El abrupto debate sobre la Monarqu¨ªa
Lo primero, la incomodidad. Los que tenemos una s¨®lida convicci¨®n republicana y creemos en la necesidad de una consulta popular sobre la cuesti¨®n, ?debemos estar contentos con lo que est¨¢ ocurriendo? Personalmente, no me siento nada feliz de que el debate sobre la Monarqu¨ªa nazca al albur de una portada de humor grueso, un libro hiriente y unos j¨®venes quemando fotos, como si se tratara de una cuesti¨®n estomacal, y no de una reflexi¨®n serena sobre el futuro colectivo. Hemos entrado por la puerta m¨¢s obtusa y, a la vez, la m¨¢s estridente, y en ese estrecho margen estamos construyendo un debate a trompicones, donde se juntan intereses partidistas y leg¨ªtimas aspiraciones, con oscuras intenciones, en un revoltijo que todo lo mezcla: Catalu?a, Espa?a, Monarqu¨ªa, ej¨¦rcito, libertad de expresi¨®n... Y si a ello le a?adimos la mirada cada vez m¨¢s desvergonzada del mundo rosa, que tambi¨¦n atiza a la Monarqu¨ªa por la v¨ªa de sus amores, sus cacer¨ªas y sus contratiempos, la sensaci¨®n de desprop¨®sito crece por momentos. Por supuesto, huelga decir que estoy a favor de la libertad de expresi¨®n y que en todos los casos la pol¨¦mica ha surgido por la coerci¨®n a esa libertad, que se ha hecho desde el ¨¢mbito de la justicia. No me entusiasm¨® la portada de El Jueves por exceso de vulgaridad, pero defiendo el derecho de un humor grueso, que no tiene complejos en descarnar dioses, iglesias y pol¨ªticos, en poder descarnar tambi¨¦n a la Monarqu¨ªa. ?O es que la Monarqu¨ªa es m¨¢s intocable que la Iglesia? Tampoco me entusiasma el papel cuch¨¦ que hoy levanta apolog¨ªas azucaradas y pomposas sobre cualquier miembro de la familia real y al d¨ªa siguiente se r¨ªe en sus barbas. Pero no me molesta que exista, y por molestar, casi me molesta m¨¢s cuando se dedica a la cursiler¨ªa m¨¢s inaguantable. Lo del libro de Luis Herrero me parece m¨¢s inquietante, especialmente en los episodios dedicados a comentarios personales de Adolfo Su¨¢rez, lanzados a bocajarro y sin posibilidad de respuesta. Pero Herrero tiene derecho a hablar de las presiones que el Rey ejerci¨® sobre el tema Armada, por ejemplo, si ello es demostrable. Y desde luego, la idea de ir quemando s¨ªmbolos en la plaza p¨²blica es algo que me molesta especialmente, no en vano la memoria de Europa guarda un p¨¦simo recuerdo de este tipo de actos. Digamos que no es el estilo de protesta que m¨¢s amo. Pero no tengo ninguna duda de la legitimidad del acto. Un joven que quema un s¨ªmbolo con voluntad de protesta pac¨ªfica no es un delincuente ni un violento, aunque sin duda es un inc¨ªvico. Es alguien que ejerce de forma estridente una opini¨®n pol¨ªtica. En este sentido, las acciones de la judicatura contra estos j¨®venes, contra El Jueves e incluso contra fot¨®grafos que no quieren convertirse en delatores son desproporcionadas, severas y dif¨ªciles de justificar en t¨¦rminos democr¨¢ticos. ?Est¨¢n sujetas a ley? Pues entonces son esas leyes las que adolecen de poca salud democr¨¢tica.
El ciudadano Juan Carlos merece respeto. Pero el s¨ªmbolo de la Corona que ostenta tiene que aguantar incluso la falta de respeto de los que no la defienden. As¨ª lo exige la democracia y as¨ª lo exige la libertad.
Sin embargo, la suma de todos estos acontecimientos no parece la mejor manera de entrar en el debate republicano. Si a ello se le a?ade la cuesti¨®n catalana o vasca, el debate se contamina definitivamente. Pero ah¨ª estamos, en medio del hurac¨¢n, sin poder escoger m¨¦todos m¨¢s adecuados, de manera que habr¨¢ que entrar en ¨¦l y no morir en el intento. Algunas cosas. La primera, que no todos los antimon¨¢rquicos son amigos y residentes en el mismo planeta, aunque se encuentren en el mismo epicentro de la pol¨¦mica. Por ejemplo, no tiene nada que ver la posici¨®n de los concejales andaluces que han proclamado con salerosa desinhibici¨®n la III Rep¨²blica, con las soflamas antijuancarlistas que profesa la Iglesia por la boca de su radiofonista estrella. No es lo mismo, que dir¨ªa Alejandro Sanz. No. No es lo mismo ser un independentista catal¨¢n que un nost¨¢lgico del falangismo con aires redentores. Alguien dir¨¢ que los extremos se tocan en el mismo desprecio a la Monarqu¨ªa, pero se equivocar¨¢ de radiograf¨ªa. La amenaza que se cierne sobre el Rey por parte de algunos sectores de la derecha rancia, es mucho m¨¢s seria que la quema de algunas fotos y una portada alegre. Y es distinta. Lo segundo es que, con todo, la democracia espa?ola adolece de un exceso de celo con la Monarqu¨ªa y que las leyes que la protegen superan los l¨ªmites de una democracia seria, no en vano el Rey est¨¢ tan blindado que ni los parlamentarios pueden acceder a informaci¨®n relevante sobre algunos aspectos sensibles, por ejemplo los econ¨®micos. Lo tercero es que no es de recibo que la unidad del Estado se fundamente en un principio b¨¦lico y que el Rey sea ese garante en cuanto jefe de las Fuerzas Armadas. La unidad del Estado, ?no tendr¨ªa que basarse en la voluntad del pueblo? ?Y no tendr¨ªa que ser el presidente del pa¨ªs el jefe de las Fuerzas Armadas? Finalmente, la figura del Rey no puede estar sacralizada hasta el punto servil, asustadizo y acomplejado con que se trata, justamente porque representa la m¨¢s alta representaci¨®n de un Estado democr¨¢tico. Es decir, ?c¨®mo se puede representar a la democracia gozando de privilegios soslayados a la propia democracia? Y por acabar, alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que hacer la pregunta hist¨®rica. La Monarqu¨ªa volvi¨® a Espa?a por una puerta falsa y, aunque se haya legitimado en democracia, alg¨²n d¨ªa tendr¨¢ que someterse a consulta popular. ?M¨¢s tarde que temprano? Puede, pero por el camino hacia el refer¨¦ndum, hay algunos deberes por hacer. El primero y fundamental: blindar legalmente la libertad de expresi¨®n respecto de la Monarqu¨ªa, tanto de los miedos golpistas como de la sacralizaci¨®n servil. El ciudadano Juan Carlos merece respeto. Pero el s¨ªmbolo de la Corona que ostenta tiene que aguantar incluso la falta de respeto de los que no la defienden. As¨ª lo exige la democracia y as¨ª lo exige la libertad.
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