El sue?o de ser universal
Seg¨²n dicen, fue Goethe quien acu?¨® por vez primera el t¨¦rmino de Weltliteratur (literatura universal, o mundial) en las famosas entrevistas con su fiel secretario Eckermann, recogidas luego en uno de los mejores libros que puedan leerse de todo el periodo cl¨¢sico-rom¨¢ntico alem¨¢n: Conversaciones con Goethe en los ¨²ltimos a?os de su vida. En uno de los pasajes en los que el consejero de Weimar se refiere a esta cuesti¨®n, se lee: "El concepto de literatura nacional ya no tiene mucho sentido; ha empezado la ¨¦poca de la literatura universal, y todos debemos esforzarnos por colaborar al despliegue de esta literatura". Goethe a?adi¨® que los alemanes no deb¨ªan apropiarse con excesiva devoci¨®n de ninguna literatura extranjera -"ni de la literatura china, ni de la serbia, ni de Calder¨®n"-, aunque, si exist¨ªa un modelo en la historia de las literaturas de Occidente que deb¨ªa ser considerado inigualable y permanente, ¨¦ste era el modelo ofrecido por las literaturas "de la Antig¨¹edad": las de Grecia y Roma, por encima de todas.
La mejor novel¨ªstica catalana del siglo XX no puede entenderse sin la influencia de los grandes autores ingleses, franceses o italianos de los siglos contempor¨¢neos
Pero en este mismo contexto,
a Goethe se le desliz¨® la idea de que, si bien todas las naciones de Europa deb¨ªan hermanarse en la producci¨®n de esa gran "literatura universal", Alemania "pod¨ªa ejercer y ten¨ªa la obligaci¨®n de ejercer la m¨¢s grande influencia: en esa gran confluencia de literaturas, Alemania deber¨¢ jugar un papel de excelencia". Quiz¨¢ cometi¨® ese desliz a consecuencia del leg¨ªtimo orgullo que sent¨ªa por la literatura en lengua alemana que se hab¨ªa escrito en el largo periodo que ya he citado -aunque admir¨® lo suficiente las letras francesas como para traducir a Diderot, y las inglesas como para cartearse con Carlyle-; en cualquier caso, se trata de una afirmaci¨®n m¨¢s "nacionalista" que "internacionalista", que ha sembrado muchas dudas en torno al prop¨®sito ilustrado, y de supuesta gran generosidad, que parece desprenderse de la m¨¢s famosa y citada de las alusiones del autor alem¨¢n relativas al tema que nos ocupa.
En efecto, las naciones generan una literatura propia, escrita en una lengua particular, y se sienten orgullosas, ante todo, de esa literatura cimentada en la lengua que todos heredamos del habla de las madres, cultivamos en familia y en sociedad, y llega a convertirse en el verdadero n¨²cleo de la concepci¨®n del mundo de todo ciudadano en esa vasta, en cierto modo ut¨®pica realidad que denominamos universo. Es bella y eficiente la comuni¨®n entre las literaturas de todos los pueblos, pero -salvo que dos comunidades ling¨¹¨ªsticas conozcan una pax romana tan ejemplar como la catalana y la castellana- la realidad es que cada pueblo siente como propia la literatura escrita en su lengua, y sentir¨¢ siempre como relativamente ajena la literatura escrita en la lengua de los dem¨¢s.
La ¨²nica posibilidad veros¨ªmil de congeniar con una literatura "extranjera" es, ante todo, que esta literatura sea traducida a la lengua "propia". Esto, que en el caso de las relaciones entre la literatura escrita en catal¨¢n y la escrita en castellano cae de lleno en la paradoja -pues todos los ciudadanos de Catalu?a conocen el castellano, pero muy pocos hablantes del resto de Espa?a conocen la lengua catalana-, se convierte en un asunto de pura evidencia en todos los dem¨¢s casos: s¨®lo gracias a la traducci¨®n, s¨®lo gracias al intercambio ling¨¹¨ªstico que significa verter una literatura de una lengua a otra, se ha consolidado, y permanecer¨¢ segura, la validez del concepto de "literatura universal" -a falta, por lo menos todav¨ªa, de una koin¨¦ utilizada por todo el orbe alfabetizado, como fue el caso, en su momento, de la lengua latina o el franc¨¦s-. Siempre fue mi opini¨®n -que no comparte conmigo casi nadie en Catalu?a- que el d¨ªa que Josep Carner tradujo al catal¨¢n Las aventuras del club Pickwick; Lleonart, el Fausto, y Andreu Nin, Crimen y castigo, esos libros de Dickens, Goethe y Dostoievski pasaron a convertirse en literatura catalana; o, para volver al hijo de la ciudad de Francfort, tambi¨¦n aquel d¨ªa se universaliz¨® autom¨¢ticamente nuestra literatura en la medida en que se ofreci¨® a Catalu?a, a menudo en la prosa y los versos aut¨®ctonos m¨¢s admirables que se hayan escrito en el siglo XX, piezas capitales del legado de la literatura universal originariamente ajena.
