Percepciones objetivas sobre Catalu?a
El caos que padece la red de cercan¨ªas en Catalu?a es un dato objetivo. La precipitaci¨®n, asimismo ca¨®tica, con que se ejecutan los trabajos del tren de alta velocidad ante su llegada a Barcelona tambi¨¦n constituye un dato objetivo. Son s¨®lo dos ejemplos, pero la ciencia acostumbra a extraer conclusiones generales de los datos emp¨ªricos.
Todo ello viene a colaci¨®n de lo manifestado d¨ªas atr¨¢s en estas p¨¢ginas por Don Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra, en las que se lamentaba -quiero creer que sinceramente- por el desafecto hacia Catalu?a, que el autor apreciaba de manera creciente en el conjunto de la sociedad espa?ola. Si el autor se hubiese limitado a lamentar la brecha entre unos y otros, yo coincidir¨ªa plenamente con ¨¦l, pese a no compartir algunas de las salidas de tono que durante a?os nos ha dedicado el ex presidente de Extremadura y que tal vez han contribuido a la expansi¨®n de esa brecha. Pero no, la tesis de su art¨ªculo redundaba en la afirmaci¨®n cada d¨ªa m¨¢s extendida (aunque no por ello m¨¢s veraz) seg¨²n la que las m¨²ltiples desgracias que se abaten sobre Catalu?a son el resultado de nuestra obstinaci¨®n identitaria y de nuestra propia incapacidad durante d¨¦cadas. Todo ello, afirmaba Rodr¨ªguez Ibarra, es un c¨²mulo de "percepciones", pero no tiene otra explicaci¨®n alternativa.
El caos ferroviario que ejemplifica la llegada del AVE es una punta del iceberg
Con todo el respeto del mundo creo que el Sr. Rodr¨ªguez Ibarra se equivoca. El caos ferroviario que ejemplifica la llegada del AVE es s¨®lo una punta del iceberg. Una observaci¨®n desapasionada de los hechos evidencia que tanto las cercan¨ªas ferroviarias como la extensi¨®n de la alta velocidad son competencia y responsabilidad del Gobierno central. La pericia o la impericia de los sucesivos gobiernos de Catalu?a poco ha podido influir en el estallido actual de la pol¨ªtica ferroviaria. No hay en esta materia ninguna decisi¨®n "identitaria" (a no ser que el caos se deba al deseo del uso tambi¨¦n de la lengua catalana junto a la castellana en las estaciones) ni tampoco puede obedecer a ning¨²n designio de la Administraci¨®n catalana. Es m¨¢s, si alg¨²n ferrocarril funciona y bien en Catalu?a es el que se gestiona desde el propio Gobierno catal¨¢n, es decir los Ferrocarriles de la Generalitat.
Para el ex presidente extreme?o, la continuada capacidad de influencia de los partidos catalanes -supongo que se refiere a CiU- durante la aprobaci¨®n de los Presupuestos Generales del Estado demostrar¨ªa una p¨¦sima capacidad de negociaci¨®n si, tras los acuerdos, Catalu?a se halla a¨²n carente de las m¨ªnimas e imprescindibles inversiones estatales. Tal vez tenga parte de raz¨®n y debamos asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponda, aunque cabr¨ªaprecisar que desde 1982 hasta la fecha, han sido abundantes las mayor¨ªas absolutas del PSOE y del PP -las m¨¢s de ellas, socialistas- durante las cuales carec¨ªamos de influencia pr¨¢ctica alguna. Pero, ciertamente, en los restantes periodos, tal vez CiU se equivoc¨® al centrarse, antes que nada, en la necesidad de garantizar la estabilidad pol¨ªtica, superar las crisis econ¨®micas, apoyar la econom¨ªa productiva o crear las condiciones necesarias para alcanzar los criterios de Maastricht. Todo ello lo hicieron "pr¨¢cticamente gratis" los nefandos fenicios catalanes, esas masas insolidarias a las que la situaci¨®n del conjunto de la sociedad espa?ola parece que les trae al pairo.
