El museo de los horrores
El Museo Nacional de Ciencias Naturales, uno de los m¨¢s antiguos del mundo y dotado de un plantel excepcional de investigadores, tiene un lado oscuro, muy oscuro. El 99% de sus fondos se apila en malas condiciones en unas naves a las afueras de Madrid. Por primera vez abren sus puertas para denunciar el caos.
El esqueleto de un jabal¨ª de 1768 sale del retrete y se abre paso entre cientos de gigantescos huesos de ballenas apilados en desorden en los lavabos. Las duchas est¨¢n reservadas para las mand¨ªbulas de otra ballena, los colmillos de un elefante y viejas pieles acartonadas de ginetas y gatos monteses, adornadas con telara?as. En otro almac¨¦n, osos, monos, cebras, rinocerontes y miles de aves de todos los rincones del mundo fijan la mirada en los visitantes ocasionales o asoman la cabeza entre cientos de cajas con gestos que, gracias a las magn¨ªficas naturalizaciones que se hicieron con ellos, parecen suplicar un destino mejor que estas naves de las afueras de Madrid.
Las colecciones del museo est¨¢n cuantificadas en m¨¢s de nueve millones de ejemplares
Hace seis a?os, el desastre rond¨® estas instalaciones. Una de las naves se inund¨®
"Siempre inquilino de precario y hu¨¦sped molesto en casa ajena", dijo el director Emiliano Aguirre
?scar Soriano, vicedirector: "Hemos insistido en el peligro evidente de perder colecciones"
Los expedicionarios, taxidermistas, investigadores o conservadores que los capturaron, disecaron, estudian o cuidan tambi¨¦n desear¨ªan que se expusieran o conservaran de forma m¨¢s digna en el museo de ciencias al que pertenecen. En el museo donde, junto a ellos, podr¨ªan ver la luz otros miles de tesoros de la naturaleza mundial, desde incunables, mapas e ilustraciones de la literatura cient¨ªfica hasta restos f¨®siles y colecciones entomol¨®gicas ¨²nicas por su belleza y valor. En el museo situado en la capital de un pa¨ªs que contiene, y se vanagloria de ello, la mayor biodiversidad de Europa occidental. En las condiciones actuales, estos deseos parecen inalcanzables.
El Museo Nacional de Ciencias Naturales, uno de los m¨¢s antiguos del mundo, expone menos del 1% de sus fondos, cuantificados en m¨¢s de nueve millones de ejemplares repartidos entre vertebrados, insectos, moluscos, f¨®siles, minerales, libros, fotograf¨ªas e ilustraciones. Imposible exponer este patrimonio en el edificio cercano al madrile?o paseo de la Castellana. Ni siquiera otro 1%. Por primera vez, los lectores pueden conocer d¨®nde est¨¢ el verdadero museo y en qu¨¦ situaci¨®n se encuentra. Puertas de naves industriales, de edificios ruinosos, de s¨®tanos, de despachos y de salas con armarios y miles de cajones con millones de muestras se abren y tras ellas salta la belleza, la sorpresa, la indignaci¨®n.
Viejos edificios del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (organismo al que est¨¢ adscrito el museo) situados en el pol¨ªgono industrial de Arganda del Rey (Madrid) acogen la parte m¨¢s voluminosa de los fondos de las exposiciones. "Aqu¨ª est¨¢ gran parte de lo que a la gente le gustar¨ªa ver expuesto", confirma Josefina Barreiro, conservadora responsable de la colecci¨®n de aves y mam¨ªferos. Para cualquier aficionado a la naturaleza, destapar algunas de las cajas de las naves de Arganda lleva aparejada una sensaci¨®n similar a la que sienten los ni?os al abrir un sobre sorpresa. Emoci¨®n y expectaci¨®n. Te puede tocar un b¨²ho real, un ganso egipcio y una garza real, o un castor, una marta y un mono arbor¨ªcola. Josefina Barreiro recoge con especial mimo una peque?a pieza de un ave parecida a un petirrojo. "Este trozo resulta important¨ªsimo para saber c¨®mo se realiz¨® exactamente la naturalizaci¨®n e intentar conseguir una similar a partir de ella". La mayor¨ªa presenta a¨²n buen estado de conservaci¨®n, aunque no se sabe por cu¨¢nto tiempo. Hace seis a?os, el desastre rond¨® estas instalaciones, y a Josefina le toc¨® vivir con angustia el rescate de muchos ejemplares tras la inundaci¨®n de uno de los edificios. Ya entonces, los responsables reconocieron que exist¨ªa un problema serio de falta de espacio y hab¨ªa que buscar un sitio alternativo para la conservaci¨®n de los ejemplares.
