Secretos de un in¨¦dito
En la primavera de 1977, Alfaguara public¨® en la elegante colecci¨®n de cubiertas de color violeta dise?ada por Enric Satu¨¦ el libro de relatos Alguien que anda por ah¨ª, de Julio Cort¨¢zar, cuya edici¨®n ¨ªntegra hab¨ªa sido prohibida en Argentina. Por primera vez se publicaba en Espa?a un libro in¨¦dito de narrativa del autor, y si bien ¨¦ste era ya conocido en el pa¨ªs y en dicha ocasi¨®n se resign¨® al circo de las presentaciones y de las conferencias -algo a lo que a?os atr¨¢s se negaba en redondo-, el volumen fue recibido con tibieza o desd¨¦n por aquellos que no le perdonaban repeticiones formales ("Cort¨¢zar, pero menos") o aquellos otros que no consent¨ªan que la pol¨ªtica se entremezclara en sus textos ("?qu¨¦ l¨¢stima, un escritor que hab¨ªa empezado con tan buena letra...!").
Al no saber muy bien qu¨¦ decir sobre ¨¦l, o no saber exactamente de qu¨¦ trataba, qu¨¦ ocultaba, todos pasaron de puntillas en especial sobre Las caras de la medalla, enigm¨¢tica cr¨®nica de la relaci¨®n -o, mejor, de la falta de relaciones- entre una mujer soltera y un hombre casado que trabajan en el Consejo Europeo para la Investigaci¨®n Nuclear (?Cort¨¢zar hizo de traductor en el Organismo Internacional de Energ¨ªa At¨®mica!); un texto de inquietante lectura donde el protagonista no es capaz de comprender el rechazo amoroso al que lo somete su compa?era; un texto que parec¨ªa, como se lee en el ¨²ltimo p¨¢rrafo, una pesadilla de la que trat¨® de despojarse mediante la escritura. Tambi¨¦n era enigm¨¢tica la dedicatoria ("a la que un d¨ªa lo leer¨¢, ya tarde como siempre"), a la que se sum¨® despu¨¦s otro misterio mayor, el contenido en esta frase de una carta que Cort¨¢zar escribi¨® al a?o siguiente a su amigo Jaime Alazraki, uno de sus mejores cr¨ªticos:
"En Alguien que anda por ah¨ª hay amargos pedazos de mi vida, por ejemplo Las caras de la medalla, cuya historia sigui¨® y termin¨® en otro cuento muy largo que escrib¨ª hace meses y que entrar¨¢ en otro libro, si libro hay; se llama Ciao, Verona, y fue tan duro de escribir como el otro".
Por razones que no es ¨¦ste el lugar para debatir, Ciao, Verona no fue incluido por Cort¨¢zar en los dos ¨²nicos libros de relatos que edit¨® con posterioridad (Queremos tanto a Glenda y Deshoras), as¨ª que permanec¨ªa in¨¦dito y la ¨²nica copia de la que hasta la fecha se ten¨ªa noticia, conservada en la Universidad de Tejas, estaba pr¨¢cticamente olvidada; prueba de ello es el hecho de que no se incluyera en el volumen de los cuentos con que se inici¨® recientemente la edici¨®n de las obras completas.
El examen de los documentos del legado que Aurora Bern¨¢rdez, viuda y albacea del escritor, don¨® a Carmen Balcells en febrero de 2007 para que fueran integrados a la colecci¨®n de manuscritos de Barcelona Latinitatis Patria, ha permitido el descubrimiento de otra versi¨®n original, mecanuscrita con correcciones manuscritas de inconfundible caligraf¨ªa cortazariana, de este "cuento muy largo" (diecisiete p¨¢ginas), quiz¨¢s el ¨²ltimo acabado y de innegable importancia que pueda llegar a encontrarse entre los in¨¦ditos del autor.
En una de las clases que dio en 1980 en Berkeley, California, Cort¨¢zar complet¨® aquella famosa comparaci¨®n suya seg¨²n la cual la novela es al cine lo que la fotograf¨ªa es al cuento, diciendo que las fotograf¨ªas m¨¢s reveladoras no eran, para ¨¦l, aquellas de perfecto encuadre sino "aquellas en que por ejemplo hay dos personajes con un fondo de una casa y luego, quiz¨¢ a la izquierda, donde termina la foto, hay la sombra de un pie, de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no est¨¢ en la foto y al mismo tiempo la foto est¨¢ haciendo una indicaci¨®n llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginaci¨®n para decirnos qu¨¦ hab¨ªa all¨ª despu¨¦s. La atm¨®sfera que se proyecta fuera de la fotograf¨ªa, esa aura de misterio, guarda una especie de vibraci¨®n que me parece indispensable para la realizaci¨®n del cuento memorable, que el lector transforma luego en la memoria y en admiraci¨®n".
Con la lectura del por treinta a?os in¨¦dito Ciao, Verona, el lector sabr¨¢ a qu¨¦ correspond¨ªa la sombra de Las caras de la medalla y, al mismo tiempo, podr¨¢ imaginar otras atm¨®sferas, otras sombras no menos inesperadas. -
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