¨¢rragos en el supermercado. Tanta intensidad, probablemente, consigue el efecto contrario al deseado pues si, ciertamente, los a?os de ignominia y crueldad del campo de tr¨¢nsito no deben, o no pueden, olvidarse, convertirlos en una permanente obsesi¨®n bordea lo insano y la saturaci¨®n.
El que se rodara en algo menos de cuatro semanas y con un presupuesto modesto explica varias cosas: un decorado ¨²nico y accesible con pocas complicaciones t¨¦cnicas, una trama que se basa fundamentalmente en los di¨¢logos y un elenco de lujo con el que los grandes nombres de la industria quieren demostrar su condici¨®n de actores y actrices por encima del de estrellas. No es infrecuente que quienes perciben cifras multimillonarias en las producciones de los estudios participen en pel¨ªculas independientes por el salario m¨ªnimo sindical, poco m¨¢s de 600 d¨®lares diarios, si consideran que merece la pena para el curr¨ªculum o la propia estima.
Encarnaci¨®n, segundo largometraje de la argentina Anah¨ª Berneri, retrata el punto de inflexi¨®n vital de una actriz de pel¨ªculas de serie B (Silvia P¨¦rez) que a sus 50 a?os de edad a¨²n conserva parte de su siliconado atractivo. Es consciente del comienzo del fin, del derrumbe f¨ªsico, pero no por ello renuncia a transmitir a su quincea?era y rural sobrina una cierta alegr¨ªa de vivir. Pel¨ªcula sencilla, en realidad demasiado simple, parsimoniosa, una especie de apunte melanc¨®lico al natural del inevitable devenir humano.
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