Este estado de precariedad no viene de ahora. Con escasos periodos de bonanza y entendimiento entre ciencia y pol¨ªtica, como los vividos bajo la direcci¨®n de Ignacio Bol¨ªvar (1901-1936) y durante los primeros Gobiernos socialistas (1982-1990), la historia de esta instituci¨®n desde su constituci¨®n (1771) ha vivido pulsos continuos de directores, conservadores y cient¨ªficos reclamando m¨¢s espacio y presupuesto para exponer, cuidar y hacer viable para su investigaci¨®n el patrimonio que encierra. "Antes del verano volvimos a poner en conocimiento del CSIC el lamentable estado en el que se hallan algunas colecciones, el deterioro de determinadas piezas -algunas ¨²nicas e insustituibles- y el peligro evidente de perderlas", declara ?scar Soriano, actual vicedirector de Colecciones. Una p¨¦rdida de incalculable valor, ya que centenares de cient¨ªficos de todo el mundo acuden aqu¨ª en busca de especies, de tejidos y de muestras de ADN para investigar en diferentes campos, incluida la medicina. S¨®lo en tejidos se realizan 800 pr¨¦stamos al a?o.
Pol¨ªticos ineptos, guerras de la Independencia y Civil, expolios, represalias franquistas a lo que se consideraba un nido de rojos y masones, promesas incumplidas y burocracias incomprensibles han contribuido a que un museo catalogado como gran instalaci¨®n cient¨ªfica europea por sus colecciones e investigaciones tenga cientos de miles de restos f¨®siles apilados en cajas en un s¨®tano atacado por la humedad y con un dif¨ªcil y peligroso acceso por una escalera de desiguales escalones. "Esto est¨¢ lleno de incomodidades, y la falta de luces y espacios adecuados obliga a moverte con un cuidado extremo, tanto por los f¨®siles que manejas como por tu propia integridad f¨ªsica", afirma Celia Santos, conservadora de la colecci¨®n de invertebrados f¨®siles y paleobot¨¢nica y una de las dos ¨²nicas personas que trabajan en un departamento que invierte tiempo en conservar, inventariar, buscar y ceder muestras, recolocarlas y atender labores administrativas. Dos personas ante la mayor y m¨¢s variada colecci¨®n de Espa?a, con representaci¨®n de todos los yacimientos de nuestro pa¨ªs y de todos los periodos; en total, s¨®lo en invertebrados f¨®siles, la cifra sobrepasa el mill¨®n de ejemplares.
