C¨®mo robar un cuadro
En una noche despejada del a?o 212 antes de Cristo, las puertas de la ciudad de Siracusa se abrieron de golpe ante el empuje del ej¨¦rcito de la Roma republicana. Los muros se rompieron y los soldados romanos irrumpieron en el recinto, agazapados y en bloque como un enjambre de ara?as, una red acorazada que se extendi¨® sobre las piedras relucientes de la ciudad.
Con la captura y el saqueo de Siracusa, Roma entr¨® en contacto con las maravillas de la escultura helen¨ªstica. El saqueo pas¨® de ser una t¨¢ctica estrictamente pol¨ªtica a una forma de apoderarse de obras de arte que les gustaban. Con anterioridad a esa fecha, trascendental para este tipo de robos, eran m¨¢s importantes la destrucci¨®n simb¨®lica y el expolio de trofeos. A partir de ese momento, los objetos art¨ªsticos empezaron a ser comercializables y coleccionables. All¨ª comenz¨® la historia del robo de arte, la incautaci¨®n de obras de arte como mercanc¨ªa de valor coleccionable por medios extralegales.
Adam Whorth, el 'Napole¨®n' del crimen, rob¨® un ¨®leo de Gainsborough y lo conserv¨® durante 25 a?os hasta que lo vendi¨® a un coleccionista
Un cristalero que instal¨® paneles para proteger 'La Gioconda' pas¨® a la historia por robar el cuadro icono del Louvre
Picasso utiliz¨® como modelo dos cabezas ¨ªberas robadas del Museo del Louvre para pintar los rostros de sus 'Se?oritas de Avignon'
'Los jueces justos', de Van Eyck, fue robado y jam¨¢s apareci¨®. El ladr¨®n muri¨® cuando se dispon¨ªa a revelar d¨®nde lo hab¨ªa ocultado
Desde que el ser humano empez¨® a crear arte, ha cometido delitos en su contra. Y, sin embargo, el fen¨®meno del robo de arte en la historia nunca ha merecido la atenci¨®n de los especialistas. Vamos a examinar juntos varios de los robos de arte m¨¢s famosos de la historia, para hacernos una idea del alcance que tiene este delito tan poco estudiado, tan apasionante y, al mismo tiempo, tan terriblemente grave.
En 1293, bajo la luna de Toscana, un famoso asesino y salteador de caminos llamado Vanni Fucci se introdujo en la sacrist¨ªa de la iglesia de San Zeno, la catedral de Pistoia. Seguramente, la luz de la luna atravesaba suavemente las ventanas g¨®ticas y ba?aba el interior de color azul acu¨¢tico, quebrada por la sombra de Fucci sobre las frescas losas del suelo. Una vez dentro, Fucci y sus c¨®mplices robaron varios c¨¢lices de plata y el llamado relicario de san Jacobo.
En La divina comedia, Dante se encuentra con Vanni Fucci en el infierno. Fucci est¨¢ condenado por su participaci¨®n en el robo del relicario y porque dej¨® que se acusara y ejecutara por el delito a un hombre inocente (Inferno, canto XXIV). La presencia de Fucci en el infierno de Dante no es ninguna sorpresa, pero lo cierto es que no existe ninguna prueba de que participase en el robo del relicario. Fucci muri¨® ejecutado por m¨²ltiples homicidios, sin que se hablara del robo de la catedral. ?Por qu¨¦ estaba Dante tan seguro de su culpabilidad como para condenarle al infierno? En 1293, Dante era un magistrado regional y quiz¨¢ le asignaron el caso del robo del relicario. Quiz¨¢ nos encontramos ante una especie de Sherlock Holmes medieval obsesionado por perseguir a su Moriarty personal, el huidizo Vanni Fucci, al que nunca logr¨® capturar en vida, de modo que le conden¨® al infierno en su libro.
A finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX se crearon numerosos museos en el sentido en el que hoy los concebimos. La Iglesia ya no despertaba tanta veneraci¨®n, as¨ª que los templos y los objetos art¨ªsticos religiosos se convirtieron en v¨ªctimas de robos y otros delitos. Los museos y las galer¨ªas eran blancos accesibles y no ten¨ªan demasiadas defensas. Dado que todav¨ªa no exist¨ªan las alarmas ni las vitrinas de cristal y pl¨¢stico duro, un ladr¨®n sigiloso pod¨ªa robar una obra de arte y salir del museo con ella debajo del brazo. Asimismo, fue ¨¦ste el periodo en el que empezaron a existir ladrones famosos. En su mayor¨ªa eran ladrones de banco o de tren, pero los ladrones de arte tambi¨¦n entraron a formar parte de la ¨¦lite criminal.
En una medianoche del mes de mayo de 1876, dos hombres caminaban deprisa por Old Bond Street, en Londres. La niebla y la oscuridad imped¨ªan ver bien, pero pod¨ªa adivinarse que eran un hombre bajo y menudo, con bigote largo y retorcido, y otro grandull¨®n que caminaba a su lado. Se detuvieron delante de la elegante y prestigiosa Agnew Gallery, un nombre que hab¨ªa aparecido en todas las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos durante varias semanas. Thomas Agnew hab¨ªa adquirido en una subasta el Retrato de Georgiana, duquesa de Devonshire, de Thomas Gainsborough, por un precio sin precedentes: 10.000 guineas (10.500 libras). A su vez, Agnew hab¨ªa acordado ya el precio para vend¨¦rselo a un banquero norteamericano, Junius Morgan, que pensaba regalar el cuadro a su hijo, J. P. Morgan. El retrato iba a estar expuesto durante dos semanas en la galer¨ªa de Agnew, antes de que se formalizara la venta a los Morgan.
Pero Adam Worth ten¨ªa otros planes. Adam Worth es quiz¨¢ el ladr¨®n m¨¢s fruct¨ªfero de la historia. Su carrera criminal se extendi¨® por varios continentes. Robos de bancos, robos de trenes, contrabando de diamantes, la direcci¨®n de una organizaci¨®n criminal internacional... triunf¨® en todas las aventuras criminales que se propuso, incluido el robo de obras de arte. Un periodista le apod¨® el Napole¨®n del crimen, por su peque?a estatura y su privilegiada mente criminal, y Conan Doyle se apropi¨® de ese t¨ªtulo para asign¨¢rselo a su personaje del profesor Moriarty.
En aquella noche de mayo, aquel hombre que parec¨ªa una torre levant¨® a Worth hasta el alf¨¦izar de la ventana del primer piso en la Agnew Gallery. Worth abri¨® la ventana con una barra de hierro y se desliz¨® en el interior. Con precisi¨®n de cirujano, separ¨® el lienzo de su bastidor, mientras el guardia dorm¨ªa en el piso de abajo, y desapareci¨® en medio de la noche. La polic¨ªa se qued¨® con dos palmos de narices. Lo ¨²nico que consiguieron averiguar fue que el ladr¨®n llevaba botas con tachuelas y que quiz¨¢ era zurdo. Worth conserv¨® el retrato durante 25 a?os, a trav¨¦s de estancias en la c¨¢rcel y de la persecuci¨®n a cabo de su propio Sherlock Holmes, William Pinkerton, de la agencia Pinkerton, precursora del FBI. Al final, Worth devolvi¨® el cuadro a J. P. Morgan a cambio de un precio que le permitiera retirarse de la vida delictiva. Despu¨¦s de su ajetreada vida, el retrato se encuentra hoy en la National Gallery of Art de Washington.
