Cuando la cr¨ªtica quema
En cierto modo, ha ocurrido lo esperado. La desmesurada reacci¨®n penal contra la vi?eta de El Jueves ha desencadenado nuevas cr¨ªticas y s¨¢tiras sobre la familia real. Primero en los peri¨®dicos y la Red, luego en la calle. El ¨²ltimo episodio de estas reacciones han sido las manifestaciones de Girona, donde se han quemado retratos del Rey. En este punto, el debate excede ya la discusi¨®n sobre el mejor o peor gusto de unas caricaturas: ?hasta d¨®nde puede llegar, en un sistema democr¨¢tico, la cr¨ªtica a las instituciones y s¨ªmbolos p¨²blicos?
Si las chanzas en cuesti¨®n se hubieran producido en otro continente, la respuesta habr¨ªa sido seguramente m¨¢s clara. Con frecuencia, el esp¨ªritu cr¨ªtico se rebela cuando alg¨²n poder for¨¢neo pone cortapisas a la disidencia religiosa o pol¨ªtica. Pero desaparece cuando las diatribas ofenden las propias creencias. No pocos intelectuales y pol¨ªticos espa?oles desenfundaron a Voltaire ante la protesta de grupos musulmanes contra una vi?eta que se burlaba de sus emblemas religiosos. ?Por qu¨¦ mofarse de Mahoma es un ejercicio de libertad de expresi¨®n y un delito burlarse de los Pr¨ªncipes de Asturias?
Los defensores de la actuaci¨®n penal frente a los humoristas invocaron la "dignidad" de los miembros de la familia real y recordaron que la libertad de expresi¨®n no incluye el derecho al insulto. No obstante, no puede tratarse igual un "insulto" o ataque al "honor" a los miembros de una instituci¨®n p¨²blica que a un ciudadano de a pie. Sobre todo si esa instituci¨®n, como ocurre con la Monarqu¨ªa espa?ola, carece pr¨¢cticamente de responsabilidad pol¨ªtica y jur¨ªdica.
En realidad, este tipo de cr¨ªticas no son algo nuevo. En Inglaterra, por ejemplo, las caricaturas a la familia real se remontan a tiempos previctorianos y son usuales en la prensa amarilla. En otros pa¨ªses mon¨¢rquicos como Suecia, Dinamarca, Holanda y Noruega, existe an¨¢loga tolerancia. En Espa?a, en cambio, el respeto a una instituci¨®n terrenal como la Monarqu¨ªa es casi el mismo que se profesa hacia una figura sagrada, como la de Mahoma, en los pa¨ªses isl¨¢micos.
Muchos de los que se indignaron ante la condena por "ultraje al Rey" del periodista Ali Lmrabet en Marruecos han aplaudido o guardado silencio ante la petici¨®n fiscal de c¨¢rcel para el joven de Girona que particip¨® en los actos antimon¨¢rquicos. No faltar¨¢ quien sostenga que la diferencia reside en que "all¨ª no hay democracia pero aqu¨ª, s¨ª". No obstante, es precisamente en un r¨¦gimen que aspira a ser democr¨¢tico donde el margen para la cr¨ªtica de las instituciones deber¨ªa ser mayor.
De hecho, desde la Revoluci¨®n francesa hasta nuestros d¨ªas, los s¨ªmbolos del poder, pol¨ªtico o religioso, siempre han sido satirizados o ridiculizados. Aqu¨ª y en cualquier parte del mundo. En la soledad del s¨®tano de una imprenta, pero tambi¨¦n en manifestaciones o festejos populares. Tales actos de ofensa callejera se inscriben en una vieja tradici¨®n de teatralizaci¨®n de desavenencias o desafectaciones ciudadanas frente a s¨ªmbolos de poder que se consideran -justa o injustamente- arbitrarios. Quiz¨¢ por eso suelen tener una mayor carga ideol¨®gica, que la simple s¨¢tira de papel, y suscitan mayor desasosiego en ciertos sectores pol¨ªticos e intelectuales "respetables". No obstante, una sociedad democr¨¢tica deber¨ªa ser capaz de verlos, no tanto como ataques al orden p¨²blico, sino como un sano ejercicio de libertad ideol¨®gica y de catarsis ciudadana. En Estados Unidos, la jurisprudencia, que sit¨²a las quemas de banderas y otros s¨ªmbolos p¨²blicos bajo el amparo de la Primera Enmienda, se basa en un razonamiento de este tipo.
No es esto lo que est¨¢ ocurriendo en Espa?a. Entre otras razones, porque muchas de estas cr¨ªticas podr¨ªan subsumirse en alguno de los delitos contra la corona contemplados por el C¨®digo Penal. Esta previsi¨®n, como se ha visto, se presta a aplicaciones de dif¨ªcil encaje en un r¨¦gimen que garantiza el pluralismo pol¨ªtico.
A casi un siglo de la persecuci¨®n de Valle-Incl¨¢n por sus ¨¢cratas invectivas contra la Corona, la mitificaci¨®n de la Monarqu¨ªa como s¨ªmbolo intocable de la transici¨®n sigue siendo fuente de tab¨²es y un obst¨¢culo a la libre discusi¨®n p¨²blica. En un contexto as¨ª siempre ser¨¢ preferible la quema de s¨ªmbolos del poder, a que sea el propio poder el que acabe abrasando los espacios de cr¨ªtica, irrenunciables en cualquier sistema democr¨¢tico.
Jaume Asens es vocal de la Comisi¨®n de Defensa del Colegio de Abogados y Gerardo Pisarello es vicepresidente del Observatorio de Derechos Econ¨®micos, Sociales y Culturales.
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