Luz y esti¨¦rcol
No s¨¦ si soy capaz de trazar las l¨ªneas que me ped¨ªs sobre una larga convivencia de obras en las que, d¨ªa a d¨ªa, encuentro soporte, pero su misma espesura sobrepasa felizmente mi ¨¢ngulo de visi¨®n. Ya me sabr¨¦is disculpar.
De entrada, entre los frescos rom¨¢nicos del Pirineo, los retablos g¨®ticos, los retablos barrocos y las fachadas modernistas de Canet, Valencia, Barcelona o Reus, hay continuidad. Sin embargo esta continuidad, entre la Catalu?a medieval y la Catalu?a moderna y contempor¨¢nea, se establece a trav¨¦s de un periodo de mucha menor plenitud. El barroco catal¨¢n no es un barroco emergente sino un barroco sumergido: es el barroco de una cultura derrotada, temerosa, sin instituciones acad¨¦micas, ni grandes autores. As¨ª y todo, esta cultura oral, vivencial, pobre y escondida, ser¨¢ la que dar¨¢ lugar, la que dar¨¢ nutriente y cuerpo an¨®nimo a las creaciones posteriores de Verdaguer y de Gaud¨ª. Ciertamente, este barroco humilde y agrario fertiliza todos los sucesivos campos de cultura con retablos como heces esparcidas a trav¨¦s de un pa¨ªs que se extiende bajo un cielo "caganer" de retablos. En este sentido, La Mas¨ªa (1921) de Mir¨® gestiona y cultiva las fecundas tierras del barroco, las tierras del pesebre, los parajes de una ruralidad concebida como un retablo descendido, apaisado, con figuras de Ramon Amadeu y horizontes iluminados por Lluis Rigalt y Modest Urgell. Vecina en el tiempo y en el espacio a esta mas¨ªa que Mir¨® pint¨® en Montroig, se extiende, m¨¢s real a¨²n, la otra gran mas¨ªa catala¨²nica: la gran mas¨ªa del barroco, la romanidad y la experimentaci¨®n que construy¨®/reconstruy¨® Josep Maria Jujol en Els Pallaresos, la maravilla de luz y esti¨¦rcol de Can Bofarull bajo el ¨¢ngel de cobre.
El barroco catal¨¢n no es un barroco emergente, sino un barroco sumergido
Verdaguer oficiaba como sacerdote en la barcelonesa iglesia de Bel¨¦n, ante el majestuoso retablo incendiado, como tantos, a principios de la Guerra Civil, o en la iglesia de la Gleva, cercana a Vic, ante el retablo que puede verse a¨²n hoy. Se trata en ambos casos de barroqu¨ªsimas y enormes molduras verticales que enmarcan el Pirineo que se alza en su interior. M¨¢s a¨²n, constituyen los grandes marcos abruptos, dorados y aurorales que enmarcan, en pisos sucesivos, un pirineo sumado, en la medida que los retablos son el cielo con los pies en el suelo, altos como aquel edificio de monta?as, de grandes y mironianos pies, que Verdaguer construye cuando imagina el Montblanc encima del Himalaya: "Si el viejo Montblanc subiera al Himalaya...".
Josep Carner, en el pr¨®logo a la Muntanya d'ametistes de Guerau de Liost, habla de "la energ¨ªa secular de nuestra castidad orogr¨¢fica". Creo que es una frase particularmente reveladora del quehacer ind¨ªgena ante la castidad personal y orogr¨¢fica tan presentes especialmente en las obras de Verdaguer y de Gaud¨ª. Seguimos ante los campos de un barroco humilde, pay¨¦s, temeroso, maravillado y hundido como una simiente, y creo que es a la luz de esta misma simiente que son interpretables los sucesivos y retabl¨ªsticos ¨®valos de luz y cambriles vac¨ªos que aparecen, antes que nada, en las manchas oblongas y atmosf¨¦ricas de las pinturas que Joaquim Mir hizo en Mallorca y L'Aleixar, y siguen con las monocromas manchas de Mir¨® tan redondeadas y el¨ªpticas, y culminan, con un mayor o menor ornamento, en los ¨®valos barrocos de Jujol y los ¨®valos mat¨¦ricos de T¨¤pies.