De tan injusta manera se pagan los servicios prestados por el museo a la ciencia y la cultura. En la actualidad, sus fondos se utilizan en diferentes exposiciones en A Coru?a, C¨®rdoba, Valencia, Brasil, Estados Unidos y Canad¨¢, y en sus comienzos nutrieron las primeras vitrinas de los museos de Am¨¦rica, Antropolog¨ªa y Arqueol¨®gico, e incluso de la Biblioteca Nacional y la pinacoteca del Prado, edificio dise?ado por Juan de Villanueva en 1780 para albergar el Real Gabinete de Historia Natural, embri¨®n del actual museo. La cercan¨ªa del Real Jard¨ªn Bot¨¢nico, la faz vegetal de las colecciones naturales, con dise?o del mismo arquitecto, explica la primera intenci¨®n de situar a su vera las de zoolog¨ªa, geolog¨ªa y paleontolog¨ªa. Otro edificio cercano, el Palacio de Fomento, sede del actual Ministerio de Agricultura, tambi¨¦n estuvo entre las sedes candidatas. Se perdieron entonces varias oportunidades de oro para situar al museo en el eje cultural Recoletos-Prado, y que sus colecciones, exposiciones y actividades resaltaran junto a las que posteriormente llegaron con el Reina Sof¨ªa, el Thyssen-Bornemisza, el Arqueol¨®gico, la Casa de Am¨¦rica o la Biblioteca Nacional.
Tras un azaroso paso por los bajos de esta ¨²ltima, despu¨¦s de ser literalmente expulsado en 1895 de su ubicaci¨®n en la calle de Alcal¨¢ para ampliar las oficinas del Ministerio de Hacienda, se eligi¨® finalmente un enclave que al principio no pintaba mal. Ser¨ªa en la colina de los Chopos, donde posteriormente se instalar¨ªan, siguiendo sus pasos, notables edificios como la Residencia de Estudiantes. Sin embargo, desde el principio se sab¨ªa que tambi¨¦n aqu¨ª se estar¨ªa de prestado. Se decidi¨® situarlo en el Palacio de la Industria y Bellas Artes, donde comparte espacio en minor¨ªa con la Escuela T¨¦cnica Superior de Ingenieros Industriales, que parte por la mitad las exposiciones de zoolog¨ªa y geolog¨ªa. "Siempre inquilino de precario y hu¨¦sped molesto en casa ajena", resum¨ªa Emiliano Aguirre, reputado paleont¨®logo, art¨ªfice del ¨¦xito del yacimiento de Atapuerca y director en los a?os ochenta, en la introducci¨®n a un libro sobre la historia del museo hasta 1935.
Pero la dejadez ha llegado hoy a un punto sangrante. Simples m¨®dulos de obra prefabricados albergan los trabajos de parte de una respetada comunidad cient¨ªfica que sobrepasa las 300 personas. Con ello se refuerza la imagen esperp¨¦ntica de un centro que, por otro lado, es el m¨¢s prol¨ªfico en proyectos de investigaci¨®n de los adscritos al ¨¢rea de Recursos Naturales del CSIC y presenta un ¨ªndice de impacto entre publicaciones cient¨ªficas equiparable o superior al de los museos de historia natural de Londres, Berl¨ªn, Nueva York, Washington o Par¨ªs.
No hay hueco para las tinieblas en instalaciones como las de la capital francesa. En 1994, los diferentes ministerios implicados en su conservaci¨®n contrataron los servicios de afamados arquitectos e incluso directores de cine para remodelar la que es ahora una de sus exposiciones estrella, la Gran Galer¨ªa de la Evoluci¨®n. Para contarlo todo, en Par¨ªs, los arquitectos Paul Chemetov y Borja Huidobro, y el realizador Ren¨¦ Allio, dispon¨ªan de partida con 6.000 metros cuadrados para imaginar y montar su gran obra, superficie a la que hay que a?adir las exposiciones de minerales o la de paleontolog¨ªa. En Madrid, la evoluci¨®n, la zoolog¨ªa, la geolog¨ªa, la paleontolog¨ªa e incluso la biblioteca ocupan, en total, 4.300 metros cuadrados.
