Militante
Es evidente que el gobierno socialista tiene miedo a la Iglesia. En cambio la Iglesia, lejos de temer al gobierno socialista, lo desaf¨ªa abiertamente en su propio terreno. Frente a la Ley de la Memoria Hist¨®rica defendida por la izquierda no sin pudor, la Iglesia militante acaba de lanzarle un ¨®rdago a la cara y con el apoyo de la derecha montaraz se dispone a beatificar de una tacada en San Pedro de Roma con todo el boato, a 498 religiosos espa?oles asesinados durante la guerra civil y a crear en Valencia un oratorio de las v¨ªctimas junto a la ruta tur¨ªstica de la Ciudad de las Artes. Esta es la diferencia. Mientras el gobierno socialista trata a duras penas de sacar de las cunetas y de las fosas comunes a los asesinados del bando republicano y de reivindicar la inocencia de cuantos fueron condenados a muerte en juicios militares sumar¨ªsimos sin ninguna garant¨ªa, la Iglesia bajo la divisa de la santa desverg¨¹enza eleva a sus m¨¢rtires de la guerra civil a los altares por si a¨²n no ten¨ªan bastantes r¨®tulos de calles, monumentos y cruces en las fachadas de los templos, con lo cual la divisi¨®n de las dos Espa?as va a ser consagrada por toda la eternidad en la tierra, en el cielo y en el infierno. Como si se tratara de un material radioactivo muy peligroso al que hay que acercarse con trajes de amianto, el gobierno socialista no se atreve a denunciar el Concordato ni a imponer el estado laico. Se ha dicho que el gran milagro de la Iglesia es que exista todav¨ªa despu¨¦s de los esc¨¢ndalos que ha protagonizado a lo largo de la historia. Torturas, hogueras, cr¨ªmenes, incestos papales, guerras de religi¨®n a sangre y fuego no han sido suficientes para que sus fieles hayan perdido la fe. No es ning¨²n misterio. Gracias al terror de la gente sencilla al m¨¢s all¨¢ hoy la Iglesia conserva todav¨ªa un enorme poder en nuestra sociedad y no est¨¢ dispuesta bajo ning¨²n concepto a renunciar a esa carta marcada, que en el momento de la agon¨ªa se saca de la manga para jugarla sobre los despojos mortales. En Espa?a, frente a una exigua minor¨ªa que prefiere un funeral laico para despedir al difunto con la lectura de un poema de Rilke o con un lieder de Schubert, son multitud los que llevan el cad¨¢ver al templo donde el cura de turno se lo apropia, en muchos casos le felicita por haber muerto, le franquea alegremente por su cuenta las puertas del para¨ªso y despu¨¦s consuela a la familia anunci¨¢ndole que el finado la espera en el otro mundo para comer pasteles todos juntos eternamente. Esa es todav¨ªa su baraja.
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