Nidos de ¨¢guilas para eremitas
Viaje griego desde las alturas de los monasterios hasta la arena de las playas
El verano griego acab¨® en tragedia con los grandes incendios, especialmente para el Peloponeso y para la isla de Eubea. Pero su dureza se hab¨ªa manifestado ya con anterioridad en la segunda quincena de julio, con temperaturas que un d¨ªa tras otro superaban los 40 grados. No obstante, la traves¨ªa realizada en busca de objetivos culturales griegos, a lo largo de una semana, prueba tambi¨¦n que sobrevivir resulta posible, y si se cuenta con un autom¨®vil y unos hoteles provistos de aire acondicionado, incluso obtener una parte del goce que habr¨ªa podido ser alcanzado en circunstancias normales. Por lo menos, al alquilar el veh¨ªculo en el aeropuerto de Atenas, es evitado un primer infierno: el tr¨¢fico de la capital.
Por la ma?ana, la visita al monasterio de Osios Lucas, con el calor mitigado por el pinar que lo rodea, puede hacerse en condiciones casi normales. El bueno del monje Lucas, con su analfabetismo a cuestas, pero dotado de un don de profeta, augur de la expansi¨®n bizantina en el siglo X, se convirti¨® en protagonista de un monasterio donde el tratamiento de los temas cl¨¢sicos del arte sagrado bizantino alcanza un grado pr¨®ximo a la perfecci¨®n en mosaicos y textos. Faltan las pinturas del cretense Damaskinos, anunciadas en las gu¨ªas, pero robadas hace m¨¢s de un cuarto de siglo. Pero el conjunto es el m¨¢s impresionante de Grecia por lo que toca a las representaciones codificadas de pantocr¨¢tor, santos rotulados y escenas evang¨¦licas. L¨¢stima que el calor sofocante haga en cambio imposible el posterior recorrido por Delfos, limitando la visita al m¨¢s representativo de los sitios cl¨¢sicos. Queda el consuelo del museo, donde una pareja de kuroi arcaicos, los relieves de la asamblea de los dioses y la columna de las danzantes acompa?an al auriga. Un trayecto de varias horas separa el lugar del or¨¢culo de la siguiente etapa obligada, ya en el centro del pa¨ªs: las Meteoras.
1 La b¨²squeda del cielo
El ansia de aproximarse f¨ªsicamente al cielo fue uno de los rasgos del cristianismo oriental. Los santos estilitas son los precursores de una larga relaci¨®n de anacoretas que buscan en nidos de ¨¢guila una posici¨®n intermedia entre la existencia terrena y el mundo celestial. Nada mejor entonces que una sucesi¨®n de roquedales que se alzan de modo inesperado sobre la llanura de Tesalia, con cientos de metros de altura, para instalarse en los m¨¢s afilados con el prop¨®sito de acortar la distancia entre el hombre y la divinidad. Desde este punto de vista, el monaquismo de Meteora s¨®lo encuentra comparaci¨®n en el monasterio de Sumela, cerca de Trebisonda.
Las Meteoras son impresionantes, antes que bellas, y su simple visi¨®n sugiere la cortadura respecto del mundo de los vivos que hasta hace casi un siglo se materializaba al limitar el acceso a cada monasterio con una red para personas y bienes que resultaba indispensable elevar mediante un torno. Hoy, el acceso a la media docena de monasterios sobrevivientes, de los 24 del pasado, se hace mediante empinadas escaleras, con las redes y alg¨²n transbordador limitados al acarreo de mercanc¨ªas. El abastecimiento y el agua eran los principales problemas, haciendo la vida de los monjes muy dif¨ªcil. Hoy debe seguir si¨¦ndolo, porque mientras los turistas se agolpan en las subidas y llenan los hoteles de los peque?os pueblos adyacentes, los habitantes de los monasterios escasean. En el de la Santa Trinidad hay tres. En el m¨¢s relevante desde el punto de vista art¨ªstico, el de San Nicol¨¢s Anapafsa, del descanso, con las pinturas del cretense Te¨®fanes Strelitzas, entre ellas una maravillosamente ingenua representaci¨®n de Ad¨¢n dando nombre a los animales, s¨®lo queda un monje. Cabe pensar que esa ocupaci¨®n tiene adem¨¢s que ver con la defensa del rico patrimonio art¨ªstico de los depredadores: en los a?os ochenta, los ladrones se llevaron entero el iconostasio del monasterio de la Trinidad.
