Volver a empezar (?o no?)
Comienza el curso, se suceden las diversas rentr¨¦es (laboral, escolar, pol¨ªtica...) y con ellas se extiende -como un difuso aroma, como un perfume apenas perceptible- la parad¨®jica sensaci¨®n de que regresa lo nuevo, de que se reitera lo inaugural. Hasta el punto de que una de las expresiones que m¨¢s se oyen en estos d¨ªas, cuando los compa?eros se reencuentran en el trabajo o los vecinos coinciden en el ascensor de la finca, es precisamente ese "vuelta a empezar" que parece constituirse en emblema y consigna del momento. Sin embargo, a poco que nos acerquemos a las palabras, alguna duda, y no menor, surge. La primera y m¨¢s b¨¢sica tiene que ver con el significado mismo de lo que se pretende decir. En definitiva, ?a qu¨¦ denominamos empezar? ?A empezar de nuevo? Y eso ?significa completamente de nuevo?
Reiniciar un ordenador y volver a empezar son acciones parecidas, pero no todo es tan simple
Conforme la juventud va quedando atr¨¢s, es m¨¢s dif¨ªcil recuperar la salud originaria
Perm¨ªtanme que intente mostrar el alcance de mis dudas por medio de una comparaci¨®n. Me observaba recientemente Manuel Delgado, conversando en p¨²blico sobre estos asuntos, que la expectativa de empezar de nuevo se parece bastante a la expectativa que tenemos cuando reiniciamos el ordenador. En parte, desde luego, es as¨ª. Hay situaciones que quedan bien iluminadas por medio de esta met¨¢fora. De la misma manera que, cuando tenemos una peque?a dificultad inform¨¢tica que no sabemos c¨®mo resolver, procedemos a reiniciar, en la confianza de que tal operaci¨®n nos permita eliminar aquello -y s¨®lo aquello- que nos molestaba, as¨ª tambi¨¦n en nuestra vida a menudo nos encontramos inmersos en situaciones problem¨¢ticas que admiten un tipo de soluci¨®n perfectamente individualizada. Los lectores m¨¢s perspicaces habr¨¢n adivinado por d¨®nde voy: la met¨¢fora del reinicio no nos pone en cuesti¨®n (si la dificultad que en alg¨²n momento pudo inquietarnos queda resuelta con tan sencillo procedimiento, ello indica que la m¨¢quina reiniciada no ten¨ªa ning¨²n problema serio, es decir, que en lo fundamental estaba bien como estaba).
Pero no todo es siempre tan simple. Tambi¨¦n puede ocurrir que los problemas que nos plantea la computadora no queden solucionados de esa manera. En tales casos, es posible que lo que convenga sea intentar una operaci¨®n algo m¨¢s complicada, que acaso pudiera servirnos para prolongar la met¨¢fora. Porque otra posibilidad a nuestro alcance es la de restaurar el sistema, y hacerlo con una fecha concreta, de manera que nos veamos devueltos a la situaci¨®n en la que est¨¢bamos en un momento determinado. En este caso resolveremos el problema que pudi¨¦ramos haber tenido pero, al mismo tiempo, perderemos el trabajo que hayamos hecho a partir de ese punto. Se dir¨ªa que el paralelo de esta situaci¨®n en la vida humana son todos aquellos casos en los que consideramos que un determinado error, una decisi¨®n equivocada, ha provocado un perjuicio que se ha prolongado a lo largo del tiempo.
Pero todav¨ªa cabe ir m¨¢s all¨¢ con el paralelismo. A muchos nos ha ocurrido que cuando tenemos un problema realmente severo con el ordenador, alguien (presuntamente experto) nos propone formatearlo. Formatear el ordenador implica asumir que hay algo estructural que no est¨¢ bien, algo que va mucho m¨¢s all¨¢ de un problema contingente que se volatilizar¨ªa con un mero reinicio que lo deja todo como est¨¢ o con una restauraci¨®n que echar¨ªa al traste una parte de nuestro trabajo. Buena prueba de la mayor trascendencia de esta tercera operaci¨®n es que, en ocasiones, tras el formateo, el usuario aprovecha para cambiar el sistema operativo (pas¨¢ndose al Windows Vista, cuando no al Linux, etc¨¦tera). Estamos por tanto ante un volver a empezar mucho m¨¢s radical, mucho m¨¢s constituyente, que reconoce la existencia de un problema que, con independencia de su origen, ha terminado por afectar al propio dispositivo, a la propia maquinaria (personal o inform¨¢tica).
