Obra
"... NO QUIERO irme contigo, no quiero ser feliz, quiero pintar", le espeta el artista Claude Lantier a su abnegada amante Christine Hallegrain, cuando ¨¦sta, desesperada, le mendiga un poco de atenci¨®n. No se trataba, en cualquier caso, de la caprichosa demanda de una timorata peque?o-burguesa de estrecha mente, no s¨®lo porque no era ¨¦sta la condici¨®n social Christine, sino porque su pat¨¦tica formulaci¨®n se hab¨ªa producido s¨®lo tras convencerse de que al fan¨¢tico Claude no le quedaba m¨¢s que acabar consigo mismo en aras de su visionaria pasi¨®n por el arte. La escena descrita pertenece a una novela de ?mile Zola (1840-1902), publicada originalmente en 1886 y ahora, por primera vez, traducida al castellano: La obra (Mondadori). Esta novela apareci¨® medio siglo despu¨¦s de que lo hiciera la titulada La obra maestra desconocida, de Balzac, donde tambi¨¦n se narra la implacable autodestrucci¨®n de otro pintor enajenado, Frenhofer, aunque ¨¦ste est¨¦ hist¨®ricamente ubicado a comienzos del siglo XVII. No fueron estas dos novelas, ni mucho menos, ¨²nicas en su g¨¦nero, el de artistas como h¨¦roes romancescos, que empez¨® a proliferar justo a comienzos de nuestra ¨¦poca y sigue vigente hoy, me atrever¨ªa a decir que con excesiva "rabiosa actualidad".
Siguiendo el quim¨¦rico arrebato moderno de crear una obra nunca antes as¨ª vista, no porque no se hubiese alcanzado una perfecci¨®n formal o t¨¦cnica semejantes, sino porque deber¨ªa, cada vez, reinventar de nuevo el arte mismo, se comprende la fascinaci¨®n literaria que produjeron estos pintores visionarios cuya sed de originalidad total les arrojaba a la locura. Por otra parte, la marginaci¨®n que padec¨ªan los artistas m¨¢s innovadores en el todav¨ªa muy rudimentario e imperfecto mercado art¨ªstico del siglo XIX acrecentaba comparativamente su prestigio como los aut¨¦nticos m¨¢rtires de la creaci¨®n en el seno de la materialista sociedad burguesa. Las tr¨¢gicas cuitas de los Frenhofer y los Lantier se parec¨ªan tanto a las de los artistas reales del momento que, desde el principio, se crey¨® reconocer en ¨¦stos los modelos inspiradores de aqu¨¦llos.
Aunque a lo largo del siglo XX y hasta ahora mismo, se siguen multiplicando las novelas con artistas como protagonistas, los enredos argumentales cada vez tienen menos que ver con los narrados por los escritores del XX. En cierto modo, es l¨®gico que as¨ª sea, porque la situaci¨®n en todos los sentidos del artista actual en nada se parece a la de su colega de hace m¨¢s de un siglo. Entre las muchas diferencias, una de las m¨¢s decisivas quiz¨¢ consista en que los creadores del presente ya no hacen "obras", sino "productos", lo cual minimiza los riesgos autodestructivos y transfiere la ¨¦pica a la gesti¨®n comercial. De todas formas, por muy anacr¨®nicos que nos resulten ahora Frenhofer y Lantier, deber¨ªamos preguntarnos a qu¨¦ se debe el que nos sigan intimidando, como si sus imaginados fracasos convirtieran nuestros reales ¨¦xitos en una impostura.
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