Entre 1907 y 1911 hubo una oleada de robos del Louvre de Par¨ªs, que estaba muy mal protegido. En 1907, un belga llamado Joseph-Honor¨¦ Gery Pieret, que era ayudante de Apollinaire y, a trav¨¦s de ¨¦l, conoc¨ªa a Picasso, rob¨® unas cabezas de estatuas ¨ªberas del Louvre. Pieret dijo que se hab¨ªa paseado por el museo durante las horas de apertura y se hab¨ªa encontrado a solas en una galer¨ªa, rodeado de estatuas expuestas sobre las mesas. Cogi¨® dos cabezas, se las meti¨® bajo el abrigo y sali¨® con toda tranquilidad del museo; incluso se par¨® a preguntar a un guardia por d¨®nde se sal¨ªa. Pieret vendi¨® las cabezas a Picasso, que las utiliz¨® como modelos para las dos cabezas en la parte posterior derecha de su famoso cuadro Les demoiselles d'Avignon. Picasso siempre asegur¨® que no sab¨ªa que las cabezas eran robadas cuando las compr¨®. Pero existen versiones contradictorias, y han aparecido nuevos indicios que demuestran, pr¨¢cticamente sin duda, que Picasso no s¨®lo sab¨ªa que las cabezas eran robadas, sino que fue ¨¦l quien encarg¨® su robo.
Esta historia est¨¢ intr¨ªnsecamente unida al robo de arte m¨¢s famoso del mundo, el de la Mona Lisa de Leonardo en 1911. Por una serie de coincidencias laber¨ªnticas, tanto Apollinaire como Picasso fueron interrogados en relaci¨®n con dicho robo, del que eran inocentes. En cambio, s¨ª hab¨ªan sido c¨®mplices del robo de las cabezas ¨ªberas de 1907, y tal vez de otros robos perpetrados por el ladr¨®n profesional Gery Pieret.
Los peri¨®dicos de Par¨ªs se lamentaban desde hac¨ªa mucho tiempo de la falta de seguridad en el Louvre, y uno hab¨ªa hecho la broma de que, alg¨²n d¨ªa, alguien iba a robar la Mona Lisa. As¨ª fue, en 1911. Un hombre vestido con el uniforme de empleado del Louvre permaneci¨® en el interior del museo despu¨¦s del cierre, escondido en una escalera de servicio. All¨ª quit¨® el lienzo del marco, y dej¨® ¨¦ste en las escaleras. Baj¨® hasta la salida, pero se encontr¨® con que estaba cerrada con llave. El ladr¨®n tuvo que esperar hasta la ma?ana siguiente, cuando lleg¨® el primer conserje a barrer el patio. Al ver que hab¨ªa alguien dentro, el conserje abri¨® la puerta, pensando que era un empleado que se hab¨ªa quedado encerrado por azar. El hombre que estaba dentro, y que llevaba algo grande y plano tapado con una s¨¢bana blanca, sali¨® a las calles de Par¨ªs y desapareci¨®.
El robo de la Mona Lisa ocup¨® los titulares internacionales, pero la polic¨ªa no logr¨® averiguar nada. Interrogaron a cientos de personas, incluido el hombre que al final result¨® ser el ladr¨®n, pero avanzaron muy poco. Pasaron los a?os. Y un d¨ªa, en Florencia, un marchante de arte recibi¨® una nota en la que se dec¨ªa que alguien que estaba en posesi¨®n de la Mona Lisa deseaba devolverla a los Uffizi. Al principio, el marchante crey¨® que era una broma. Pero se puso en contacto con el director de los Uffizi y los dos fueron a entrevistarse con el que dec¨ªa tener el cuadro, en el hotel en el que se albergaba. Certificaron la autenticidad de la obra y llamaron a la polic¨ªa.
El ladr¨®n result¨® ser Vincenzo Peruggia, un cristalero italiano que viv¨ªa en Par¨ªs. Ir¨®nicamente, hab¨ªa sido contratado, junto con otros cristaleros, para instalar paneles que protegieran varios de los cuadros m¨¢s famosos del Louvre, con el fin de evitar los ataques de posibles v¨¢ndalos. Peruggia cre¨ªa que Napole¨®n hab¨ªa robado la Mona Lisa en Italia y aseguraba que s¨®lo hab¨ªa pretendido repatriarla. Aunque Napole¨®n fue responsable de m¨¢s robos de arte que ning¨²n otro personaje hist¨®rico, en este caso no tuvo ninguna culpa. La Mona Lisa era uno de los cuadros preferidos de Leonardo. Cuando se traslad¨® a Francia, al final de su vida, a trabajar para el rey Francisco I, llev¨® el cuadro consigo. Al morir Leonardo, sus posesiones pasaron al rey de Francia. Pero Peruggia parec¨ªa firmemente convencido de que era un h¨¦roe nacional por haber recuperado una de las grandes obras maestras italianas que los franceses hab¨ªan robado. Al devolver la Mona Lisa a Italia, el ladr¨®n no acab¨® capturado por la polic¨ªa, sino que se present¨® voluntariamente ante un p¨²blico que no se puso precisamente de su parte.