"Yo tambi¨¦n digo que el problema de espacio que tenemos es grave. Si no fuera as¨ª, nosotros nos podr¨ªamos plantear montar igualmente grandes exposiciones, incluso mejores, relacionadas con la biodiversidad, la evoluci¨®n, el cambio clim¨¢tico?". Alfonso Navas, actual director, no se aparta de la l¨ªnea cr¨ªtica mantenida por sus antecesores, aunque matiza que, como organismo del CSIC, "tenemos un presupuesto importante destinado a investigaci¨®n, pero una partida muy reducida para conservaci¨®n, divulgaci¨®n y exposici¨®n". En su despacho, que alberga parte del mobiliario que utilizaron el conde de Floridablanca y los primeros directores en la segunda mitad del siglo XVIII (Antonio de Ulloa y Franco D¨¢vila), busca afanosamente la cifra con la que trabajaron durante 2006. Se da otra situaci¨®n de pasmo cultural: la cifra fue de 300.000 euros para exposiciones. S¨®lo la factura del servicio de vigilancia del museo asciende a 400.000 euros. "Todas estas carencias nos castran profundamente y nos impiden crecer, porque no podemos montar las exposiciones que nosotros quisi¨¦ramos, acorde con nuestras colecciones, y estamos condicionados a aceptar las que patrocinan empresas e instituciones", remata el vicedirector, ?scar Soriano.
S¨®lo el empe?o y el celo profesional de una plantilla reducida mantienen en alto el list¨®n de unos fondos abocados al desconocimiento del mundo exterior. Soriano entr¨® a formar parte del museo en 1985, gracias a un programa de recuperaci¨®n de las colecciones que supuso la contrataci¨®n de nuevo personal cualificado y el inicio de uno de los periodos m¨¢s fruct¨ªferos. "La conservaci¨®n es tarea complicada cuando te encuentras ante cientos de miles de moluscos amontonados en cajas de madera; hay que limpiar, buscar etiquetas, recurrir a diarios de expedici¨®n y conseguir el mayor n¨²mero de citas sobre captura, fecha, localidad, etc. Ni para nosotros como investigadores, ni para el p¨²blico en las exposiciones sirve de nada observar un caracolito del que no sabemos ni su nombre, ni de d¨®nde procede", explica el vicedirector mientras despliega una esplendorosa colecci¨®n de caracoles terrestres de Cuba y Filipinas. Colores, formas y tama?os inveros¨ªmiles salen y entran de cientos de bandejas que dan testimonio del pasado colonial de Espa?a, aspecto decisivo para que Carlos III encargara en 1771 la creaci¨®n del Real Gabinete de Historia Natural. En su interior hab¨ªa que alojar valiosas piezas zool¨®gicas y geol¨®gicas que se tra¨ªan de las posesiones del imperio espa?ol. A ellas se un¨ªan las que proced¨ªan de las primeras expediciones cient¨ªficas, como las de Alejandro Malaspina (1789-1794) y la del Pac¨ªfico (1862-1866). De esta ¨²ltima hay muestras repartidas por todo el museo, incluida una de gran relevancia protagonizada por insectos.
Isabel Izquierdo ocupa ahora el puesto de conservadora responsable de la colecci¨®n de entomolog¨ªa, y cita la herencia de la expedici¨®n del Pac¨ªfico junto a otras de gran relieve cedidas por algunos de los naturalistas m¨¢s importantes del siglo XIX (Mariano de la Paz Graells, Eduardo Carre?o, Juan Mieg, Teodoro Seebold). Izquierdo se esfuerza en mostrar el lado positivo mientras exhibe cajones repletos de mariposas de encendidos colores, escarabajos, saltamontes, insectos palo? "Nos felicitan desde el extranjero por el dise?o de cajas que hemos hecho para lograr una mejor conservaci¨®n que impida que polvo, gases t¨®xicos y otros agentes ataquen a las colecciones". A pesar de sus esfuerzos y el de otras tres personas que velan por el mantenimiento de cuatro millones de ejemplares pertenecientes a 40.000 especies, s¨®lo se ha podido cambiar a cajas id¨®neas entre el 15% y el 17% de la colecci¨®n entomol¨®gica. A todo ello hay que a?adir la gesti¨®n de un tr¨¢fico de salidas y entradas cercano a los 13.000 ejemplares anuales.
