Los ases de la literatura viajera y su gran libro
Una selecci¨®n de las obras indispensables de 16 autores que han dejado huella en el g¨¦nero desde el siglo XX, o prometen hacerlo
Apsley Cherry-Garrard
El peor viaje del mundo
Era un hombre sensible, fr¨¢gil, medroso y con sentido del humor, y se meti¨® en una de las peores aventuras de la historia de la exploraci¨®n. Inevitablemente, su relato de aquella experiencia es una obra maestra. Apsley Cherry-Garrard (1886-1959) escribi¨® El peor viaje del mundo (Ediciones B) tras haber formado parte de la tr¨¢gica expedici¨®n de Scott al Polo Sur. El de Cherry, no obstante, no es el libro oscuro y desesperanzado que cabr¨ªa esperar (aunque le atorment¨® siempre no haber salvado a sus camaradas y algunas p¨¢ginas son tremendamente dram¨¢ticas) sino que est¨¢ lleno de humanidad (como en sus retratos de Scott y Oates), humor, iron¨ªa y hasta una extra?a y contagiosa joie de vivre. "La exploraci¨®n polar es la forma m¨¢s radical y al mismo tiempo m¨¢s solitaria de pasarlo mal que se ha concebido", escribe Cherry, que no obstante anima: "Vaya y explore".
Annemarie Schwarzenbach
Muerte en Persia
"De errancias trata este libro, y su tema es la ausencia de esperanza". As¨ª presenta la propia autora este librito tan peque?o y sin embargo tan enorme en emociones. Transcurre en Persia y es un "diario impersonal" con las experiencias de Schwarzenbach (1908-1942), el ¨¢ngel devastado e inconsolable, la andr¨®gina, lesbiana y melanc¨®lica viajera suiza de buena familia precipitada en los abismos del mal de vivre, los amores furtivos, las amistades peligrosas (Erika y Klauss Mann, entre otros), el alcohol y la morfina. Persia, con su "grandeza letal", sus paisajes (la evanescente cima del Demavent, Pers¨¦polis bajo la Luna), ejerc¨ªa una enorme atracci¨®n sobre ella. En el libro (Min¨²scula), fragmentario y desordenado, con la belleza herida de un collar roto, la frontera entre el yo y el exterior se hace pedazos en un bell¨ªsimo caleidoscopio de sue?os, ruinas y sufrimiento.
Freya Stark
La ruta de Alejandro
La gran dama del g¨¦nero, Freya Stark (1893-1993), que sufr¨ªa una desfiguraci¨®n a causa de un accidente de ni?a, fue una apasionada n¨®mada (a los 77 a?os a¨²n viajaba por el Himalaya) y una suerte de Lawrence de Arabia femenina -pionera en la exploraci¨®n de Oriente Pr¨®ximo, se involucr¨® durante la II Guerra Mundial en labores de inteligencia para atraer a los ¨¢rabes a la causa aliada-. En La ruta de Alejandro (Alba) sigui¨®, con Arriano bajo el brazo, los pasos del macedonio por Turqu¨ªa, describiendo el paisaje con su maravilloso estilo: "Celenes ten¨ªa ese aire enternecedor y fr¨¢gil de los oasis f¨¦rtiles, al pie de la altiplanicie barrida por los vientos, donde nada es lozano y domina una limpia austeridad, severa nodriza de la belleza". Stark deja a Alejandro camino de Gordio y de su destino. Y se le humedecen los ojos, en un momento de una hermosura inolvidable.
Wilfred Thesiger
Arenas de Arabia
"Es una tierra reseca e implacable que nada sabe de suavidad y facilidades". Thesiger (1910-2003) se refer¨ªa a los desolados desiertos del sur de Arabia pero podr¨ªa haber estado hablando de su alma. Pocas veces se ha dado una identificaci¨®n tan grande entre un viajero y un paisaje como entre sir Wilfred, parco en afectos, y el Rub'al Kali, el Territorio vac¨ªo, el peor desierto del mundo, que atraves¨® dos veces con los beduinos entre 1945 y 1950. El explorador brit¨¢nico, presa toda su vida de un anhelo de libertad, camarader¨ªa tribal y autenticidad fuera de la civilizaci¨®n, y del impulso de "ir a donde otros no hab¨ªan estado", narra de manera inolvidable su cruce de ese temible mar de dunas en Arenas de Arabia (Pen¨ªnsula), entre cuyas p¨¢ginas se escucha el sonido ¨²nico del roce de las patas de los camellos, "como peque?as olas que lamieran la playa".
