El optimismo de Winnie

Entre este montaje de Happy days (D¨ªas felices) y los que hemos visto anteriormente, media la distancia que hay entre la partitura para piano de Cuadros de una exposici¨®n y la versi¨®n orquestal de Ravel. Con un texto de c¨¢mara, para salas de peque?o y mediano formato, la directora brit¨¢nica Deborah Warner ha hecho un gran espect¨¢culo destinado a escenarios macro como el del teatro griego de Epidauro o como el de esta nave del antiguo matadero municipal de Madrid. El mont¨ªculo donde Winnie, su protagonista, vive enterrada hasta la cintura es, en manos del escen¨®grafo Tom Pye, un paraje inmenso, castigado por un sol abrasador y prolongado hasta el infinito por un tel¨®n pintado: la Tierra despu¨¦s de un cataclismo.

Todo ello es un envoltorio de regalo para el estupendo trabajo interpretativo de Fiona Shaw, que brillar¨ªa igual en una producci¨®n m¨¢s austera. Su Winnie, extravertida y entusiasta, llana a m¨¢s no poder, pasa bater¨ªa como un torrente. Es una sirena varada en una playa de hormig¨®n pulverizado, pero dispuesta a tirar para adelante. Reconocemos su optimismo injustificado y nos reconocemos en ¨¦l.

La actriz irlandesa presta su naturalidad al texto, lo sujeta a tierra, dice lo grave de manera sencilla. Por su boca, Beckett habla sin subrayados de la condici¨®n humana y de los estragos provocados por el paso del tiempo. El trabajo de direcci¨®n sirve al autor entera y francamente, pero, puestos a escoger, me conmovi¨® m¨¢s la puesta en escena intimista de Strehler, resuelta con mucho menos, que vimos en este mismo Festival de Oto?o hace unos a?os.