Las mayores redistribuciones de arte se han producido durante las guerras. De hecho, las apropiaciones en tiempo de guerra representan una categor¨ªa aparte dentro de estos robos. El caso con el que comenzamos nuestro relato, el saqueo de Siracusa en 212 antes de Cristo, fue el primer ejemplo de esta categor¨ªa, el robo de obras de arte por el hecho de ser arte con un valor monetario y est¨¦tico, y no s¨®lo como s¨ªmbolo de conquista. Napole¨®n fue el mayor villano en cuesti¨®n de apropiaciones de guerra, pero Hitler y Goering, durante la II Guerra Mundial, no se quedaron atr¨¢s en entusiasmo. Uno de sus principales objetivos fue el retablo del altar de Gante, de Jan van Eyck. Este tr¨ªptico monumental es la pintura m¨¢s robada de la historia. La obra ha sido v¨ªctima de una lista inconmensurable de robos y, pese a sus enormes dimensiones ?4,4 ¡Á 3,5 metros?, no parece que pueda permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. Los robos e intentos de robos que ha sufrido merecer¨ªan ser objeto de un art¨ªculo aparte. Pero vamos a detenernos en uno de ellos.
La noche del 10 de abril de 1934, un ladr¨®n rob¨® un panel de 1,3 ¡Á 0,5 metros del retablo que se encontraba en la catedral de San Bavo, en Gante. El panel, que mostraba a los llamados Jueces justos, con la parte posterior ocupada por san Juan Bautista, estaba en la parte inferior izquierda del cuadro, y lo hab¨ªan dividido en dos, en sentido vertical, para poder exhibir simult¨¢neamente las dos caras, anterior y posterior, en una exposici¨®n celebrada en el Museo de Berl¨ªn tras la Primera Guerra Mundial. Los ladrones que lo robaron de la catedral se llevaron ambas mitades. El suceso se descubri¨® en la ma?ana del 11 de abril, cuando el sacrist¨¢n hac¨ªa su ronda. El ladr¨®n hab¨ªa permanecido escondido en la catedral la noche anterior. Hab¨ªa roto el candado de la puerta de la capilla en la que se encontraba el retablo y hab¨ªa arrancado el panel de su marco. El marco hab¨ªa resultado astillado, pero los dem¨¢s no hab¨ªan sufrido ning¨²n da?o. En vez del panel, el ladr¨®n hab¨ªa dejado una nota que dec¨ªa: "Arrebatado a Alemania por el Tratado de Versalles".
Al principio se pens¨® que se trataba de un acto de represalia nacionalista de alguien proalem¨¢n. Los alemanes hab¨ªan robado el retablo durante la Primera Guerra Mundial, y Gante lo recuper¨® como parte de las reparaciones de guerra. Sin embargo, tres semanas despu¨¦s del robo, el obispo de Gante recibi¨® una nota de rescate en la que le ofrec¨ªan devolver la pintura robada a cambio de un mill¨®n de francos belgas. Para demostrar que el autor de la nota estaba en posesi¨®n del panel, y para desolaci¨®n del obispo, inclu¨ªa un resguardo de la consigna de equipajes en una estaci¨®n de Bruselas. All¨ª encontraron la mitad del panel: la parte posterior, en la que aparec¨ªa san Juan Bautista.