En este sentido, es obvio que al
gunas naciones, a causa de los avatares de su historia y de los destinos de su lengua, necesitan, m¨¢s que otras, que se produzca la rara transustanciaci¨®n que significa ver traducida su literatura a otras lenguas, y a su lengua a los autores que escriben en una que les resulta incomprensible; y Catalu?a, m¨¢s en otros tiempos que en nuestros d¨ªas, se preocup¨® con denuedo, por lo menos, de que los lectores del pa¨ªs se familiarizaran con las literaturas extranjeras m¨¢s diversas, y sacaran de esa varia lecci¨®n, de paso, un est¨ªmulo y unos modelos de los que andaba m¨¢s bien escasa su propia producci¨®n. En este terreno, el esfuerzo de las generaciones modernista y novecentista en Catalu?a -en el tr¨¢nsito de los siglos XIX al XX- fue admirable, extraordinario y enormemente fecundo: ah¨ª est¨¢n las traducciones de la Odisea a cargo de Carles Riba (m¨¢s sus versiones de H?lderlin, de Grimm, de Poe, de Cavafis y de tantos otros, adem¨¢s de los cl¨¢sicos griegos); las de la Biblia entera en dos versiones impresionantes -la que patrocin¨® Francesc Camb¨® y la que elaboraron los biblistas de Montserrat-; la Eneida de Miquel Dol?, adem¨¢s de otras versiones m¨¢s recientes; la Divina Comedia de Josep Maria de Sagarra (que, de hecho, ya hab¨ªa sido vertida ¨ªntegramente al catal¨¢n por Andreu Febrer en el siglo XV, s¨®lo un a?o despu¨¦s de que fuera traducida en prosa castellana por Enrique de Villena); el Canzoniere de Petrarca, cambiado al catal¨¢n en diversas ocasiones; la obra dram¨¢tica y po¨¦tica de Shakespeare -que no ha cesado de ser traducida y retraducida, desde el siglo XIX hasta la actualidad-; las versiones de muchos autores continentales de los siglos XVIII y XIX a cargo de multitud de traductores; las versiones de poes¨ªa china -por la v¨ªa intermedia del ingl¨¦s- de Mari¨¤ Manent; y centenares, miles de otras muchas obras de la literatura de todos los tiempos, escritas en las lenguas m¨¢s dispares y remotas, empezando por el enorme legado de Grecia, Roma y los autores paleocristianos, al alcance de todos los catalanes en la casi incomparable -y sobre todo ins¨®lita- Fundaci¨® Bernat Metge.
Gracias a este magn¨ªfico cuerpo de traducciones, la literatura catalana alcanz¨® una categor¨ªa perfectamente homologable con lo mejor del resto de las literaturas peninsulares y continentales: las Elegies de Bierville, del ya citado Riba, no existir¨ªan sin los poetas elegiacos antiguos, sin las Eleg¨ªas Romanas de Goethe -traducidas por Joan Maragall- o sin las eleg¨ªas de H?lderlin o Rilke; la mejor novel¨ªstica catalana del siglo XX no puede entenderse sin la influencia de los grandes autores ingleses, franceses o italianos de los siglos contempor¨¢neos; y las diversas corrientes de la poes¨ªa catalana de los ¨²ltimos ciento cincuenta a?os no pueden concebirse sin la presencia eficiente (directa, o por v¨ªa de traducci¨®n) de la poes¨ªa rom¨¢ntica, simbolista, neocl¨¢sica o "de la experiencia" del continente europeo. La literatura catalana s¨®lo ha obtenido beneficios, especialmente en el siglo XX, de esa actividad tan sumamente generosa, aunque diab¨®lica para el int¨¦rprete, que es la traducci¨®n.
