La Pantera Imperial, de viaje por Alemania
En toda Alemania fue imposible encontrar un piano para Carles Santos. Cuando el compositor de Vinaroz explicaba c¨®mo iba a utilizarlo en la noche S¨®nar paralela a la Feria del Libro de Francfort, se encontraba invariablemente con la misma respuesta: "Lo sentimos, no tenemos ning¨²n instrumento disponible". De modo que no tuvo otro remedio que traerse de su pueblo a la Pantera Imperial, el B?sendorfer de gran cola con el que convive -o malvive, o pervive, o sobrevive, para decirlo a la santosiana manera- desde hace m¨¢s de 25 a?os. "No creas, me hac¨ªa ilusi¨®n sacarlo de paseo. Tomar el aire le sentar¨¢ bien".
Santos lleva mucho tiempo clavado a su instrumento. En sentido figurado y tambi¨¦n literal. Se le ha visto crucificado sobre la descomunal tapa negra, y tambi¨¦n apoyando la lengua sobre una tecla, pinchada por un tac¨®n de aguja. Se le ha visto conduciendo el piano como un auto de choque contra una retadora pianola mec¨¢nica. Y el martes, en Francfort, Santos convirti¨® su instrumento en una pista de baile para Sol Pic¨®, que acab¨® enroscada a su poderoso cuello mientras ¨¦l le daba al teclado.
Pero lo que hasta ahora nunca hab¨ªa pasado es que una moto de trial se subiera al B?sendorfer y evolucionara sobre la caja. Eso ocurri¨® el mi¨¦rcoles, en una antigua cochera de tranv¨ªas cercana a la feria. Claro, cuando Santos explicaba a los alemanes que eso era lo que pretend¨ªa hacer con el piano, ¨¦stos se horrorizaban, y de forma m¨¢s o menos elegante le suger¨ªan que se fuera con la m¨²sica a otra parte. Pero Santos no ha nacido para darse por vencido. Este hombre derrocha energ¨ªa, vitalidad, fuerza. No hay idea, por bestia que pueda ocurr¨ªrsele, que no se vea capaz de realizar. Como este di¨¢logo surrealista entre el martilleo repetido del piano y el rugido de una moto de trial de dos tiempos, preeeet, preeeet. Una Gasgas, para ser m¨¢s precisos: la que monta habitualmente el campe¨®n Adam Raga. Raga es de Ulldecona, un pueblo pr¨®ximo a Vinaroz. Hasta all¨ª se fue Santos para proponerle el extra?o maridaje entre el instrumento y la m¨¢quina. Y el joven campe¨®n acept¨® encantado: por una vez ¨¦l y su montura iban a salir de su habitual medio deportivo para ingresar en el olimpo del arte. Fue as¨ª como naci¨® Ebrofalia copulativa. Puro Santos, desde el mismo t¨ªtulo. No pod¨ªa ser de otro modo.
Pero antes de entrar en el espect¨¢culo conviene hacer un apunte alem¨¢n. Santos estudi¨® un tiempo en Berl¨ªn, y este pa¨ªs tradicionalmente ha acogido sus montajes con mucho fervor. La propia obra La Pantera Imperial se estren¨® ah¨ª. Nunca, no obstante, el m¨²sico hab¨ªa concentrado tanta actividad como en estos d¨ªas. Porque a las actuaciones junto a Sol Pic¨® y Adam Raga, hay que a?adir la m¨²sica para el Tirant lo Blanc de Calixto Bieto, estrenado en Berl¨ªn el 27 de setiembre pasado. Trabaje con quien trabaje, nunca deja de ser ¨¦l: vital, optimista, divertido, tierno, provocador, irreductible, fiel a s¨ª mismo. ?Es melanc¨®lica la cultura catalana? En la estela de Brossa, con quien tanto colabor¨®, Santos es la viva encarnaci¨®n del m¨¢s rotundo desmentido.
El dueto estuvo precedido por una cena en plan pica-pica servida por el Col.lectiu de Joves Cuiners de Girona. Pan con tomate, brandada de bacall¨¤, butifarra, arroz a la cazuela amb trompetes de la mort. Cava Gramona y vinos del Priorato. Y de nuevo esa sensaci¨®n extra?a de que para muy pocos de los presentes todo aquello representaba una novedad. De hecho, al principio hab¨ªa bastante p¨²blico, pero conforme el volumen de la m¨²sica avanzada del S¨®nar aumentaba se iban contabilizando deserciones.
A las diez de la noche, con puntualidad germ¨¢nica, apareci¨® Santos sobre una tarima con faldones a varios metros del suelo. Por debajo se encontraban varios contenedores de obra, pintados de blanco. Arranc¨® Adam Raga. Primero quem¨® rueda con estr¨¦pito y envolvi¨® al pianista en una nube de humo. Luego se puso a brincar entre los contenedores. Una danza de fuerza, equilibrio y valor. Moto y piano primero se agredieron, ahora ladraba uno, ahora aullaba el otro. Pero poco a poco fueron fundiendo sus voces, tan diferentes, y el resultado produc¨ªa cierta desaz¨®n: el combate entre el arte y la m¨¢quina, un tema muy propio del compositor.
Fue un espect¨¢culo sorprendente, tremendamente vivo y provocador. Y de una medida perfecta: 17 minutos. A?adamos, para quien se inquiete por la salud de la Pantera, que la tapa hab¨ªa sido reforzada con una plancha met¨¢lica.
Concluida la performance, la noche prosigui¨®, entre otros, con el grafitero Inocuo pintando con sus aerosoles extra?as figuras en los contenedores entre los que poco antes hab¨ªa brincado Raga.
La cultura catalana m¨¢s vanguardista, como Santos o el propio S¨®nar, definitivamente no es melanc¨®lica. Pero le cuesta promocionarse: poca gente se acerc¨® a las cocheras de Francfort. La feria es dur¨ªsima: la gente se pasa todo el d¨ªa de pie y al caer la noche lo que m¨¢s le apetece es sentarse o acostarse. Pero quedan un par de noches m¨¢s y el S¨®nar siempre ha funcionado por el sistema del bocaoreja. De cualquier forma, abrir con Santos y Raga fue una apuesta de riesgo, como debe ser toda cultura que se tenga por tal.
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