?Qu¨¦ hacer despu¨¦s de la sucesi¨®n de ascensiones, por partida doble en alg¨²n caso, al olvidar la prohibici¨®n de las bermudas para los hombres? Ante todo, esperar que en el futuro sean regularizados tanto los horarios de visita como el funcionamiento de los grupos, que m¨¢s de una vez, tanto en Varlaam como en la Gran Meteora, convierten al visitante individual en un maldito. Y m¨¢s all¨¢, ?ad¨®nde seguir? La noticia de que en el juego pendular entre la era cl¨¢sica y Bizancio hab¨ªa un interesante museo en Macedonia occidental, en Eani, nos llev¨® a un desv¨ªo cuyo inter¨¦s podr¨¢ valorarse cuando sea completada la explotaci¨®n del yacimiento, en uno de los peque?os reinos anexionados por el padre de Alejandro Magno. Tanto la regi¨®n como su ciudad principal, Kozani, carec¨ªan de otro inter¨¦s que evocar de nuevo el recuerdo de la guerrilla contra los nazis en los a?os cuarenta, que acompa?a al viajero desde Delfos, entre riscos, valles angostos y monumentos a las v¨ªctimas de las represalias. M¨¢s vale tomar rumbo hacia la capital f¨²nebre de esta Macedonia que tan poco tiene que ver en la cultura y en la historia con la Macedonia ex yugoslava.
2 Bajo tierra en Vergina
Con 46 grados de temperatura ambiente, supuso un regalo de los dioses la visita al museo subterr¨¢neo de Vergina, que alberga la tumba de Filipo de Macedonia. El yacimiento arqueol¨®gico se encuentra en medio de un paisaje desolado, con peque?os lugares habitados por inmigrantes venidos de Asia Menor, cuando el intercambio de poblaciones con Turqu¨ªa en los a?os veinte. La existencia de una gran necr¨®polis, algunas de cuyas tumbas podr¨ªan ser fechadas en tiempos del auge macedonio, llev¨® al arque¨®logo Manuel Andronikos a suponer que entre ellas pod¨ªa encontrarse el enterramiento del padre de Alejandro Magno. La hip¨®tesis se vio confirmada hace treinta a?os con uno de los mayores hallazgos arqueol¨®gicos del pasado siglo. No s¨®lo estaba all¨ª el magn¨ªfico sepulcro real, con los restos de Filipo y el ajuar de la tumba no violada, sino que a su lado, otra tumba pod¨ªa veros¨ªmilmente albergar los del hijo adolescente de Alejandro Magno, asimismo intacta.
El actual museo, situado en el lugar mismo de su descubrimiento, bajo un t¨²mulo, ofrece una sucesi¨®n de espl¨¦ndidas piezas, enmarcadas en el ¨¢mbito de la cultura griega, con una exuberancia en los trabajos en oro que apunta a la concepci¨®n del monarca divino, propia del helenismo. El osario ¨¢ureo con los restos del monarca lleva el emblema solar que hoy enfrenta a Grecia con la que fuera Macedonia yugoslava, usurpadora en su bandera de ese signo. En el plano de la belleza sobresalen dos magn¨ªficas realizaciones pict¨®ricas, el friso de la caza del le¨®n que preside la fachada de la tumba de Filipo y la pintura mural con el rapto de Pers¨¦fone por Plut¨®n, fresco conservado en otra gran tumba an¨®nima, y por desgracia observable s¨®lo en su reproducci¨®n dentro del museo. Las autoridades arqueol¨®gicas han preferido respetar la estructura de la tumba a hacer visible la escena mitol¨®gica, y otro tanto sucede con el sepulcro del posible hijo asesinado de Alejandro Magno, con el inconveniente aqu¨ª de que las reproducciones expuestas son pobres.