Otra fuerza viva dentro del museo es Carmen Velasco, t¨¦cnica especialista del servicio de documentaci¨®n. Mientras recuerda lo mal que se pas¨® con la ocupaci¨®n francesa y la etapa franquista, se enfunda unos guantes y con extrema delicadeza extrae de unos maperos l¨¢minas y documentos originales pertenecientes a las primeras colecciones que engrosaron el museo: las de su primer director, Pedro Franco D¨¢vila. Algunas, datadas entre 1760 y 1763, pertenecen al pintor y dibujante franc¨¦s Jacques Philippe Caresme, y representan moluscos con un realismo que salta de las l¨¢minas. Nueve fondos de documentaci¨®n con archivos textuales y uno especial con fotograf¨ªas, iconograf¨ªas y l¨¢minas forman otro tesoro que se repasa mientras van saliendo otros nombres se?eros de la historia y la ciencia espa?ola y mundial relacionados con el museo: Jorge Juan, Godoy, Humboldt, Carlos Linneo, F¨¦lix de Azara, Jos¨¦ Celestino Mutis? Durante la conversaci¨®n con la archivera, un elemento extra?o viene a corroborar la precaria situaci¨®n. Una gotera obliga a cubrir r¨¢pidamente con pl¨¢sticos los archivadores. No habr¨¢ inundaci¨®n como en Arganda del Rey el a?o 2002, pero Carmen avisa: "No es la primera gotera que aparece. No estamos en un sitio bien acondicionado porque este edificio no se hizo para el museo, y eso se acaba pagando".
A la hora de buscar soluciones, desde la direcci¨®n se ponen sobre la mesa dos. La que m¨¢s se defiende pasa por construir nuevos edificios a la espalda del museo para los laboratorios y como almac¨¦n apropiado para las colecciones. De esta manera se libera todo el espacio actual (11.000 metros cuadrados) s¨®lo para exposiciones. "El CSIC nos ha prometido la cesi¨®n de un edificio de unos 2.000 metros cuadrados aleda?os al museo", recuerda el director. Un primer paso en la buena senda.
Como segunda opci¨®n, de mayor potencial, queda la de trasladar a los ingenieros industriales a otras instalaciones, aunque esta operaci¨®n es vista con menos simpat¨ªas por plantearse a m¨¢s largo plazo. Jos¨¦ Luis Anto?anzas, vicepresidente de la Sociedad de Amigos del Museo y una de las personas m¨¢s activas en los ¨²ltimos tiempos en la recuperaci¨®n y consolidaci¨®n de la parte expositiva y divulgativa, opina: "Ser¨¢ dif¨ªcil obtener lo que el museo se merece mientras se dependa s¨®lo y tan estrechamente de un organismo de investigaci¨®n y de ninguno de cultura".
Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia, Ayuntamiento y Comunidad de Madrid conocen las carencias, demandas y propuestas porque, entre otros acercamientos realizados desde la direcci¨®n, est¨¢n representados en el patronato del museo. El Ayuntamiento ha hecho saber que dar¨ªa ayuda si se tiene en cuenta la segunda opci¨®n, para lo que facilitar¨ªan el traslado de la Escuela de Ingenieros a otro punto de la ciudad. La Consejer¨ªa de Cultura de la Comunidad de Madrid dice no haber recibido una petici¨®n expresa por parte del museo, y el Ministerio de Educaci¨®n, del que depende el CSIC y, por tanto, principal responsable en la toma de decisiones, calla y no contesta. Una postura que mina la paciencia de las personas que trabajan en y por el museo, pero tambi¨¦n la de los visitantes. Algo debe de notar la gente cuando la media de entradas en los a?os setenta rondaba las 600.000 anuales y ahora no pasa de las 200.000.
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