A la inversa, es otra cosa: las literaturas de nuestro contexto no han actuado con la literatura catalana con la misma dosis de inter¨¦s, de admiraci¨®n y de respeto con que los catalanes han actuado en relaci¨®n con las literaturas extranjeras. Ah¨ª se plantea uno de los aspectos m¨¢s espinosos de la presencia de las letras catalanas en la Feria de Francfort, que no es m¨¢s que el reflejo de una desatenci¨®n secular de todos nuestros vecinos hacia los m¨¢s altos logros de nuestra literatura. Desde Catalu?a, consideramos "cl¨¢sicos", "can¨®nicos" y "ejemplares" a centenares de autores de los pa¨ªses m¨¢s diversos y los tiempos m¨¢s variados: desde Homero y S¨®focles hasta Kafka, Thomas Mann o Virginia Woolf, por ejemplo, pasando por Cervantes, Valle-Incl¨¢n o Cernuda. En el resto de Europa -algo menos en Espa?a, donde el buen entendimiento con los catalanes puede remontarse a la amistad entre Jordi de Sant Jordi y el marqu¨¦s de Santillana, o a la que se profesaron Bosc¨¢n y Garcilaso-, en el resto de Europa, dec¨ªa, la literatura catalana sigue siendo una enorme desconocida, cuando, por su propia dignidad literaria, Riba podr¨ªa aparejarse con Val¨¦ry, Carner podr¨ªa ser la envidia de muchos pa¨ªses, J. V. Foix ir¨ªa del brazo de los grandes experimentadores del XX, Salvat-Papasseit se comparar¨ªa con los poetas vanguardistas m¨¢s notables y Lloren? Villalonga o Merc¨¨ Rodoreda (ella, la m¨¢s afortunada al respecto) no ser¨ªan eclipsados por la mayor parte de los grandes novelistas de Espa?a, Francia, Alemania o Inglaterra. La dura realidad es que el ¨²nico autor catal¨¢n considerado can¨®nico por los lectores del mundo entero sigue siendo, en estos momentos, Ramon Llull: y ello, posiblemente, gracias a su obra latina m¨¢s que a la catalana.
La cuesti¨®n, pues, es tan senci
lla como esto: cuando una literatura nacional, como la catalana, ha dado sobradas muestras de estar a la altura del baremo universal de la "literatura de recibo", lo ¨²nico que hay que hacer, en un gesto de deseada reciprocidad, es intentar promocionar su traducci¨®n al mayor n¨²mero de lenguas posible, empezando por las de mayor difusi¨®n en todo el mundo. Como Goethe ya intuy¨® -blind¨¢ndose en cierto modo ante la amenaza de universalidad que significaba la lengua francesa en sus d¨ªas-, en el debate de la Weltliteratur intervienen no s¨®lo factores est¨¦ticos, sino tambi¨¦n factores geopol¨ªticos, hist¨®ricos, econ¨®micos y de potencia social y divulgativa de una lengua. Estos factores, m¨¢s que la calidad intr¨ªnseca de nuestra literatura, son los que han convertido secularmente en opaca a nuestras letras.
Eso s¨ª: haber sufrido largos periodos de sequ¨ªa literaria e incluso de persecuci¨®n de nuestra lengua no justifica la oportunista pretensi¨®n de colocar hoy en el mercado internacional cualquier bagatela o improvisaci¨®n de las que generan todas las literaturas nacionales. No se trata de "canonizar", a toda costa, cualquier muestra de nuestros literatos "a la violeta" (Cadalso), cuya dimensi¨®n p¨²blica en su patria se ha conseguido solamente a fuerza de ponderar el mero hecho de que est¨¢n escritas en lengua catalana. En Francfort se trata -o deber¨ªa haberse tratado- de establecer previamente el canon de lo que en Catalu?a ha alcanzado, por mera tradici¨®n, marchamo de calidad literaria indiscutible, de modo que su feria se convierta en la gran oportunidad para que nuestra mejor literatura se incorpore, de pleno derecho, a los anales de la literatura universal. Folclore les sobra a todas las naciones del mundo -mal hemos empezado con las exhibiciones veraniegas de castellers y sardanistes-; literaturas de andar por casa o por los aeropuertos, tambi¨¦n: lo que resulta apremiante es que el mundo se entere de que nosotros tambi¨¦n estamos viajando, y lo hemos hecho durante siglos, aunque sea con grandes lagunas, en el tren de la literatura provista de vocaci¨®n universal.