Jan Morris
Venecia
Junto a su enorme agudeza, sensibilidad y cultura, Jan Morris (1926) posee un rasgo que la hace ¨²nica para escribir de viajes: ha estado en muchos lugares como mujer y como hombre (se hizo una operaci¨®n de cambio de sexo). Venecia es uno de sus lugares favoritos y su personalidad se entrelaza con la de la Seren¨ªsima, "la leona solitaria, dorada con ojos de ¨¢gata", de una manera muy particular. El libro que le dedic¨® a la metr¨®polis anfibia, lo escribi¨® cuando era un hombre, introduciendo cambios sustanciales luego. En sus p¨¢ginas se espejea extraordinariamente la ciudad -esa vieja dama de esplendor malhumorado- con sus duxes, sus pintores y sus g¨®ndolas. Leer Venecia (Pen¨ªnsula) es como abrir un tesoro encantado de historias, an¨¦cdotas impagables, detalles preciosos y mascaradas. Un refinado carnaval de ingenio y belleza.
Colin Thubron
En Siberia
El registro de Thubron (1939) es como un elegiaco solo de violonchelo en la tundra glaseada de nieve. No es que no haya en sus libros momentos divertidos y enternecedores, vivencias peligrosas, encuentros excitantes, pero el poso que deja su lectura es una honda melancol¨ªa, la imagen de unos paisajes desolados en los que predomina una est¨¦tica de lo mineral. Su prosa exquisita, insuflada de un h¨¢lito po¨¦tico de conmovedora sobriedad, es palabras mayores en la literatura de viajes. En En Siberia (Pen¨ªnsula), Thubron encontr¨® el mejor escenario f¨ªsico y moral para su escritura, 16.000 kil¨®metros de un territorio en descomposici¨®n ensombrecido por un pasado de horror y un futuro desesperanzado. Incre¨ªblemente, pudo vagar a voluntad en ese mundo surreal, conjurando chamanes buriatos, momias escitas, a Rasput¨ªn o Dostoievski y el espanto del gulag.
Norman Lewis
N¨¢poles 1944
Norman Lewis (1908-2003) era un hombre entra?able. Lo que se dice una buena persona. Su mirada no tiene igual en la literatura de viajes porque est¨¢ hecha de comprensi¨®n, humanidad, modestia y conciencia social. Sus libros, traten sobre la Amazonia o Indonesia, tienen una carga de denuncia de la explotaci¨®n de las gentes y las tierras. Eso los hace a¨²n m¨¢s hermosos. El mejor de ellos (Muchnik Editores y Ediciones Folio) es el que relata sus singulares y a menudo hilarantes experiencias como oficial brit¨¢nico en N¨¢poles en 1944, atrapado en la telara?a de ins¨®litas estrategias de una poblaci¨®n reducida a la miseria. El choque cultural entre el militar que trata de poner orden y racionalidad y esa caterva (a la que acaba adorando) de viudas, scugnizzi, putas y bandidos, que se rige por supersticiones y extra?os c¨®digos y fidelidades, es de lo mejor que ha dado el g¨¦nero.
Bill Bryson
En las Ant¨ªpodas
En 1967, una ola se llev¨® mientras paseaba por la playa al primer ministro de Australia. Noticias como ¨¦sta, no s¨®lo asombrosas, sino de las que casi nadie se ha enterado, incitaron a Bryson (1951) a realizar su divertid¨ªsimo periplo por el pa¨ªs a finales de los noventa. Animado en buena manera por un inter¨¦s casi morboso por las cosas que pueden hacerte da?o en Australia, que, detalla, son much¨ªsimas -desde la viuda negra australiana hasta el cocodrilo marino pasando por las medusas cofre-, Bryson recorri¨® el territorio y lo describi¨® con perspicacia y sobre todo con un hilarante sentido del humor. El tono desenfadado no debe llamar a enga?o: Bryson es culto, un extraordinario observador y muy h¨¢bil al seleccionar sus an¨¦cdotas. Uno de los momentos culminantes del libro (RBA) es el cara a cara con un equidna en un parque de Perth.
Bruce Chatwin
?Qu¨¦ hago yo aqu¨ª?
