En el territorio del yacar¨¦
Excursi¨®n desde Manaos al lago Mamori, en pleno Amazonas brasile?o
El primer espect¨¢culo que ofrece Manaos, capital de 1,4 millones de habitantes, es el encuentro de dos r¨ªos: el Solimoes y el Negro. En cuanto el visitante llega, la capital de la Amazonia brasile?a le invita a desplazarse hacia el norte, a 10 kil¨®metros del puerto fluvial, para fotografiar las aguas color chocolate del Solimoes, que arrastran una marea de troncos y engullen literalmente las ferruginosas corrientes del r¨ªo Negro. Al espect¨¢culo se suman adem¨¢s grupos de delfines, rosados o plateados, saltando.
Los turistas regresan a la ciudad en un barco acristalado, que tambi¨¦n es restaurante, para celebrar su viaje a la selva con una buena comida a base de pirarucu o tucunar¨¦, dos de los peces m¨¢s preciados en estas latitudes. Atr¨¢s, lejos de las miradas curiosas, el gran Amazonas, tan ancho que ni siquiera permite distinguir sus orillas, se ir¨¢ remansando hacia el este, hasta desembocar en el Atl¨¢ntico, a 1.500 kil¨®metros de Manaos.
Algunos hoteles, agencias y gu¨ªas particulares ofrecen excursiones a la carta que conviene pensarse. Por ejemplo, la aventura que propone Norberto, de la tribu de los tikuna: un viaje de cinco d¨ªas en una endeble canoa a motor, por 600 reales (unos 200 euros). Nuestro destino ser¨¢ el lago Mamori, a unos 80 kil¨®metros de la ciudad, por el r¨ªo Arex¨¢, sorteando un infinito bosque inundado, con derecho a dormir en el coraz¨®n de la selva en hamacas, comiendo pollo con arroz y pl¨¢tano frito mientras se espantan los mosquitos y, con ellos, la amenaza de enfermedades como la malaria y el dengue.
"Mi tribu vive a 17 d¨ªas en barco de aqu¨ª, remontando el r¨ªo Solimoes, en la frontera de Brasil con Per¨²", explica Norberto en perfecto castellano, mientras, impasible, acciona el motor. En el animado pueblo de Careiro toca acopio de provisiones (dos pollos, arroz, caf¨¦, combustible, un sombrero, velas...). Y luego ya s¨ª, viajero y gu¨ªa se van r¨ªo abajo (el sentido de la corriente del Arex¨¢ casi no se aprecia) mientras sortean meandros y ¨¢rboles gigantes sumergidos en aguas eternas, descubren bandadas de aves de vivos colores o admiran animales ex¨®ticos.
Humedad y espacio
El d¨ªa se presenta despejado, aunque la humedad vuelve casi insoportables los 25 grados de temperatura ambiente. La canoa avanza despacio. Aqu¨ª y all¨¢, los mont¨ªculos que sobresalen del agua alojan una caba?a habitada. Otras casas rudimentarias flotan a la orilla del r¨ªo; es la mejor soluci¨®n para sortear el fluctuante nivel de las aguas, que puede subir hasta 16 metros durante la estaci¨®n de las lluvias.
En las orillas fangosas, las mujeres lavan cacharros y ropa. Y a su vera, grupos de ni?os chapotean ajenos a las serpientes, a la amenaza del yacar¨¦ (caim¨¢n) o de las p¨¦rfidas pira?as, que muerden sin compasi¨®n todo aquello que se ponga a tiro.
En las inmediaciones del lago Mamori -y entre los r¨ªos que se pierden, entrelazan, se funden en lagos y vuelven a aparecer como cauces inmensos-, el mundo se reduce a tres cosas: cielo, bosques y agua. A veces se descubre un barco de turistas que han pasado una noche en alguno de los lodges (albergues) flotantes, acondicionados con camas, duchas y ba?o.
Norberto insiste en que para sentir la selva no basta con llegar y volver a partir. "Es un estado de ¨¢nimo, una experiencia que requiere tiempo". Ofrece la posibilidad de sentirnos insignificantes en la inmensidad (s¨®lo en Brasil, la selva amaz¨®nica equivale a tres veces la superficie de Espa?a). De modo que su propuesta es dormir al raso, arropados en el chillido inquietante de los monos y arrullados por cientos de aves. Y para redondear la emoci¨®n: una tarde de pesca de pira?as, caza de yacar¨¦s por la noche y una excursi¨®n por tierra firme para ver tar¨¢ntulas del tama?o de un pu?o, serpientes de diversas longitudes (algunas venenosas), avispas y hormigueros que cuelgan de las ramas de los ¨¢rboles. ??rboles? ?rboles los hay para todos los gustos y de todos los tama?os. Desde el que da "leche espesa" hasta el m¨¢s conocido del caucho, pasando por el palo-brasil (de madera del color de las brasas, que dio nombre al pa¨ªs).
Tenemos tambi¨¦n la ocasi¨®n de charlar con una familia local y escuchar las sabias lecciones de una abuela sobre plantas medicinales, consejos para curar el mal de ojo y remedios para despertar el apetito sexual o el amor entre los semejantes.
La inmersi¨®n en la selva se adereza cada noche con las narraciones del gu¨ªa. Norberto ha sido buscador de oro en Per¨², de esmeraldas en Colombia; tambi¨¦n tuvo una tienda de ropa en alg¨²n lugar de Venezuela... Se arruin¨® media docena de veces y otras tantas renaci¨® tras incre¨ªbles accidentes. Norberto no se cansa de hablar de su tribu, los tikuna, que habitan en el conf¨ªn de la selva, a casi 2.000 kil¨®metros de Manaos. "Hay gu¨ªas que vienen hasta de la Guayana holandesa... Y se creen que conocen la selva. ?Pero la selva s¨®lo la conocemos los que somos hijos de ella!", concluye, orgulloso, mientras entrega un bol¨ªgrafo con el nombre que ha elegido para su empresa tur¨ªstica: The Jungle Man (El Hombre de la Selva).
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