Jordi Llovet es catedr¨¢tico de Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, y traductor al catal¨¢n, entre otros, de H?lderlin, Voltaire, Byron, Flaubert, Baudelaire, Rilke, Musil, Val¨¦ry y Thomas Mann.
Gotas de Historia
Joan Perucho. Tiene algo de Calvino, de Cunquerio y de Lafcadio Hearn. Joan Perucho (1920-2003), viajero, juez, bibli¨®filo, gastr¨®nomo, escribi¨® bellas novelas fant¨¢sticas, cuentos, poes¨ªa, art¨ªculos de todo tipo. Algunos de los personajes salidos de su pluma ya han cobrado vida popular.
Joan Fuster. En ¨¦pocas de sinraz¨®n siempre hay una voz ¨²nica. Desde Sueca se abri¨® al mundo y propuso, incluso con riesgo personal, lo m¨¢s dif¨ªcil: inteligencia y sentido com¨²n, el valenciano Joan Fuster (1922-1992). Lo ley¨® todo y escribi¨® sobre todo, sin opiniones preconcebidas. Gran ensayista, articulista y erudito.
Ferrater y Ferrat¨¦. Cr¨ªtica y poes¨ªa en dos hermanos insignes: Gabriel Ferrater (1922-1972) y Joan Ferrat¨¦ (1924-2003). En la posguerra participaron en la Escuela de Barcelona, revolucionaron la cr¨ªtica gracias al close reading y a una inteligencia privilegiada. Gabriel moderniz¨® la poes¨ªa catalana contempor¨¢nea. No crearon escuela pero s¨ª un modelo.
Vicent Andr¨¦s Estell¨¦s (19241993). Poeta volc¨¢nico. La ¨¦pica de Whitman o de Neruda pasada por el filtro modesto e intenso de un hijo de panadero. Su deleite sensual por la vida fue espectacularmente mediterr¨¢neo, y siempre humilde.
Baltasar Porcel. Viajero, periodista, curioso impenitente, Baltasar Porcel (1937) empez¨® como dramaturgo existencial. Su prosa ambiciosa y su peque?o mundo universal le han convertido en un gran novelista y en un profesional de las letras. Como las de The Paris Review, sus entrevistas a personajes de la cultura son de obligada referencia.
Margarit y Formosa. Entre los poetas que han recuperado el gusto por acercarse al p¨²blico y por hacer de la claridad virtud, el arquitecto Joan Margarit (1938) y el traductor y hombre de teatro Feliu Formosa (1934). Hijos de la posguerra, ajenos a imposiciones cr¨ªticas, el p¨²blico espera sus libros o sus lecturas. Se les ve a menudo juntos, comiendo en el bar peque?o de una gran librer¨ªa.
Miquel Bau?¨¤ (1940-2005), poeta hura?o, iluminado. Inocente y desconfiado. Vivi¨® en una caravana, muri¨® apartado de todos. Llevado por la lengua, escribi¨® en forma de diccionario p¨¢rrafos de belleza extra?a. No es George P¨¦rec, ni William Burroughs, ni Mervyn Peake. Escritor de culto, fascina con la misma fuerza que su antiguo paisano mallorqu¨ªn Ramon Llull.
Jes¨²s Moncada. Pod¨ªa haber sido un escritor japon¨¦s, con intrigas imperiales y un paisaje minucioso y limitado. Pero su mundo, ir¨®nico y contundente, se ci?¨® al curso navegable del Ebro. Jes¨²s Moncada (1941-2005) cre¨® un mundo brillante de an¨¦cdotas y desapariciones con el que suplantar (como ocurre tambi¨¦n con Macondo) la realidad.
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