Rebelde, guapo, genial, malogrado, Chatwin (1950-1989) es el James Dean de la literatura de viajes. En la Patagonia es su libro m¨¢s c¨¦lebre, pero ninguno da testimonio de la amplitud de sus intereses y la variedad de su escritura y sus experiencias como ?Qu¨¦ hago yo aqu¨ª? (Pen¨ªnsula). Su relato del encuentro con Malraux -cara a cara de dos de los viajeros m¨¢s automitificados de todo el siglo XX- y de la evocaci¨®n de ambos de ese tercer fetichista de s¨ª mismo que fue Lawrence de Arabia vale ya por todo el libro. Si sumamos los perfiles (?Herzog y Kinski!), fragmentos, relatos -?pero no es relato todo lo que escribi¨® Chatwin?- y cr¨®nicas de viajes (incluido uno tras las huellas del yeti y el tan triste Un lamento por Afganist¨¢n), aparece el retrato completo de un escritor multifac¨¦tico, cosmopolita y sofisticado, con un apetito insaciable de vida y de belleza.
Robert Byron
Viaje a Oxiana
Se ha dicho que Viaje a Oxiana (Pen¨ªnsula) es a los libros de viajes lo que Ulises a la novela y The Waste Land a la poes¨ªa. Ah¨ª es nada. Chatwin, Leigh Fermor, Morris y Thubron han se?alado la gran influencia que ejerci¨® sobre ellos. Byron (1905-1941) -muri¨® al torpedear su barco un submarino nazi)- era un joven gentleman educado en Eton, erudito, esteta, fond¨®n y esnob, que se dio a los placeres del renovado Grand Tour. Se entusiasm¨® con la arquitectura isl¨¢mica y a ella est¨¢ consagrado Viaje a Oxiana, planteado como un diario y en el que Byron recorre de manera asombrosamente aventurera, visto su pedigr¨ª -llega a "mear (sic) en el motor" para enfriarlo-, Persia, Afganist¨¢n y el Turquest¨¢n, describiendo gentes, paisajes y especialmente monumentos, algunos hoy desvanecidos como los Budas de Bamiy¨¢n, con una pasi¨®n contagiosa.
L¨¢szlo E. Alm¨¢sy
Nadadores en el desierto
Quiz¨¢ no fuera el mejor explorador ni sus libros deban figurar junto a los de los m¨¢s grandes escritores de viajes. Pero el conde Alm¨¢sy (1859-1951) ha encendido nuestra imaginaci¨®n -ayudado por El paciente ingl¨¦s- y nos ha regalado la imagen imperecedera de un aviador navegando sobre las dunas anaranjadas. ?No es eso m¨¢s que suficiente? El destino le premi¨® regal¨¢ndole la met¨¢fora real de las pinturas de los nadadores del Uadi Sora: ba?istas representados en el coraz¨®n de la terrible sequedad del desierto libio. Busc¨® incansablemente, en autom¨®vil y aeroplano, la legendaria Zerzura, la ciudad blanca escondida en un oasis fabuloso; rastre¨®, empapado de Her¨®doto, el ej¨¦rcito perdido de Cambises y se dej¨® conquistar por las inmensidades que trat¨® de dome?ar. Todo ello lo cuenta en este libro resplandeciente (Pen¨ªnsula). "Amo el desierto...".
Patrick Leigh Fermor
Entre los bosques y el agua
Paddy Leigh Fermor (1915) emprendi¨® en 1933, siendo a¨²n un arrogante aunque muy le¨ªdo muchacho, un viaje a pie que hab¨ªa de llevarle a trav¨¦s de Europa hasta Constantinopla. Vio cosas maravillosas y conoci¨® a gente ins¨®lita de un mundo que desaparecer¨ªa poco despu¨¦s en un apocalipsis del que ¨¦l mismo emerger¨ªa como h¨¦roe. A?os despu¨¦s convirti¨® aquel viaje inici¨¢tico en el que descubri¨® el arte, la vida y el amor en dos libros arrebatadores surgidos de la dorada alquimia del recuerdo y labrados con la prosa de un orfebre de las palabras. Entre los bosques y el agua (Pen¨ªnsula) es el segundo, el m¨¢s bello, en el que recorre Hungr¨ªa y Transilvania, viajando con c¨ªngaros y nobles, pernoctando en castillos y pajares, intimando con campesinos y h¨²sares. Un libro que nadie deber¨ªa tener la desgracia de morir sin haberlo le¨ªdo.