Pues bien, reiniciar es como arrepentirse, sin m¨¢s. Simboliza el gesto de quien se esfuerza por hacer como si nada hubiera pasado (de hecho, hay gente que se excusa diciendo "no ha pasado nada"), sin perseguir mayores cuestionamientos. Al restaurar, en cambio, desencadenamos ya una batalla contra el propio devenir. Quien lamenta una decisi¨®n pasada y declara su voluntad de recuperar el tiempo perdido (o similares: vivir la vida, experimentar lo que se ha perdido, etc¨¦tera) est¨¢ reconociendo que aquel error concreto despleg¨® sus consecuencias, a la vez que alimenta la fantas¨ªa de tachar aquel segmento, de darlo por no vivido todo ¨¦l, reemplaz¨¢ndolo por uno nuevo. Formatear, en fin, es correr un riesgo. Un riesgo, por definici¨®n, de signo incierto, porque siempre cabe la posibilidad de que terminemos por detectar que hay algo en nosotros mismos (y no fuera) que explica la mayor parte de los problemas que padecemos. Pero, sobre todo, es posible -la m¨¢s inquietante opci¨®n- que comprobemos que, tras el formateo, nada ha quedado resuelto.
En el fondo, el asunto que todas estas met¨¢foras est¨¢n se?alando sin acabar de nombrar ata?e a uno de los elementos m¨¢s b¨¢sicos, m¨¢s estructurales de la vida humana. Me refiero a la irreversibilidad (que comporta la imposibilidad de volver a punto alguno del pasado). Quiz¨¢ por ello lo m¨¢s clarificador sea finalizar este texto envolviendo las met¨¢foras precedentes en otra, de diferente signo, pero an¨¢logo contenido. Me refiero a la met¨¢fora del propio cuerpo (si tal expresi¨®n no resulta autocontradictoria). Cuando uno es joven y experimenta alg¨²n malestar f¨ªsico, acude al m¨¦dico, el cual -utilizando t¨¦cnicas, m¨¦todos y productos desconocidos para nosotros- consigue dejarnos, al final del tratamiento, en el mismo estado en que nos encontr¨¢bamos antes de entrar en su consulta. O sea que bien pudi¨¦ramos decir que el m¨¦dico nos reinicia. Conforme la juventud va quedando atr¨¢s, cada vez se nos hace m¨¢s dif¨ªcil recuperar la salud originaria. Suelen sucederse los prop¨®sitos de restauraci¨®n, haciendo limpieza de malos h¨¢bitos y otros des¨®rdenes de la conducta, prop¨®sitos que, tras alg¨²n ¨¦xito inicial, dejan paulatinamente de alcanzar sus objetivos. Se desemboca as¨ª en el tercer momento, que podr¨ªa venir representado por esa etapa en la que incluso puede darse el caso de que, tras unos cuantos formateos fallidos, necesitemos sustituir piezas del propio hardware (no quisiera resultar desagradable, pero los hechos son los hechos: se suele empezar por los dientes y se termina por la rodilla o la cadera, cuando no por el coraz¨®n, el ri?¨®n u otro ¨®rgano). Hasta que, al final, una voz autorizada nos espeta, medio en serio medio en broma, lo que hubi¨¦ramos deseado no tener que o¨ªr nunca: "Deber¨ªamos cambiarle todo el cuerpo, pero ahora, de momento, no disponemos de ninguno. Habr¨¢ que esperar". Y nos ponemos tristes, claro. Definitivamente, la realidad habita fuera de las met¨¢foras.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad de Barcelona y director de la revista Barcelona Metr¨®polis.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.