Cuando el primer amor llega a los 41 a?os
El poeta Marcos Ana relata su dif¨ªcil adaptaci¨®n a la vida en libertad tras pasar m¨¢s de media vida en c¨¢rceles franquistas
Al recobrar la libertad, mi choque con la vida fue lo m¨¢s tremendo. Muchas veces, hasta hoy mismo, la gente me pregunta qu¨¦ fue lo m¨¢s duro para m¨ª: los veintitr¨¦s a?os de prisi¨®n, la condena a muerte, la tortura, la separaci¨®n de la familia... Yo respond¨ªa y respondo siempre con lo m¨¢s inesperado: "Lo m¨¢s dif¨ªcil fue la libertad".
Cuando sal¨ª tuve que iniciar un duro periodo de adaptaci¨®n a la vida. Me sent¨ªa como parachutado en un planeta extra?o. Devolv¨ªa los alimentos, me mareaba en los veh¨ªculos, mis ojos enrojecieron, quemados por la luz; me aturd¨ªan los espacios abiertos, acostumbrado a las dimensiones cortas y verticales. Nac¨ªa a la vida, una vida que ten¨ªa que ir descubriendo, casi a tientas, como un reci¨¦n nacido.
Me fascinaba sobre todo caminar de noche, mirar al cielo estrellado que durante veintitr¨¦s a?os s¨®lo pude ver a trav¨¦s del peque?o tragaluz de una celda
Sab¨ªa que el aparato clandestino del partido me sacar¨ªa de Espa?a. A lo ¨²nico que me arriesgu¨¦ fue a llamar a Armando L¨®pez Salinas. Acudi¨® a la cita con Antonio Ferres
El amor lo conoc¨ªa de o¨ªdas solamente. Pas¨¦ de la adolescencia a la madurez, de los 16 a los 41 a?os de golpe, y en ese campo estaba lleno de inhibiciones y complejos
Cuando sal¨ª de la c¨¢rcel tuve que iniciar un duro periodo de adaptaci¨®n. Me sent¨ªa como parachutado en un planeta extra?o. Devolv¨ªa los alimentos, me mareaba en los veh¨ªculos
En Alcal¨¢ de Henares hab¨ªa discurrido mi vida pol¨ªtica durante la guerra y no era lo m¨¢s prudente quedarme all¨ª reci¨¦n salido de la c¨¢rcel y expuesto a posibles provocaciones. Decidimos que era m¨¢s seguro irme a Madrid, a la casa de mi hermano Fabri. Mi hermano estaba casado y con cuatro hijos, a los que tom¨¦ enseguida gran cari?o. Ten¨ªa una gran ansia de familia, incluso me gustaba ir por las tardes a esperar y recoger a la ni?a m¨¢s peque?a, Ana Mari, de cinco o seis a?os, a la puerta de su colegio.
La primera persona que vi, a excepci¨®n de mi familia, fue al poeta F¨¦lix Grande, muy amigo de Jos¨¦ Luis Gallego, quien le advirti¨® de mi salida. Fue muy atento conmigo, me llev¨® a visitar el Museo del Prado y paseamos por Madrid como viejos amigos, aunque acab¨¢bamos de conocernos. Esos fluidos positivos que algunas veces unen a las personas. No le volv¨ª a ver hasta mi regreso del exilio. No por falta de deseo, sino porque, dada mi situaci¨®n tan especial, esperando mi salida de Espa?a, no quer¨ªa crearle ning¨²n problema. Hemos comentado muchas veces ese encuentro.
Madrid, el Madrid de los sesenta, me caus¨® un gran impacto. No era aquella ciudad bombardeada y oscura que hab¨ªa dejado veintitr¨¦s a?os antes. Lo que estaba ante mis ojos era una ciudad llena de luz y de vida. Naturalmente, mi conciencia pol¨ªtica y mis informaciones sobre la situaci¨®n me permit¨ªan comprender que lo que ve¨ªa era s¨®lo la piel reluciente de la ciudad y que debajo de ella herv¨ªan graves problemas humanos y sociales. Un d¨ªa visit¨¦ Vallecas, en cuyos arrabales, en esa ¨¦poca, hab¨ªa una concentraci¨®n de emigrantes, trabajadores que ven¨ªan huyendo de la pobreza y el hambre de todas partes de Espa?a y se hacinaban en centenares de chabolas miserables con improvisados techos de uralita. Era la otra cara del nuevo Madrid que estaba descubriendo. En todos los pa¨ªses que despu¨¦s visitar¨ªa en mi gira por el mundo, incluso en los m¨¢s desarrollados, siempre descubr¨ªa el rostro desesperado de la pobreza m¨¢s extrema, bolsas inmensas de miseria, el contraste brutal entre una riqueza insultante y la depauperaci¨®n y el hambre m¨¢s indignantes.