William Dalrymple
Desde el Monte Santo
El objetivo parec¨ªa descabellado: seguir la ruta de dos monjes ortodoxos medievales, Mosco y Sofronio, desde Constantinopla hasta el oasis egipcio de Kharga. El resultado es un libro genial: Desde el Monte Santo (Pen¨ªnsula), ya una obra de culto. El escoc¨¦s Dalrymple (1965), autor de muy diversos intereses (v¨¦ase su White Moghuls), sorprende desde el inicio en un monasterio del monte Athos, donde escudri?a el manuscrito de los monjes errantes, revelando conexiones familiares con viajeros victorianos, erudici¨®n y un encantador sentido del humor, del que har¨¢ gala durante el trayecto. El escritor visita al gran Runciman antes de partir a un viaje de erudito peregrinar en el que encontraremos eremitas locos, un desfile de modelos en Santa Irene, una factura sin pagar de Lawrence de Arabia en un hotel de Alepo, la sombra de Kavafis y las ruinas de Oxirrinco.
Jordi Esteva
Los ¨¢rabes del mar
Impulsado por un anhelo infantil, encontrar a los ¨¢rabes del mar, los navegantes simbolizados por Simbad, el barcelon¨¦s Jordi Esteva (1951) viaj¨® a la costa de Sud¨¢n. All¨ª s¨®lo encontr¨® rescoldos de aquel mundo so?ado, el de los audaces marinos que surcaron en sus dhowns el ?ndico desde los puertos de Arabia y dominaron las rutas comerciales viviendo aventuras fabulosas. Pero su sue?o no se apag¨®. Viaj¨® de nuevo a?os despu¨¦s y se dedic¨® a recorrer los puertos desvanecidos de aquellos beduinos de las olas en pos de sus huellas. Visit¨® lugares legendarios como Zanz¨ªbar, Mascate, Socotra y la costa de los Zenj, habl¨® con viejos pescadores, y trab¨® ins¨®litas amistades. Sus periplos, con un punto cr¨¢pula a lo Monfreid, conforman este libro (Pen¨ªnsula) que mezcla aventura y nostalgia, quiz¨¢s el mejor del g¨¦nero de viajes escrito jam¨¢s en castellano.
Redmon O'Hanlon
En el coraz¨®n de Borneo
?Vaya viajes los de O'Hanlon! Redmon se ha ganado un lugar en el encogido coraz¨®n -y otros miembros- de los lectores masculinos con su dram¨¢tica descripci¨®n del par¨¢sito fluvial que se introduce en el pene cuando orinas en un r¨ªo amaz¨®nico. Fue a la Amazonia al reclamo de una droga ind¨ªgena. Al Congo en busca del legendario Mokele-mbembe (un supuesto dinosaurio). Y a Borneo en el libro que nos ocupa (Anagrama) para contemplar al rinoceronte bicorne. En el fondo, excusas para pasarlo fatal y escribir unos libros divertid¨ªsimos en los que revela unos enormes conocimientos de las ciencias naturales y su historia. A Borneo le acompa?¨® el poeta James Fenton. Ambos se entrenaron con los comandos brit¨¢nicos, lo que no les sirvi¨® para defenderse de la lluvia, las sanguijuelas, los efluvios de la gran rafflesia y los horrores del palang, uy.
Nicolas Bouvier
Los caminos del mundo
Los suizos van a la estaci¨®n pero no se marchan, sosten¨ªa Boris Vian. Equivocadamente, pues el esp¨ªritu n¨®mada de la naci¨®n lo demuestran con creces Ella Maillart, Schwarzenbach o el infatigable Bouvier (1929-1998). Pocos autores han escrito reflexiones tan certeras sobre el hecho de viajar. El viaje como desaparici¨®n, como producto de la contemplaci¨®n infantil de los atlas abiertos sobre la alfombra, como el lugar en el que las miradas se cruzan. Dec¨ªa Bouvier que el viaje no se hace, "¨¦l te hace a ti (o te deshace)". En junio de 1953 parti¨® de Ginebra. Turqu¨ªa, Ir¨¢n, India, el paso del Khyber... un a?o en ruta hasta llegar a Kabul. Eso es lo que cuenta en Los caminos del mundo (Pen¨ªnsula). Viajaba por carretera en un Fiat y la suya es una mirada sin estridencias, discreta, paciente, con un toque de escepticismo y hasta sanamente desilusionada.
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