El peque?o Proust
Tuve un 'd¨¦j¨¤ vu'. No fue un d¨¦j¨¤ vu en falso, de esos que parecen estar provocados por una falta fugac¨ªsima de conexi¨®n cerebral; no, no, ¨¦ste fue un d¨¦j¨¤ vu en toda regla, un d¨¦j¨¤ vu como un templo, como los siete tomos de ese se?or caprichoso, Proust, que no par¨® de rumiar el que su madre no le hubiera dado un beso de buenas noches y escribi¨® tres mil p¨¢ginas para vengarse. Yo hab¨ªa estado all¨ª, en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo, donde nace el Rastro, quince a?os antes, pero no me acordaba. Al principio s¨®lo vi una masa de gente y no entend¨ª a qu¨¦ ven¨ªa esa aglomeraci¨®n cuando no parec¨ªa haber tenderete alguno. Fue al acercarme cuando distingu¨ª toda esa infinidad de escenas prodigiosas: ni?os con una hoja de papel en la mano en la que llevaban escritos los n¨²meros de los cromos que les faltaban para completar su ¨¢lbum.
Proust no par¨® de rumiar que su madre no le hubiera dado un beso y escribi¨® 3.000 p¨¢ginas para vengarse
?Para qu¨¦ sirven los hijos? Entre otras cosas, para saber que 'Bola de Drag¨®n' fue la primera serie 'manga' en Espa?a
Cada familia se agrupaba en torno a un hombre que provocaba tanta expectaci¨®n como si fuera un mago a punto de sacarse un conejo del sombrero: ?de d¨®nde salen esos individuos que se dedican los domingos a revender cromos a unas criaturas ansiosas por completar su colecci¨®n? Es misterioso. No se sabe si esta actividad les concede un sobresueldo o si vender cromos codiciados constituye un negocio boyante. Ya digo, estuve all¨ª hace quince a?os. No una, sino muchas veces. De la mano llevaba a un ni?o ansioso, id¨¦ntico a cualquiera de los que estaba viendo ahora, que hab¨ªa escrito con trazos primorosos los n¨²meros de los cromos anhelados. Y yo, la madre del peque?o Proust, estaba como loca porque aquello acabara, impaciente, como todas las madres; negadora de besos, como todas, generando peque?os rencores que dar¨ªan para tres mil p¨¢ginas. Afortunadamente, no a todos los hijos les da por escribir, porque no habr¨ªa editoriales ni bosques en la Amazonia capaces de asumir la aplastante cantidad de resentimiento filial. Yo estaba que rabiaba por comprar los cromos y largarme, como si en vez de comprar cromos estuviera comprando mi libertad, esa que me permitir¨ªa dejar al ni?o con una abuela y dedicar la ma?ana del domingo a lo que la dedican los adultos que no tienen hijos, a tomar ca?as y verm¨²s, a berberechos y papas. Ay, si a las madres se nos pudiera leer el pensamiento como la polic¨ªa ley¨® el diario de la madre McCann. Cada madre tiene una McCann buena y otra mala en el coraz¨®n. Generalmente, gana la buena. La buena era la que a pesar de la impaciencia resist¨ªa la interminable cola que hab¨ªa antes de llegar al traficante de estampitas, la que estaba dispuesta a pagar una cantidad absurda por conseguirle al ni?o ese cromo de Son Goku, el amado personaje de Bola de Drag¨®n. ?Para qu¨¦ sirve tener hijos? Entre otras cosas, para saber que Bola de Drag¨®n fue de las primeras, si no la primera serie manga que se vio en Espa?a; tambi¨¦n sirve para coleccionar de nuevo el ¨¢lbum de Vida y color y recordarse a una misma como ni?a proustiana, feliz y rencorosa. ?Para qu¨¦ sirven los hijos?, me dieron ganas de preguntarle al escritor Luis Mateo D¨ªez, al que ten¨ªa la otra noche sentado frente a m¨ª, porque aparte de comer, que es lo que mejor se hace en Espa?a, pasamos dos horas hablando de los hijos y de los padres, que es lo que tambi¨¦n se hace en nuestro pa¨ªs con m¨¢s frecuencia. Y eso que a¨²n no hab¨ªa le¨ªdo este libro que acaba de publicar, La gloria de los ni?os, que brilla en mi mesilla de noche como un peque?o tesoro, como un gusil¨², y en el que se nota que el escritor, a fuerza de ser padre, no ha olvidado lo grandes que pueden ser la determinaci¨®n y la fortaleza infantiles. Es un cuento de ni?os de posguerras, porque podr¨ªa estar situado en cualquier pa¨ªs en el que los ni?os vagan en soledad, enferman de hambre y, sin embargo, sobreviven. Quiero decirlo bien alto, porque hay escritores de los que se habla mucho y otros de los que se habla mucho menos: es un libro conmovedor.
Lo s¨¦, los hijos no son imprescindibles, pero a menudo completan nuestra formaci¨®n y nos ponen al d¨ªa. Del manga pasamos al Youtube, y la culpa la han tenido ellos. Son cosas a las que se puede llegar sin los hijos, pero ellos te ayudan a alcanzarlas por el camino m¨¢s corto. Los sin-hijos se pasan la vida engordando a su ni?o interior; nosotros al que queremos engordar es al exterior, a ese al que quisimos que creciera r¨¢pido para librarnos de ese tremendo contratiempo que consist¨ªa en llevarlo de la mano a visitar al Se?or de los Cromos. Dijo Daniel Mendelsohn, escritor americano que vino la semana pasada a presentar Los hundidos, un libro sobre su infancia y sobre sus familiares desaparecidos en el Holocausto, que el cabreo que se trasluce de lo que escribe Philip Roth en estos ¨²ltimos tiempos proviene de la falta de perspectiva que da la ausencia de hijos, un algo as¨ª como pensar que cuando muera se acabar¨¢ el mundo, al menos el suyo. Estoy generalizando, lo s¨¦, lo s¨¦, y me disculpo. Por fortuna, una mujer ya no es se?alada como si fuera un extra?o animal cuando no tiene hijos, pero perm¨ªtanme el consuelo de pensar que los hijos sirven para algo, aunque sea algo de lo que uno se da cuenta demasiado tarde, cuando Bola de Drag¨®n pas¨® a la historia del manga y el peque?o Proust vol¨®.
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