3 De Bizancio al mar
A menos de cien kil¨®metros de Vergina se alcanza la ciudad de Sal¨®nica, la segunda de la Grecia actual en importancia y tambi¨¦n la segunda del Imperio Bizantino en su ¨²ltimo siglo de existencia. Hoy, como antes, es tambi¨¦n la capital de la regi¨®n de Macedonia. Los avatares de su historia han hecho de Sal¨®nica una ciudad sembrada de recuerdos, pero tambi¨¦n con buena parte de su memoria borrada. Dan fe de ello los muros de las iglesias bizantinas, con frescos y mosaicos en su mayor¨ªa del siglo XIV que subsisten casi siempre de manera fragmentaria, tras ser encalados a partir del siglo XV, una vez conquistada la ciudad por los otomanos en 1431. El per¨ªmetro de las murallas y el emplazamiento de las iglesias muestran la importancia de la ciudad en la Baja Edad Media. Su recuperaci¨®n por Grecia en 1912 hizo posible la vuelta a la vida del pasado bizantino, mientras se eclipsaba el turco, del cual quedan alg¨²n hammam, una mezquita cerrada y un testimonio singular con el museo-casa de nacimiento de Kemal Atat¨¹rk. Sal¨®nica fue tambi¨¦n hasta 1940 una poblaci¨®n sefard¨ª, borrada casi totalmente por el exterminio nazi. Por fin, entre incendios y terremotos, como el de 1978, la fr¨¢gil estructura de la vieja ciudad ha dejado s¨®lo vestigios, en la parte alta, o salpicados, entre construcciones modernas. En suma, puede decirse que en su parte central, en torno a la torre Blanca y al puerto, Sal¨®nica es una ciudad simp¨¢tica, de f¨¢cil orientaci¨®n y de atasco circulatorio permanente en los ejes principales.
Las vicisitudes hist¨®ricas han hecho que no siempre los monumentos de mayor importancia sean los m¨¢s sugestivos. La iglesia de Santa Sof¨ªa, del siglo VII, ofrece un interior oscuro en cuyo centro resplandece el hermoso mosaico de la Ascensi¨®n en la c¨²pula. En cuanto al templo principal, San Demetrio, la calidad de los mosaicos supervivientes no evita la impresi¨®n de que todav¨ªa no se ha repuesto de la destrucci¨®n causada por el incendio de 1917. El polo de atracci¨®n lo constituyen entonces las peque?as iglesias, tales como la de los Ap¨®stoles, con mosaicos y frescos admirablemente conservados, en especial una Transfiguraci¨®n y una danza de Salom¨¦, am¨¦n de las b¨®vedas.
El recorrido hist¨®rico es muy amplio y arranca de la Rotonda, construida al finalizar el siglo III por el emperador Galerio, junto a su arco de triunfo, y sigue con la admirable iglesia de la Virgen Ajiropiitos (por un icono "hecho sin las manos"), del siglo V, que recuerda al profano el trazado de las bas¨ªlicas de San Apolinar en Ravenna. Y como el term¨®metro segu¨ªa ardiendo, las peque?as iglesias serv¨ªan de refugio, y alguna vez, de ocasi¨®n para contemplar los rituales de la Iglesia ortodoxa. En una de ellas, la de la Virgen de los Caldereros, junto a la avenida principal, Egnatia, el cura no dej¨® de recomendar a su reducido auditorio, cuatro ancianas y dos turistas, que emulasen la entereza al ser decapitada de la virgen y m¨¢rtir santa Parasceva, soportando los 45 grados de temperatura ambiente.
Claro que hubiese sido mejor que el buen pope propusiera a sus fieles seguir el ejemplo de tantos tesalonicenses que hu¨ªan de la ciudad en busca de las playas de la pen¨ªnsula Calc¨ªdica, primera punta de ese curioso tridente cuya ¨²ltima es el famoso monte Athos, la rep¨²blica mon¨¢stica cerrada a las hembras de todo tipo y de dif¨ªcil ingreso (30 hombres no imberbes ortodoxos y 10 no ortodoxos al d¨ªa). A poco m¨¢s de sesenta kil¨®metros de Sal¨®nica por autov¨ªa, las playas de la Calc¨ªdica recuerdan las del sur de Menorca, puestas una detr¨¢s de otra a lo largo de kil¨®metros, con un mar l¨ªmpido, por ahora sin medusas, urbanizaciones casi siempre integradas en la vegetaci¨®n y buenas tabernas para degustar la cocina griega. Un buen sitio para olvidar los conflictos por Macedonia, el sol de plomo en las calles de Sal¨®nica, e incluso la ejemplar ordenaci¨®n de su Museo Bizantino.
Antonio Elorza es historiador y catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas en la Universidad Complutense de Madrid
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