Juguetes
La semana pasada estuvo presidida por un evento cultural de la m¨¢xima importancia. Quienes me conocen saben que me estoy refiriendo a la concesi¨®n de dos premios Nobel: el de Medicina y el de F¨ªsica. El de Medicina se concedi¨® en reconocimiento de ciertos avances en el campo de la tecnolog¨ªa gen¨¦tica; el de F¨ªsica honr¨® a quienes han hecho posibles las incre¨ªbles prestaciones del iPod. Dos conquistas obtenidas en el ignoto reino de lo infinitamente peque?o, donde reside lo que nos crea y lo que nos mata y lo que nos entretiene en el breve lapso que media entre esos dos momentos.
De estas actividades, la biotecnolog¨ªa es la que nos plantea m¨¢s problemas jur¨ªdicos y m¨¢s escollos morales, pero tambi¨¦n es la que nos puede aportar cambios m¨¢s radicales como individuos y como especie. Las plantas transg¨¦nicas no tienen buena prensa, pero m¨¢s corn¨¢s da el hambre; y aunque suene fant¨¢stico a los o¨ªdos del lego, en los laboratorios se est¨¢n domesticando virus y bacterias con fines terap¨¦uticos. Algo similar a lo que hicieron nuestros antepasados, cuando transformaron algunos animales salvajes para que dieran leche, huevos, seda y lana, o para guardar la casa y el ganado y hacer caca en las aceras: la futilidad del uso no merma el m¨¦rito de la obra. Al contrario, como demuestra el caso del iPod. La inform¨¢tica es una tecnolog¨ªa de incalculable complejidad, cuyo constante y acelerado desarrollo se mantiene gracias a los juguetes que va lanzando sin cesar al mercado. No as¨ª la biotecnolog¨ªa, que permanece encerrada en los laboratorios, sin ofrecer al ¨¢vido consumidor otra cosa que sustos y dilemas, sustentada por unas inversiones p¨²blicas y privadas cada vez m¨¢s remisas. La comunidad cient¨ªfica lo sabe y anda buscando aplicaciones dom¨¦sticas y l¨²dicas, pero por ahora los mutantes no dan mucho de s¨ª. No importa: algo inventar¨¢n. Cuando aparecieron las primeras computadoras, nadie pens¨® que saldr¨ªan de la NASA para convertirse en buzones de necedad, publicidad y pornograf¨ªa, y, de paso, en el mayor negocio de la historia del mundo. Mercantilismo, frivolidad o, simplemente, la naturaleza humana. Hay quien sostiene que la capacidad intelectual que nos distingue de los animales no deriva de la necesidad, sino del juego.
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