Tal vez antes, durante la lucha por las libertades personales y nacionales bajo la dictadura, se nos admiraba. Ahora parece que no. El pecado es haber intentado conseguir un Estado com¨²n y compartido que pusiese fin a la habitual desinversi¨®n en Catalu?a. Y no por ning¨²n af¨¢n de gastarnos los dineros expoliados en cuestiones identitarias, sino s¨®lo con la vana y f¨²til pretensi¨®n de lograr que el Estado nos proveyese de las mismas autov¨ªas que al resto de Espa?a, o que el aeropuerto de Barcelona (que tampoco es competencia del Gobierno catal¨¢n ni responde a sus decisiones) tuviese una capacidad de desarrollo similar a la que generosamente invierte el Estado en el aeropuerto de Madrid o que los enfermos catalanes -y cuantos pacientes de otros territorios acuden aqu¨ª para su tratamiento- recibiesen en t¨¦rminos reales las mismas prestaciones y dotaciones econ¨®micas que en las restantes autonom¨ªas.
Se ha hecho mucha demagogia, sumamente injusta, en relaci¨®n a las reivindicaciones de Catalu?a. Una forma de acabar con las percepciones subjetivas consistir¨ªa en la publicaci¨®n de las balanzas fiscales. En Alemania, por ejemplo, las transferencias entre los lander son p¨²blicas y conocidas al c¨¦ntimo, y no por ello se ha quebrado la solidaridad interterritorial; muy al contrario, su conocimiento permite sentar las bases del debate no en las percepciones subjetivas sino en la objetividad de los datos. M¨¢s triste a¨²n: cuando desde Catalu?a clamamos por un trato digno, el partido de la oposici¨®n de turno -ora el PP, ora el PSOE- siempre a?ade "percepciones" demag¨®gicas a la cuesti¨®n, no tanto por las reivindicaciones catalanas en s¨ª, sino como ariete de desgaste al ejecutivo gobernante. Nadie, en ning¨²n momento, tuvo la decencia de examinar sin aspavientos ni rasgaduras aquello que se ped¨ªa una y otra vez. El nacionalismo catal¨¢n, sin embargo, demostr¨® una responsabilidad y un sentido de Estado que, se quiera o no, nadie puede negarnos sin enrojecer. De hecho seguimos demostrando un sentido de Estado que otros no tienen. ?O no son el PP y el PSOE quienes est¨¢n poniendo patas arriba pilares institucionales como el CGPJ o el mismo Tribunal Constitucional?
Y ah¨ª est¨¢n los datos: la inversi¨®n del Estado en Catalu?a nunca se ha aproximado al monto que representa nuestra aportaci¨®n al PIB estatal ni al porcentaje de personas que habitan en Catalu?a. La desinversi¨®n del Estado en Catalu?a ha sido constante y continuada, tan compartida por unos y por otros que casi parece la ¨²nica cuesti¨®n en que PP y PSOE han podido llegar a un acuerdo estable. Y mientras ello sucede, los datos disponibles arrojan asimismo un d¨¦ficit fiscal entre Catalu?a y el Estado injusto e inaceptable.
Respeto a quien opina que tal vez ahora los catalanes no seamos el ejemplo de progreso y libertad que supon¨ªamos para el resto de Espa?a bajo Franco, pero no por ello hemos dejado de ser objeto de imitaci¨®n constante. Todo el sistema auton¨®mico, incluida su financiaci¨®n, no es sino resultado del impulso catal¨¢n. Y duele que seamos nosotros quienes debamos lidiar con la cicater¨ªa del Estado, mientras unos y otros, por turnos, braman contra la quiebra de Espa?a y el desguace estatal en manos de los catalanes, para luego, acto seguido, en una muestra de admiraci¨®n suprema, apuntarse raudos a las mismas reivindicaciones. S¨®lo que con m¨¢s ¨¦xito y menos sentido de Estado.
Josep A. Duran i Lleida, presidente del comit¨¦ de gobierno de Uni¨® y portavoz del grupo parlamentario de CiU.
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