Donde nace la violencia
Los expertos llevan a?os haci¨¦ndose una pregunta tan vieja como el hombre. ?La persona agresiva nace o se hace? La respuesta es clave: en el origen de la violencia est¨¢ la semilla para la paz. Quiz¨¢ las caricias y el amor en la infancia podr¨ªan resolver este interrogante.
Los datos son cristalinos. Entre 2002 y 2006, las muertes de mujeres a manos de sus parejas aumentaron en Espa?a un 32,62%. Su maltrato, entre 2001 y 2005, un 143,67%. Entre 2000 y 2004, las agresiones a ni?os en el ¨¢mbito familiar crecieron un 108,67%. Las cifras del Centro Reina Sof¨ªa para el estudio de la violencia no incluyen las agresiones de hijos a padres, pero reflejan una realidad preocupante: el mayor incremento de la violencia se est¨¢ produciendo en el seno de la familia.
Un investigador descubri¨® una agresividad casi nula en tribus que manten¨ªan un contacto estrecho con sus hijos
El cerebro es flexible, puede reaprender. Tenemos capacidad para reducir la violencia con un entorno afectivo
"El Homo sapiens es el primate m¨¢s violento del planeta contra la hembra de su misma especie y contra sus propias cr¨ªas", escribe James Prescott en su art¨ªculo C¨®mo la cultura modela el cerebro y el futuro de la humanidad. Prescott, ex director del Instituto Nacional de la Salud y el Desarrollo Infantiles de EE UU (NICHD, en ingl¨¦s) y actualmente director del Instituto de Ciencia Human¨ªstica, lleva a?os persiguiendo el origen neuronal de la violencia humana a trav¨¦s de estudios que analizan la conducta de los monos y las costumbres de diversas tribus de todo el mundo.
Y si se habla de violencia del sapiens sapiens, hay que a?adir la que inunda cada ma?ana los diarios e informativos de todo el mundo. "La violencia humana equivale a lo que se conoce como agresi¨®n entre los animales", explica Manuela Mart¨ªnez Ortiz, profesora de psicobiolog¨ªa de la Universidad de Valencia. "La diferencia radica en que los animales la utilizan para solucionar conflictos de territorio, reproducci¨®n, etc¨¦tera, pero entre ellos se encuentra sometida a numerosos l¨ªmites que los humanos han perdido. Nosotros no reconocemos los signos de sumisi¨®n del oponente que indican el final de la lucha. No hay l¨ªmite y se puede llegar a masacrarlo completamente".
Algo ha ocurrido en el camino evolutivo para que el humano tenga formas tan propias de agresi¨®n. La neurociencia, la psicobiolog¨ªa y el estudio antropol¨®gico de ciertas tribus han aportado pistas interesantes que permiten bucear en los posibles or¨ªgenes de la violencia. Y, por tanto, tambi¨¦n descubrir las semillas de la paz.
Una vez m¨¢s, las redes neuronales act¨²an de caja negra, almacenando claves para descifrar el comportamiento y sus or¨ªgenes. La primera constataci¨®n neurol¨®gica es que el cerebro de un homicida o de un suicida presenta diferencias llamativas en comparaci¨®n con el de un individuo no violento. En las personas agresivas, los centros ejecutivos ?los que modulan las reacciones impulsivas y a la vez son las regiones m¨¢s evolucionadas? est¨¢n ralentizados e incluso pueden llegar a estar completamente desconectados. Por el contrario, las ¨¢reas m¨¢s primitivas, donde se gestionan los miedos y las emociones negativas, est¨¢n m¨¢s activas.
La cuesti¨®n inmediata es si esas diferencias biol¨®gicas siempre estuvieron ah¨ª, si un violento nace o se hace. M¨¢s de dos siglos atr¨¢s, el fil¨®sofo Jean-Jacques Rousseau dec¨ªa: "No hay pecado original en el coraz¨®n. El c¨®mo y el porqu¨¦ de la entrada de cada vicio pueden ser delimitados". Parece que el pensador franc¨¦s ten¨ªa raz¨®n. Con todo el arsenal cient¨ªfico en la mano, Debra Niehoff, neurocient¨ªfica experta en el asunto y autora de La biolog¨ªa de la violencia, afirma: "La mayor lecci¨®n que hemos aprendido del estudio del cerebro es que la violencia es el resultado de un proceso de desarrollo, una interacci¨®n entre el cerebro y el entorno".