(...) En medio de tanto asombro y deslumbramiento, las mujeres eran lo que m¨¢s fascinaci¨®n me produc¨ªa, pero a la vez lo que m¨¢s me intimidaba. Ve¨ªa pasar una muchacha, me gustaba, y me iba tras ella como un ni?o tras una golosina, pero no me atrev¨ªa a dirigirle la palabra. Era un placer contemplarlas, o¨ªr sus voces, observar el ritmo excitante al andar de sus caderas. Las segu¨ªa de cerca hasta que desaparec¨ªan en un portal o por la boca de un metro. Mi timidez y mi inseguridad no me permit¨ªan pasar de ah¨ª.
Me comportaba como un adolescente. Los tres a?os antes de ser encarcelado fueron a?os de guerra, y anormales, por tanto, para m¨ª. El amor lo conoc¨ªa de o¨ªdas solamente. Pas¨¦ de la adolescencia a la madurez, de los 16 a los 41 a?os de golpe, y en ese campo estaba lleno de inhibiciones y complejos.
Mi primer amor
Una tarde, casi al anochecer, me encontr¨¦ con un amigo de la infancia, hombre de negocios que, sin participar de mis ideas, me visit¨® alguna vez en la c¨¢rcel de Porlier. Me invit¨® a dar una vuelta por Madrid y me llev¨® a conocer algunos cabar¨¦s que ¨¦l seguramente frecuentaba. Yo aparentaba cierta indiferencia, pues sal¨ªa un poco chapado a la antigua y me parec¨ªa que no era demasiado responsable visitar esos lugares. Pero miraba a hurtadillas y se me saltaban los ojos viendo a aquellas mujeres excitantes que deambulaban de un lado a otro provocativamente.
En un momento, mi amigo mir¨® su reloj y me dijo: "Debo marcharme, tengo invitados en casa y se me est¨¢ haciendo tarde. Dame tu tel¨¦fono y nos vemos otro d¨ªa con m¨¢s calma". Le di un n¨²mero falso, pues dada mi situaci¨®n, pendiente de mi salida clandestina de Espa?a, no era prudente establecer ninguna relaci¨®n.
-Esp¨¦rame un minuto -me dijo antes de marcharse.
Se perdi¨® en el fondo del sal¨®n y volvi¨® con una muchacha preciosa, a la que llam¨® Isabel. Sin present¨¢rmela siquiera, le dio un billete de quinientas pesetas y le dijo: "Toma, para que pases la noche con este amigo".
Era una muchacha delgada y morena, con ojos azules y tan excesivamente joven que en su rostro no hab¨ªa ni la m¨¢s leve huella de su profesi¨®n. Me es muy dif¨ªcil describir ahora c¨®mo pas¨¦ aquel momento, pero lo cierto es que cuando me qued¨¦ a solas con aquella mujer hubiera deseado que me tragase la tierra. No sab¨ªa c¨®mo comportarme. Ella me dijo con tono indiferente: "Bueno, v¨¢monos". Y yo, confuso y con voz entrecortada, le pregunt¨¦: "?Ad¨®nde?". "Pues... al hotel".
-Pero as¨ª, ?sin apenas conocernos? Me gustar¨ªa pasear un poco, saber algo m¨¢s de nosotros...
Era un lenguaje inusual para una prostituta y me mir¨® sorprendida. Y al ver que yo no acertaba a hablar, que me temblaba el cigarrillo en la mano mientras fumaba nervioso, pens¨® que estaba borracho y me devolvi¨® el dinero. Yo, en lugar de retirar el billete, tom¨¦ con mis dos manos la suya: "No, no, si yo quiero ir contigo, me gustas y lo deseo, pero es que para m¨ª todo esto es muy dif¨ªcil...".
Y balbuceando las palabras, tartamudeando, le cont¨¦ que acababa de salir de la prisi¨®n, que era un preso pol¨ªtico, que me hab¨ªan tenido veintitr¨¦s a?os fuera de la vida, que nunca hab¨ªa estado con una mujer...
Entonces, aquella muchacha, un poco extra?ada, dulcific¨® su rostro, sus ojos me miraron de pronto con afecto, o con piedad, no s¨¦, y me dio una lecci¨®n de humanidad, con una ternura y comprensi¨®n inesperadas.
-Bueno, mira, yo cre¨ª que estabas borracho. Ahora cambia todo, y voy a perder hoy contigo unos cuantos servicios esta noche.
Me invit¨® a cenar, creo que fue en la Torre de Madrid o en un edificio alto de la plaza de Espa?a, y viv¨ª, entre temblores, las escenas m¨¢s hermosas e incre¨ªbles. Despu¨¦s de cenar seguimos un rato charlando hasta que ella me dijo: "?Nos vamos ya al hotel?". El problema para m¨ª segu¨ªa siendo el mismo; era como cruzar un r¨ªo desconocido, sin saber nadar, lleno a¨²n de inseguridades. Pero ella, ri¨¦ndose, me dec¨ªa: "No te hagas problemas, t¨² no tienes que preocuparte de nada, lo voy a hacer yo todo".
