?Ser dem¨®crata es ser de izquierdas?
Ante la afirmaci¨®n de que la respuesta a la crisis de identidad de la variopinta izquierda europea es la creaci¨®n de un "partido democr¨¢tico", de amplios y difusos perfiles, convendr¨ªa saber si el problema es de nombre o de contenido. Parece impensable referirse al futuro de la izquierda en Europa sin anclar ese debate en la democracia y su profundizaci¨®n. Pero conviene aclarar a qu¨¦ nos referimos cuando hablamos de democracia. Aceptemos que deben existir unas reglas m¨ªnimas sobre las que fundamentar un ejercicio democr¨¢tico (Asamblea legislativa y representativa, no discriminaci¨®n e igualdad de voto, libertad de elecci¨®n entre alternativas que compiten, principio mayoritario y garant¨ªas para las minor¨ªas, responsabilidad del Gobierno), pero sabiendo que la existencia de esas reglas no implica el que se consigan los fines que desde siempre han inspirado la lucha por la democratizaci¨®n de nuestras sociedades; es decir, la igualdad no s¨®lo jur¨ªdica, sino tambi¨¦n social y econ¨®mica. Esa aspiraci¨®n fue la raz¨®n de ser de los movimientos democr¨¢ticos desde que se alteraron los principios teocr¨¢ticos y autoritarios del poder. Los "levellers" en Inglaterra o los "egaux" de Babeuf, por retrotraernos a los or¨ªgenes, no se conformaban con el principio representativo como nuevo elemento constitutivo, sino que pretend¨ªan hacer realidad la aspiraci¨®n igualitaria, la aspiraci¨®n democr¨¢tica.
Lo significativo es replantear el ejercicio de la pol¨ªtica como instrumento de transformaci¨®n social
Lo que ha ocurrido en los ¨²ltimos a?os es un creciente desapoderamiento de la capacidad popular de influir y condicionar las decisiones, y tenemos el peligro que de las aspiraciones democr¨¢ticas -"las promesas de la democracia" (Bobbio)- nos acaben s¨®lo quedando los ritos formales e institucionales. Nos quedamos con las reglas, desaparecen los valores. Dice Albert Hirschman que un r¨¦gimen democr¨¢tico consigue legitimidad cuando sus decisiones emanan de una completa y abierta deliberaci¨®n entre sus grupos, ¨®rganos y representantes. Pero eso es cada vez menos cierto para los ciudadanos, cuando son las corporaciones y lobbies econ¨®micos los que influyen y presionan a unas instituciones que no disponen de los mecanismos de que dispon¨ªan para equilibrar ese juego. Crece la "exclusi¨®n pol¨ªtica" al crecer las situaciones de exclusi¨®n social (que reducen el ejercicio de ciudadan¨ªa), y porque crece la sensaci¨®n de inutilidad del ejercicio democr¨¢tico-institucional en esa "democracia de baja intensidad" -con fuertes limitaciones de las capacidades reales de los gobiernos en el nuevo escenario de mundializaci¨®n econ¨®mica-, o porque los actores pol¨ªtico-institucionales est¨¢n cada vez m¨¢s encerrados en su universo autosuficiente. La reserva de legitimidad de la democracia se va agotando, cuando su aparente hegemon¨ªa como "¨²nico" sistema viable y aceptable de gobierno parece mayor que nunca.
En el contexto actual de cambio de ¨¦poca, la democracia es, pues, una expresi¨®n que explica menos, al estar permanentemente en boca del FMI, del Banco Mundial, de la ONU, o de protagonistas tan dispares como Bush, Ch¨¢vez, Sarkozy, Morales, Putin, Aznar o Ibarretxe. Y lo cierto es que, si tratamos de recuperar su sentido primigenio y complejo, la democracia y la aspiraci¨®n igualitaria que contiene, no es algo que pueda asumirse por ese variopinto conjunto de actores e instituciones pac¨ªficamente y sin contradicciones. La ciudadan¨ªa aumenta su escepticismo-cinismo en relaci¨®n con la actividad pol¨ªtico-institucional, y en esa l¨ªnea, la relaci¨®n con pol¨ªticos e instituciones tiende a volverse m¨¢s utilitaria, m¨¢s de usar y tirar, con pocas esperanzas de influencia o de interacci¨®n "aut¨¦ntica".
El debate sobre el futuro de la izquierda en Europa adquiere, pues, nuevos significados. El tema no es c¨®mo recuperar o mantener el poder, y si ayuda para ello el llamarse "partido democr¨¢tico"; lo significativo es replantear el ejercicio de la pol¨ªtica como instrumento de transformaci¨®n social. La pregunta ser¨ªa ?c¨®mo avanzamos hacia un mundo en el que los ideales de autonom¨ªa, emancipaci¨®n e igualdad puedan cumplirse de manera m¨¢s satisfactoria, manteniendo adem¨¢s la aceptaci¨®n de la diversidad como elemento estructurante en un escenario indefectiblemente globalizado? La respuesta es "democracia". Una democracia que recupere el sentido transformador, igualitario y participativo. Y que, por tanto, supere esa visi¨®n utilitaria, formalista, minimalista y encubridora muchas veces de profundas desigualdades y exclusiones que tiene ahora en muchas partes del mundo.
Recordemos que capitalismo y democracia no han sido nunca t¨¦rminos que convivieran con facilidad. La fuerza igualitaria de la democracia ha casado m¨¢s bien mal con un sistema econ¨®mico que considera la desigualdad como algo natural y con lo que hay que convivir de manera inevitable, ya que cualquier esfuerzo en sentido contrario ser¨¢ visto como distorsionador de las condiciones ¨®ptimas de funcionamiento del mercado. No queremos con ello decir que democracia y mercado son incompatibles, sino que no pueden convivir sin tensi¨®n. Una tensi¨®n que surge del car¨¢cter eminentemente conflictivo y antagonista de la pol¨ªtica que no puede desgajarse de la divisi¨®n social, cuando, en cambio, muchas veces se trata de minimizar ese conflicto o de silenciar las voces discordantes con un aparente consenso universal con la "democracia". Puede haber consenso con los que defiendan los valores ¨¦tico-pol¨ªticos de libertad e igualdad para todos, pero seguir¨¢ existiendo conflicto pol¨ªtico sobre la interpretaci¨®n concreta de esos valores, y sobre los efectos desestabilizadores de las condiciones subordinadas y desiguales de partida.
Desde la izquierda, se ha de llevar el debate de la democratizaci¨®n a esferas que parecen hoy blindadas: qu¨¦ se entiende por crecimiento, qu¨¦ entendemos por desarrollo, qui¨¦n define costes y beneficios, qui¨¦n gana y qui¨¦n pierde ante cada opci¨®n econ¨®mica aparentemente objetiva y neutra. Desde un punto de vista m¨¢s estrictamente pol¨ªtico, lo primero es entender que la pol¨ªtica no es s¨®lo institucional. Y lo segundo es que pol¨ªtica quiere decir capacidad de dar respuesta a problemas colectivos. Por tanto, parece importante avanzar en nuevas formas de participaci¨®n colectiva y de innovaci¨®n democr¨¢tica que no se desvinculen del cambio concreto de las condiciones de vida de la gente. Bienvenido el partido dem¨®crata en Italia o en Europa si ese cambio de nombre no es una "rendici¨®n" a una realidad que se acepta como es, con sus jerarqu¨ªas consolidadas, con sus desigualdades entendidas como "naturales". Bienvenido si logra recuperar el sentido primigenio y transformador de la palabra "democracia". Pero me temo que las cosas no est¨¢n yendo por esos derroteros.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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