El an¨¢lisis podr¨ªa dar para muchas p¨¢ginas, pero comencemos por el principio, por el principio de la vida. Es aceptado por todos que las vivencias prenatales tienen una influencia fundamental en el comportamiento. Tras el nacimiento, con el cerebro en pleno desarrollo, las experiencias modelan a¨²n m¨¢s la arquitectura neuronal y, con ella, la personalidad del adulto. James Prescott sostiene que la violencia est¨¢ ¨ªntimamente relacionada con el placer, o m¨¢s precisamente con los circuitos cerebrales que dan la capacidad de gozar. En su opini¨®n, las bases fundamentales para el arte del disfrute se adquieren a trav¨¦s del contacto f¨ªsico y emocional con la madre, la primera fuente de amor. En esos primeros momentos se produce una asociaci¨®n o disociaci¨®n neuronal que quedar¨¢ registrada en los circuitos en los que se gestionan el bienestar y el dolor. "Cuando no se toca y no se rodea de afecto a los ni?os, los sistemas cerebrales del placer no se desarrollan. La consecuencia de ello son unos individuos y una cultura basados en el egocentrismo, la violencia y el autoritarismo", asegura Prescott.
Este investigador parti¨® de los trabajos con monos de otros cient¨ªficos ?William Mason y Gershon Berkson? de referencia en esta ¨¢rea de la neurobiolog¨ªa. Se conocen desde hace d¨¦cadas las consecuencias nefastas de la separaci¨®n de la madre sobre el comportamiento y la salud de un individuo. Mason y Berkson vieron m¨¢s tarde que los efectos negativos de la separaci¨®n pod¨ªan reducirse si los animales del experimento recib¨ªan un suced¨¢neo de madre: una estructura m¨®vil de pl¨¢stico con un recubrimiento similar a una piel. El movimiento result¨® ser muy importante porque si la madre adoptiva no se mov¨ªa, tampoco hab¨ªa efecto positivo. Este detalle llev¨® a Prescott a determinar que el balanceo materno ?que comienza cuando la cr¨ªa est¨¢ en el ¨²tero? tiene una acci¨®n fundamental en el correcto desarrollo del cerebelo. Esta regi¨®n controla la producci¨®n de dos neurotransmisores (noradrenalina y dopamina). Ambos, directamente relacionados con la hiperactividad, la adicci¨®n y la agresividad.
A continuaci¨®n, Prescott quiso ver qu¨¦ ocurre en humanos, y lo hizo estudiando las costumbres originales relativas al contacto madre-hijo de 49 tribus de todo el mundo. Tal como hab¨ªa predicho, los grupos poco afectivos con sus ni?os, y con muy poco contacto piel a piel, presentaron altos niveles de violencia en la edad adulta. Sin embargo, la agresividad era casi nula entre los pueblos que mantienen un contacto muy estrecho con sus hijos.
En lo que se refiere a las sociedades llamadas desarrolladas, Jay Belsy, director del Instituto para el Estudio de los Ni?os, las Familias y Asuntos Sociales del Birkbeck College (Inglaterra) y coautor de un gran estudio del NICHD de 2001 sobre las guarder¨ªas, sostiene que los datos del mencionado trabajo, los de sus estudios anteriores y posteriores, indican que los beb¨¦s y los ni?os peque?os que pasan m¨¢s de 30 horas a la semana en una guarder¨ªa desarrollan en la adolescencia y preadolescencia una mayor tendencia a ser agresivos, a pelearse y a acosar a otros. Las interpretaciones de los mismos datos son variadas. Algunos expertos son muy cr¨ªticos con Belsy porque consideran que es un extremista y que exagera los resultados, adem¨¢s de ser un enemigo de los derechos de las mujeres trabajadoras.
Louis Cozolino, profesor de psicolog¨ªa de la Universidad de Pepperdine (EE UU) y autor de The neuroscience of human relationships (La neurociencia de las relaciones humanas), explica que "cuando no hay mucho contacto o existe una falta de cuidados es m¨¢s probable que el cerebro desarrolle un sistema dirigido fundamentalmente por la adrenalina. Esto dar¨¢ lugar a un tipo m¨¢s violento, m¨¢s agitado. Algo que tiene sentido desde un punto de vista evolutivo. Cuanto menos protegido est¨¦ un ni?o por sus padres, m¨¢s agresivo tiene que ser para sobrevivir".
La ecuaci¨®n contraria es igualmente v¨¢lida. En un entorno de afecto, contacto y amor se activan los circuitos neuronales de la serotonina, un neurotransmisor del bienestar. Dicho de un modo simple, el cerebro registra las experiencias vitales en forma de c¨®digos qu¨ªmicos que crean algo as¨ª como un ambiente neuronal espec¨ªfico para cada individuo. Cada vez que interaccionamos con una persona nueva lo hacemos desde ese escenario cerebral que condiciona totalmente nuestra forma de percibir el entorno y la respuesta ante ¨¦l.