Y nos fuimos al hotel, donde ella viv¨ªa en una habitaci¨®n alquilada. Todo result¨® m¨¢s f¨¢cil de lo que yo tem¨ªa. El m¨¦rito fue de ella. Super¨¦ mis inhibiciones, y aquella muchacha, con la mayor sensibilidad y ternura, consigui¨® que, por primera vez, conociera el amor en una noche inesperada. Despu¨¦s, en vez de dar "la sesi¨®n" por terminada, me pidi¨® que me quedase a dormir con ella. Lo dud¨¦ un poco: la preocupaci¨®n de la familia si no volv¨ªa a casa, los polic¨ªas si notaban mi ausencia... Pero era muy dif¨ªcil renunciar, me qued¨¦ y seguimos charlando hasta altas horas de la madrugada.
Por la ma?ana me despert¨® con un beso. Tra¨ªa una bandeja en sus manos. Hab¨ªa bajado a la calle a por churros y chocolate, se sent¨® en el borde de la cama y desayunamos juntos. Al despedirnos la estrech¨¦ con la mayor ternura entre mis brazos, con el coraz¨®n en la garganta, sabiendo que no la iba a ver nunca m¨¢s.
Al llegar a casa encontr¨¦ a mi hermano disgustado por no haberles avisado de que iba a pasar la noche fuera. Mi cu?ada, Lola, que hab¨ªa tomado mi chaqueta para cepillarla, sac¨® de uno de los bolsillos un papel liado como un cigarrillo y me pregunt¨®: "?Qu¨¦ tienes aqu¨ª, Fernando?".
Un majestuoso ramo de flores
Tom¨¦ el papel, en el que ven¨ªa enrollado el billete que le dio mi amigo y una peque?a nota que dec¨ªa: "Para que vuelvas esta noche". Al leer aquellas palabras, que me parec¨ªa o¨ªrlas de su propia voz, volvi¨® a m¨ª la fuerza de la sangre y, estremecido por el deseo, me ech¨¦ a la calle sin quedarme a comer, aun sabiendo que el local no lo abrir¨ªan hasta las ocho o nueve de la noche. Estaba exaltado, nervioso, deseando vivir un nuevo encuentro.
Pero mientras paseaba esperando una hora prudencial para ir al cabaret, me asalt¨® un pensamiento molesto, que fue tomando cuerpo y que me llen¨® de confusi¨®n y contrariedad: la idea de que iba a romper el encanto de mi primera noche con Isabel. Que al volver y "comprar su cuerpo" con aquel dinero, que adem¨¢s era suyo, ser¨ªa como tomar conciencia de que era una prostituta y que yo la iba a prostituir a¨²n m¨¢s, como un cliente cualquiera, y a ensuciar y hacer trizas un hermoso recuerdo que quer¨ªa y deb¨ªa conservar con toda su pureza y su ternura.
Pero otra vez me abrasaba el deseo y mi imaginaci¨®n se encend¨ªa recordando la noche que pasamos juntos. Y cuando estaba dudando con esos pensamientos enfrentados pas¨¦ por delante de una florister¨ªa y casi sin pensarlo, con un impulso instintivo, entr¨¦ y le dije a la vendedora: "P¨®ngame quinientas pesetas de flores".
La mujer me mir¨® sorprendida: "?Quinientas pesetas?".
-S¨ª, s¨ª, quinientas pesetas, esc¨®jame las mejores flores.
Empezamos a elegir y formamos un ramo majestuoso, donde se mezclaban las orqu¨ªdeas con las magnolias y las rosas.
Me parec¨ªa inadecuado, rid¨ªculo sobre todo, llev¨¢rselo al cabaret donde ella trabajaba y ofrec¨¦rselo en aquel ambiente. Tom¨¦ un taxi, me dirig¨ª al hotel donde pasamos la noche, en la calle Echegaray, y dej¨¦ en la recepci¨®n el ramo de flores y una sencilla nota que dec¨ªa: "Para Isabel, mi primer amor".
Decidme c¨®mo es un ¨¢rbol
Umbriel-Tabla Rasa
Marcos Ana ha reflejado en este libro los recuerdos de su vida. La ni?ez en su pueblo natal, el compromiso pol¨ªtico, la guerra, la estancia en los penales franquistas por los que pas¨®, los viajes durante su largo exilio hasta el regreso a Espa?a. En estas p¨¢ginas se recoge su salida de la c¨¢rcel y su primera experiencia amorosa, a los 41 a?os. Tambi¨¦n se ofrece el pr¨®logo de Jos¨¦ Saramago.
MARCOS ANA
Fernando Macarro Castillo (¨¦ste es el verdadero nombre del poeta) naci¨® en Alconada (Salamanca) en 1920, pero eligi¨® los nombres de sus progenitores, un matrimonio humilde de jornaleros del campo, para firmar sus libros. Desde la adolescencia, en plena Guerra Civil, se entreg¨® al ideal comunista, lo que le cost¨® pasar toda su juventud en las c¨¢rceles franquistas, hasta que sali¨®, en 1961.
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