Madurez, divino tesoro
De qu¨¦ hablamos cuando hablamos del envejecimiento de la poblaci¨®n? Hablamos de que desde 1975 la esperanza de vida de los espa?oles ha aumentado en casi 7 a?os, situ¨¢ndose en estos momentos por encima de los 80 a?os. M¨¢s de dos millones de personas mayores de 80 a?os son pensionistas. No hace mucho que las expectativas de vida coincid¨ªan con la fecha can¨®nica de jubilaci¨®n: 65 a?os. Hoy, entre nosotros, los varones cobran su pensi¨®n durante una media de 17 a?os. Las mujeres, 21. Hablamos de que si en 1995 el n¨²mero de pensiones de jubilaci¨®n en vigor era de 3.313.602, en 2006 fue de 4.843.473. Y, por supuesto, esto no s¨®lo se da en Espa?a. De seguir las tendencias actuales, en el conjunto de la Uni¨®n Europea en el 2050 habr¨¢ 58 millones m¨¢s de personas mayores de 65 a?os y 48 millones de trabajadores menos.
La publicidad comercial ha sido pionera en cultivar al hombre y la mujer que peinan canas
Rejuvenecer la poblaci¨®n es casi imposible; el objetivo es que el envejecimiento sea socialmente activo
Hechos tozudos que nos dicen que para comprender lo que supone, social, cultural y econ¨®micamente, el envejecimiento de la poblaci¨®n no bastan ideas simples, ni, menos, prescripciones de presunta racionalidad que chocan con las realidades.
Porque lo cierto es que a menudo los usos sociales e, incluso, los valores sociales van a la zaga de la realidad. Seguimos practicando el culto a la juventud generado en los a?os sesenta del pasado siglo cuando nuestra realidad demogr¨¢fica ha sufrido una mutaci¨®n pasmosa. Y los hechos demuestran que no es precisamente f¨¢cil reequilibrar la pir¨¢mide de poblaci¨®n para conseguir rejuvenecerla de nuevo.
No es asunto f¨¢cil, para empezar, conseguir elevar sustancialmente la natalidad de los nacionales, ni tan siquiera con ayudas. Y a trav¨¦s de los inmigrantes, tampoco conseguiremos rejuvenecer de modo duradero la poblaci¨®n, entre otras cosas, porque ellos tambi¨¦n envejecen, y es muy probable que lo hagan en Espa?a. Por tanto, hay que pensar en una sociedad de viejos que tendr¨¢ nuevas demandas.
De esta nueva realidad lo l¨®gico ser¨ªa deducir un cambio significativo en nuestro comportamiento social, en la organizaci¨®n de nuestro ocio, en nuestras pr¨¢cticas de consumo, incluso en la ordenaci¨®n jer¨¢rquica de nuestro sistema de valores. Se tratar¨ªa de un cambio provocado por un t¨¢cito nuevo pacto social que procurara adecuar nuestra cultura y nuestras ciudades a la presencia de un colectivo cada d¨ªa m¨¢s numeroso.
Si adem¨¢s de referirnos a los jubilados, hablamos de todos los pensionistas (viudedad e incapacidad incluidas), estamos hablando ahora de casi ocho millones de espa?oles. Y ellos no merecen simplemente reconocimiento por los servicios prestados, no. De lo que estamos hablando es de la necesidad de reinvertir socialmente sus conocimientos, sus experiencias y, hasta me atrever¨ªa a decir, su tolerancia. Es un despilfarro social que el caudal enorme de bienes que la vejez comporta transite penosamente entre la indiferencia, el brasero y la compasi¨®n.
Hay que pasar de las cosas de viejos a que los viejos ocupen su puesto en la sociedad y a que el envejecimiento se sit¨²e en el centro de las agendas sociales. Estamos hablando de un ¨¦xito social sin precedentes: el envejecimiento como resultado del desarrollo cient¨ªfico y del Estado de Bienestar. De una oportunidad hist¨®rica, no de un problema.
El lenguaje pol¨ªticamente correcto nos ha llevado a sin¨®nimos no siempre afortunados. La palabra viejo o anciano se ha cambiado por la de "mayores" o "persona mayor". ?Pero mayor que qui¨¦n? Y no quiero ni recordar la sobrecogedora expresi¨®n de "nuestros mayores"; como si estuvi¨¦ramos hablando de algo en propiedad que ni siquiera es de ellos.
Cierto que la eficacia de cualquier pol¨ªtica no depende de su denominaci¨®n. Pero s¨ª es importante llegar al convencimiento de que, sin el protagonismo de los viejos, sin la participaci¨®n activa y decidida de ellos en la gesti¨®n de sus propios asuntos, la soluci¨®n que se d¨¦ desde fuera caer¨¢ en meras declaraciones bienintencionadas y pol¨ªticamente correctas.
Lo que s¨ª parece existir es una especie de "cosificaci¨®n": convertir en "cosa" el objeto de debate, tentaci¨®n que aparece en ciertas pol¨ªticas que buscan resolver asuntos de importancia, como ¨¦ste del envejecimiento. Al final, el riesgo es convertir el problema en "una cosa" que otros deben resolver desde fuera. Lo malo es que visto as¨ª, la "cosIa" en cuanto tal tiene un protagonismo menor, incluso inexistente.