Michel Odent, un conocido obstetra franc¨¦s, no duda en afirmar que "se producir¨¢ una revoluci¨®n en nuestra visi¨®n de la violencia cuando el proceso del nacimiento se vea como un periodo cr¨ªtico en el desarrollo de la capacidad de amar". La primera hora despu¨¦s del nacimiento es clave para que la biolog¨ªa y la psique reciban una impronta b¨¢sica contra la violencia, seg¨²n el m¨¦dico. La raz¨®n es la descarga masiva de una hormona conocida popularmente como la hormona del amor (oxitocina), que se genera en el momento del parto. ?sta desencadena la respuesta maternal y favorece la creaci¨®n de un fuerte lazo entre madre e hijo. La afirmaci¨®n de Odent sobre el desarrollo de la capacidad de amar procede de la constataci¨®n de que la oxitocina interviene en casi todos los aspectos del amor y del gozo, desde el carnal hasta el puramente fraternal o filial.
En relaci¨®n con los distintos tipos de amor, Prescott hizo una curiosa observaci¨®n en su estudio de los ind¨ªgenas. De las 49 tribus, 13 escapaban a sus predicciones sobre la relaci¨®n entre contacto f¨ªsico en la infancia y violencia en la edad adulta. Buscando en las costumbres descubri¨® el elemento que faltaba: otras relaciones de amor en la adolescencia supl¨ªan lo que el entorno m¨¢s cercano les hab¨ªa negado. Un hallazgo directamente relacionado con uno de los aspectos m¨¢s fascinantes y prometedores del cerebro, su plasticidad.
"Biolog¨ªa no significa destino", asegura Niehoff. "El cerebro es flexible y puede reaprender. Tenemos herramientas para reducir la violencia creando un entorno seguro y de amor". Y esto es cierto incluso en casos de ni?os que han sufrido abusos graves en el seno de la familia. Si hab¨ªa alguien que les trataba con amor, que se ocupaba de ellos, y les mostraba que el mundo no era s¨®lo agresi¨®n y violencia, se estimulaban los recursos personales para superar el impacto negativo de los abusos. Esto se conoce como resiliencia. "Se produce una transformaci¨®n cuando alguien se ocupa de estos ni?os. La cuesti¨®n es cu¨¢nto tiempo el sistema [el cerebro] se mantiene pl¨¢stico", dice Cozolino. Obviamente, la prevenci¨®n parece m¨¢s sencilla que la reprogramaci¨®n.
Si el cerebro es flexible, el ADN tambi¨¦n, si las circunstancias acompa?an. A principios de los a?os noventa, en plena fiebre del gen de?, un equipo de cient¨ªficos identific¨® el de la violencia. Se trataba del fragmento de ADN que produce una prote¨ªna encargada de degradar neurotransmisores como la serotonina y la adrenalina, conocida como MAO. Los investigadores sosten¨ªan que tener una versi¨®n poco activa del gen de la MAO significaba tener tendencia a la violencia.
Casi 10 a?os despu¨¦s, un estudio del King's College (Londres) que sigui¨® a m¨¢s de 400 hombres desde su nacimiento hasta la edad adulta demostr¨® que la presencia del gen no era suficiente para que una persona fuera agresiva. El interruptor de la violencia estaba en el exterior. Las personas que ten¨ªan el gen defectuoso y que sufrieron falta de atenci¨®n o abandono emocional durante la infancia se convirtieron en adultos agresivos. Sin embargo, aquellos que tambi¨¦n portaban una MAO poco activa, pero que vivieron en un entorno afectivo, escaparon a la predisposici¨®n gen¨¦tica.
Parece que las semillas de la paz est¨¢n en nuestras manos. "La hip¨®tesis es que una crianza adecuada en ausencia de estr¨¦s permite a nuestro cerebro desarrollarse de manera menos agresiva y emocionalmente estable. Creemos que este proceso permite a los humanos desarrollar m¨¢s su potencial creativo", escrib¨ªa en la revista Scientific American Martin H. Teicher, catedr¨¢tico de psiquiatr¨ªa de la Harvard Medical School (EE UU). O como sentencia Prescott: "La transformaci¨®n de una cultura violenta en una de paz comienza por el individuo que en la infancia es colocado en un camino de aceptaci¨®n en vez de en otro de rechazo".
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