Ese se?or pelirrojo y libre
Ha muerto Fernando Fern¨¢n-G¨®mez. Uno no quiere creerlo, ni acostumbrarse a estar sin su talento, su sentido del humor, su experiencia, y el constante derroche de ingenio y discreci¨®n que ¨¦l mezclaba sabiamente con un implacable sentido de la l¨®gica. Fue singular en el cine, la novela, el teatro, la televisi¨®n... pero sobre todo fue grande como persona. Un tipo excepcional. Se nos acaba una ¨¦poca...
No le gustaba envejecer si ello supon¨ªa sentirse mal, pero no echaba de menos su juventud, cuando no era apol¨ªneo ni siquiera guapo, sino desgarbado, pelirrojo, con una narizota imposible, y una voz severa. "No me noto ahora m¨¢s feo que cuando era joven", dec¨ªa, argumentando que es una suerte no poder a?orar lo que no se ha tenido. No se correspond¨ªa su f¨ªsico con la imagen del t¨ªpico gal¨¢n joven de los a?os cuarenta, en que comenzaba su carrera de actor, pero poco a poco se hizo un lugar en la pantalla. El tiempo le fue aportando dominio y cierto porte y, ya de mayor, acapar¨® la atenci¨®n de los directores m¨¢s j¨®venes, deslumbrados por su talento como actor, y de hombre sabio.
Cre¨ªa en el hombre sin ataduras y lo pregonaba
Lo que le molestaba a Fern¨¢n-G¨®mez eran la algarab¨ªa y la estupidez. Hombre de palabra, de palabras, se sent¨ªa c¨®modo rodeado de amigos con quienes compartir la vida. De ah¨ª le vino su merecida fama de buen tertuliano. Estar con ¨¦l era un privilegio, incluso cuando en los ¨²ltimos a?os sus dolencias le quitaban brillo en la mirada o rotundidad a la voz. Siempre le surg¨ªa una observaci¨®n aguda, una an¨¦cdota significativa, o una curiosidad inocente. A?os atr¨¢s, ¨¦l lo dec¨ªa a menudo, tambi¨¦n le hab¨ªa gustado la vida de noche, cuando ¨¦sta era tranquila, y se pod¨ªa alternar en cabar¨¦s con putas de lujo, y naturalmente con amigos. Digan lo que digan, Fernando Fern¨¢n-G¨®mez fue exquisito con los dem¨¢s, conserv¨® siempre las buenas formas de un hidalgo de otros tiempos; tiene maldita gracia que ahora se le recuerde m¨¢s por alg¨²n exabrupto de cascarrabias que por su delicadeza permanente. Ten¨ªa estilo.
Fernando se avino a casi todo en su carrera de actor. Era d¨®cil y acept¨® cualquier oferta, siempre que no le obligara a ejercicios f¨ªsicos insoportables para ¨¦l. Y al mismo tiempo, fue un artista empe?ado en abrir puertas para que se fueran a tomar vientos la mojigater¨ªa y cualquier atisbo de poder. Cre¨ªa en el hombre libre de ataduras y lo pregonaba. Ha dejado obras magistrales, El extra?o viaje en cine, Las bicicletas son para el verano en teatro, Juan Soldado en televisi¨®n, El tiempo amarillo, su autobiograf¨ªa, en libros..., en las que se respira la b¨²squeda de la libertad, de la utop¨ªa. Le toc¨® en mala suerte vivir la guerra, la posguerra, la dictadura -"todo era entonces un esperar, esperar, esperar..."- , y luego vino la democracia, que ¨¦l no llegaba a aceptar del todo, como el ¨¢crata que siempre fue... Uno de sus lemas era dudar de cuanto digan los poderosos. "Yo me considero ya un contemplador de la vida, vivo de mis memorias y de las memorias de otros...".
A menudo, discut¨ªa con su amigo Eduardo Haro Tecglen; seguro de que ¨¦l ser¨ªa quien en este peri¨®dico escribiera su necrol¨®gica, le confes¨®: "No todos los d¨ªas, pero s¨ª con mucha frecuencia, me digo: Oye, Fernando, no te empe?es en pensar en tu porvenir, no te esfuerces en pensar en lo que debe ser. Todo lo m¨¢s, y si es para entretenerte, piensa en lo que ha sido, porque lo que ha sido ya est¨¢ hecho, piensa que as¨ª ha sido, y santas pascuas. De modo, Eduardo, que no hay m¨¢s all¨¢, no podemos arreglarlo". Rotundo Fern¨¢n-G¨®mez.
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