Madrid m¨¢gico
De vez en cuando leo publicaciones sobre Madrid escritas por extranjeros que viven aqu¨ª, como una manera muy c¨®moda y directa de ver nuestra ciudad con otros ojos. Mi preferida es una en ingl¨¦s entre cuyas p¨¢ginas se anuncian, por ejemplo, el Mediterranean breakfast y la Spanish tortilla o los Iberian products con letras tan g¨®ticas y majestuosas sobre ilustraciones de Sancho Panza o el Busc¨®n, que dan ganas de lanzarse a esos sitios que parecen que s¨®lo existen para los extranjeros, pero donde el simple pincho de tortilla ha pasado a otra dimensi¨®n. Por cierto, hablando de letras g¨®ticas, aprovecho para decir que las cartas de algunos restaurantes est¨¢n escritas con trazos tan historiados que es imposible leerlas, sobre todo si la luz es tenue. Tal vez est¨¦n as¨ª pensadas para que mientras que los clientes sacan las gafas de cerca y se van ayudando unos a otros en descifrar la caligraf¨ªa les vaya entrando apetito, porque ya se sabe que la actividad cerebral consume gran parte de nuestra energ¨ªa, as¨ª que cuando por fin se cierra la carta y se guardan las gafas uno se va derecho al chulet¨®n. Puede que las grandes cosas del mundo funcionen a la buena de Dios, pero que en cambio estas peque?as est¨¦n muy bien pensadas.
Por otra parte, no nos enga?emos, el mediterranean breakfast el nativo no lo toma en una sola dosis, como los anglosajones que se meten un atrac¨®n antes de salir de casa, sino que se va poco a poco. A las ocho uno se bebe un caf¨¦ deprisa y corriendo quem¨¢ndose la lengua. Al poco de llegar a la oficina se baja con alg¨²n compa?ero a tomar otro caf¨¦, que digamos que es de tr¨¢mite, para tomar tierra. Y a eso de las once viene el cruas¨¢n a la plancha con mermelada y zumo. Nada que ver con el chorizo a la plancha o el jam¨®n de anta?o regados con spanish wine, que han tenido que recuperar los extranjeros amantes de nuestras tradiciones.
Existe un Madrid de los museos, un Madrid de los monumentos, de las joyer¨ªas, de las tiendas de ropa, de los locales de copas. Y as¨®mbrese, interesa mucho el Madrid m¨¢gico. En este sentido, y sin querer ser descre¨ªda, Madrid con su buen tiempo y su aire mundano, las raciones de callos y el cocido madrile?o no le inclina a uno hacia lo paranormal, campo en el que se hicieron muy populares las psicofon¨ªas de Raimunda, del Palacio de Linares, la actual Casa de Am¨¦rica. El problema es que no existe lugar que menos haga pensar en lo sobrenatural que un edificio oficial, con oficinas y gente que sale y entra constantemente. Y donde el eco de tanta palabra como all¨ª se pronuncia en conferencias y presentaciones habr¨¢ apagado ya las de la famosa Raimunda.
Algo parecido ocurre con la Casa de las siete chimeneas, que alberga el Ministerio de Cultura, donde en tiempos se ve¨ªa el fantasma de Elena por los tejados, envuelta en ropajes vaporosos. Es imposible que Elena, por muy inmaterial que sea, pueda ahora orientarse por los despachos y pasillos de un ministerio, aunque sea el de Cultura. M¨¢s escalofriante es lo que sucede en el Museo Reina Sof¨ªa, donde al parecer los funcionarios han denunciado hechos fuera de lo com¨²n, atribuidos en parte a que en origen la construcci¨®n fue un hospital en el que murieron miles de personas que fueron enterradas en el subsuelo. Y en los pisos de la plaza Mayor a¨²n resuenan los gritos de los ajusticiados por la Inquisici¨®n, algo dif¨ªcil de apreciar mientras uno se abre paso entre las alegres terrazas extendidas al sol y el olor a calamares. Otra cosa deben de ser las iglesias, donde el Madrid religioso se mezcla con el supersticioso.
En la iglesia de San Gin¨¦s, por ejemplo, una de las m¨¢s antiguas de la ciudad, hay un fantasma sin cabeza que habla. Y as¨ª podr¨ªamos seguir aunque, en general, echo de menos m¨¢s leyendas urbanas, que despierten nuestro sexto sentido, y que el rinc¨®n m¨¢s sobrecogedor de la ciudad no sea el Museo de Cera. A pesar de que trato de mirar Madrid con los ojos del misterio, la realidad se impone con una fuerza aplastante y lo m¨¢s inquietante que encontramos es la manera de conseguir un alquiler aceptable, no hablemos ya de comprar un piso.
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