Hemos repetido a menudo que en nuestras sociedades el trabajo es el instrumento de socializaci¨®n por antonomasia. A trav¨¦s del trabajo se forma parte del proyecto social, se forma parte del cuerpo social; de lo que se deduce que se trata del principal derecho de ciudadan¨ªa. Ahora bien, que el trabajo socialice no debe provocar que el fin del trabajo lleve a la desocializaci¨®n, a la expulsi¨®n de la sociedad. Aunque es cierto que hoy por hoy esa r¨ªgida relaci¨®n entre trabajo y socializaci¨®n conduce a que la jubilaci¨®n termine desliz¨¢ndose por la tr¨¢gica pendiente de la desocializaci¨®n.
Siguiendo un poco el hilo de este discurso podemos llegar a un territorio inh¨®spito. Si afirm¨¢bamos que el trabajo aporta ciudadan¨ªa, no cuesta mucho concluir que el trabajo precario aporta ciudadan¨ªa precaria, lo que nos llevar¨ªa a recordar que este tipo de trabajo afecta a 5,5 millones de trabajadores, que son b¨¢sicamente trabajadores j¨®venes. Y a ellos habr¨ªa que sumar esos casi ocho millones de pensionistas que no trabajan y se colocan, por tanto, en la escala de la desocializaci¨®n con los 5 millones de j¨®venes. Algo que afectar¨ªa sustancialmente a la cohesi¨®n social. Algo obviamente a evitar.
Resulta claro que el objetivo es el envejecimiento socialmente activo. O, dicho con otras palabras, la prolongaci¨®n de la vida laboral y de la participaci¨®n social tras la jubilaci¨®n. M¨¢s complejo, desde luego, resulta saber c¨®mo se consigue. Pero hay algo que no conviene olvidar, y que nos obliga a pasar de la poes¨ªa a la aritm¨¦tica: para conseguir esa actividad dentro de la jubilaci¨®n, lo primero es que los dos pilares b¨¢sicos aguanten, y aguanten bien.
Me refiero al Sistema General de Pensiones y al Sistema Nacional de Salud, ambos determinantes incluso para la existencia del propio envejecimiento. Y, a partir de aqu¨ª, la aplicaci¨®n de pol¨ªticas sectoriales concretas: dependencia, conciliaci¨®n, infraestructuras migratorias, empleo, etc., que exigen en todo caso una doble coherencia entre los distintos poderes del Estado, en primer lugar, y la complicidad de ¨¦stos, en segundo lugar, con el sector privado.
Otro factor m¨¢s: la prolongaci¨®n de la vida, como ya hemos dicho, prolonga tambi¨¦n su participaci¨®n en el consumo y en el ocio, crea un colectivo que gasta, viaja, vive, que no es un ente pasivo sino muy activo. No es casual que, por ejemplo, est¨¦ cambiando tan dr¨¢sticamente la publicidad. No s¨®lo en sus im¨¢genes sino en sus destinatarios. Basta con echar una ojeada a los medios de comunicaci¨®n para comprobar c¨®mo los mensajes dirigidos a los viejos han sufrido una transformaci¨®n pasmosa. Del anuncio del abuelo de boina, de aire a?ejo, se ha pasado al hombre y la mujer que peinan canas con orgullo, que demuestran una actividad como usuarios de coches, de cremas, de viviendas, de chocolates y hasta de lencer¨ªa.
Y lo m¨¢s importante es que, adem¨¢s, el nuevo mensaje publicitario se lanza en positivo. No son ya los ancianos-cosas, dependientes y propiedad de alguien. La imagen que se da de ellos es la de una vida abierta, rica, apasionada y apasionante. Un mensaje en positivo el de la publicidad comercial que todav¨ªa falta en otras ¨¢res y, desde luego, en nuestras pol¨ªticas sociales. Aunque sea de pasada, conviene hacer un llamamiento a los medios de comunicaci¨®n y a los agentes sociales y pol¨ªticos para que profundicen en esta sensibilizaci¨®n de que la vejez no es el fin, sino el principio de otro tipo de sociedad que tiene entre sus valores y sus retos la prolongaci¨®n de la vida.
Estas reflexiones son las que han llevado al Consejo Econ¨®mico y Social, foro de participaci¨®n de los interlocutores sociales en las pol¨ªticas p¨²blicas, a celebrar recientemente unas Jornada sobre el Envejecimiento de la Poblaci¨®n. De ellas ha salido la conclusi¨®n de que el envejecimiento, visto desde una perspectiva que no suponga la expulsi¨®n de la sociedad, debe situarse en el seno de todas las pol¨ªticas y esas pol¨ªticas han de ser instrumentos para la preservaci¨®n del ejercicio efectivo y del pleno disfrute de los derechos pol¨ªticos, civiles y socioecon¨®micos de las personas de edad. Y da igual que los llamemos mayores, tercera edad, maduros o viejos, porque, sea cual sea la denominaci¨®n,lo es seguro es que no son "cosas".
Marcos Pe?a es presidente del Consejo Econ¨®mico y Social.
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