Hubo un intercambio de cartas en las que la polic¨ªa fingi¨® seguir la corriente al ladr¨®n. A trav¨¦s de un sacerdote que hizo de mediador, la polic¨ªa ofreci¨® 25.000 francos, y prometi¨® 225.000 m¨¢s cuando tuviera en su poder la pintura. De pronto, el ladr¨®n cambi¨® sus exigencias y pidi¨® 500.000 francos de forma inmediata y 400.000 al devolver el cuadro. La polic¨ªa sospechaba que el ladr¨®n era un aficionado con apuros econ¨®micos, y se interrumpieron las negociaciones. Despu¨¦s de seis meses y m¨¢s cartas, la ¨²ltima nota amenazaba con no desvelar jam¨¢s d¨®nde estaba el panel si no se pagaba el rescate: "La obra maestra e inmortal desaparecer¨¢ para siempre? Nadie podr¨¢ verla, ni siquiera nosotros? Permanecer¨¢ donde est¨¢ ahora, sin que nadie pueda ponerle la mano encima".
Unos meses despu¨¦s, un panadero de un pueblo cercano llamado Arsene Goerdetier, que se encontraba en el lecho de muerte tras haber sufrido un ataque al coraz¨®n, dijo entre murmullos que ¨¦l sab¨ªa d¨®nde estaba oculto el panel robado. Sin embargo, en un momento melodram¨¢tico, digno de una pel¨ªcula, muri¨® antes de poder revelarlo. Su abogado encontr¨® en su casa unos papeles que indicaban que ¨¦l era el ladr¨®n: copias en carb¨®n de sus notas de rescate. Asimismo descubri¨® una ¨²ltima carta, sin enviar, en la que el ladr¨®n daba una pista prometedora sobre la situaci¨®n del panel robado: "Los jueces justos est¨¢ en un sitio del que ni yo ni nadie puede sacarlo sin llamar la atenci¨®n de la gente". En otras palabras, estaba escondido en alg¨²n lugar destacado, tal vez incluso a la vista de todos. Las autoridades creen que el panel nunca sali¨® de Gante y que sigue escondido en un lugar p¨²blico. Se hicieron registros exhaustivos de la casa de Goerdetier y de las casas de sus familiares y amigos, pero no se encontr¨® nada. Para sustituir la mitad del panel de Los jueces justos que faltaba, se pint¨® una copia que se exhibe hoy junto con el resto de los originales. El panel robado no ha aparecido jam¨¢s.
Todos estos robos famosos no son m¨¢s que unos cuantos de los m¨¢s destacados en la larga y ajetreada historia de los delitos contra el arte. Pero hay que recordar que s¨®lo est¨¢n documentados y al alcance de los historiadores los robos m¨¢s famosos. Cada a?o se roban decenas de miles de obras de arte. Este tipo de delito produce unos ingresos criminales de entre 2.000 y 6.000 millones de euros anuales, lo cual lo convierte en el tercer tipo de crimen m¨¢s lucrativo, s¨®lo por detr¨¢s de las drogas y el tr¨¢fico de armas. En los ¨²ltimos a?os, los autores de la mayor¨ªa de estos delitos han sido, de forma directa o indirecta, organizaciones criminales internacionales. Es decir, que ese robo de un cuadro y ese expolio de una antig¨¹edad que nos resultan tan entretenidos de leer est¨¢n financiando cr¨ªmenes de cuya gravedad somos todos plenamente conscientes: drogas, armas, incluso terrorismo. El robo de obras de arte es un tema cambiante, fascinante y cautivador sobre el que leer o estudiar. Tan fascinante que se ha utilizado como material para pel¨ªculas y novelas. Yo mismo he escrito una novela, El ladr¨®n de arte, en la que esta mezcla de ficci¨®n, entretenimiento e historia del arte deja bien patente que es m¨¢gica. Pero no hay que olvidar que es, al mismo tiempo, un tipo de delito muy grave, que necesita la atenci¨®n de los Gobiernos y las polic¨ªas y que, en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, no ha tenido mucha. Hay muchas m¨¢s historias que contar, sobre golpes dados de noche, tumbas expoliadas, falsificaciones y persecuciones policiales, desapariciones en iglesias, bandoleros armados y bellezas cautivas.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
? 2007 Noah Charney, autor de 'El ladr¨®n de arte', publicado en Espa?a por la editorial Seix Barral.
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