Como veis, no consigo escribir una prosa MNAC. No s¨¦ construir una prosa MNAC, un relato-Museo-Nacional-de-Arte-de-Catalunya, sin llenarla de rimas, de repeticiones, de efectos sorpresa, de recursos mucho m¨¢s intuitivos que narrativos. Creo, sin embargo, que estos recursos son comunes a las mismas obras que trato de describir. Tambi¨¦n ellas han actuado y act¨²an a trav¨¦s del imprevisto, a trav¨¦s de la capacidad de asombro, de la perplejidad, del efecto sorpresa. Hay algo de magia blanca en el hecho de colgar una l¨¢mpara, como la que Jujol hizo para el altar de Vistabella y que un d¨ªa me gustar¨ªa ver expuesta al lado de la guitarra cubista de Picasso. Comparten la misma pobreza, la misma genialidad y una muy cercana dataci¨®n, una, destinada al culto de un peque?o pueblo del Baix Camp, y la otra, al culto m¨¢s cosmopolita del arte de vanguardia.
En un sentido muy distinto tam
bi¨¦n hab¨ªa algo de magia blanca en el efecto sorpresa que produc¨ªa el interior del Teatre del Liceu, cuando se acced¨ªa a ¨¦l desde el cuarto y quinto piso, a trav¨¦s de la tan pobre y discreta entrada de la calle Sant Pau (atenci¨®n con esta Barcelona de ahora que no esconde casi nada). Hay algo de magia blanca, tambi¨¦n, en el porte sereno y reposado de una tradici¨®n mucho m¨¢s oscura y rec¨®ndita de lo que aparenta en realidad. Existe, ciertamente, una tradici¨®n de iluminados que conecta los paisajes g¨®ticos de colinas desiertas pobladas por lobos, cuervos y diablos con los paisajes que, en los primeros cincuenta, pint¨® Joan Pon?, que conecta las v¨ªrgenes g¨®ticas de Pere Serra con las pastoras de Manolo Hugu¨¦, que conecta las iluminaciones de Ramon Llull con los paisajes nocturnos de Nicolau Raurich, que conecta las maravilladas recopilaciones del folclorista Joan Amades con los poemas de Joan Brossa, o que conecta, por una muy secreta ra¨ªz, los grafismos enzarzados de Adri¨¤ Gual con los brutales grafismos de Antoni T¨¤pies.
Es muy dif¨ªcil pensar en una prosa MNAC capaz de recorrer una tradici¨®n como ¨¦sta, de punta a punta. Quiz¨¢s lo m¨¢s parecido al Museo Nacional de Arte de Catalunya ser¨ªa la Seu de Mallorca, all¨ª est¨¢ uno de los mejores y m¨¢s genuinos g¨®ticos, con la alfombra m¨¢gica de Gaud¨ª y la pintura sangrante de Jujol, adem¨¢s de la presencia matinal de Mir¨® -¨¦l, que hab¨ªa asesinado la pintura- mirando los vitrales, muy cerca de donde la pintura vuelve a tener capilla de la mano de Barcel¨®.
Siempre he pensado que si la Barcelona de la Renaixen?a hubiera querido construir el gran edificio, habr¨ªa levantado la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia cerrando la nave g¨®tica de la catedral. Pero no, la cultura tiende al laberinto, al fragmento, a la complejidad. Y la nave g¨®tica se cerr¨® con una mediocre fachada neog¨®tica de Joan Martorell (que dibuj¨® el joven Gaud¨ª) mientras que Gaud¨ª alz¨® su fachada solitaria, dos o tres kil¨®metros lejos, sobre la cripta neog¨®tica de lo que a¨²n hoy sigue siendo una imposibilidad de torres y conflictos. En cierto modo, el gran edificio existe, s¨®lo que tiene la nave en la catedral de Barcelona, la fachada en el Eixample y la cripta en la colonia G¨¹ell de Santa Coloma de Cervell¨®. Es, en definitiva, un edificio desabsolutizado, abierto, que nos excede, que nos contiene. Ha pasado un siglo de aquel intento, ?c¨®mo no va a abrirse tambi¨¦n, hasta quedar esparcida y sin casi sintaxis que la sujete mi intento de prosa MNAC!
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.