Howard Carter: el enigma era ¨¦l
El descubridor de la tumba de Tutankam¨®n tuvo una vida llena de sombras
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En el cementerio de Putney Vale, en el extrarradio de Londres, yace enterrado un misterio tan grande como el de Tutankam¨®n: el de su descubridor.
No sabemos qui¨¦n fue en realidad Howard Carter, un hombre desconcertante, ambicioso y arribista, perseverante y sensible, con facetas inquietantemente oscuras y al que debemos sin embargo uno de los hallazgos m¨¢s dorados y luminosos de la historia.
La tumba de Howard Carter -en la que ciertamente no hay oro, ni estatuas, ni carros- es peque?a y discreta, indigna de un arque¨®logo de su categor¨ªa. Apenas una l¨¢pida negra y dos metros de tierra inglesa en la que ha germinado hierba y algunas humildes flores. Hallarla no es dif¨ªcil: se encuentra cerca del paseo central del cementerio, en la parcela 12, al lado de la de Lucy, hija ¨²nica de Isaac T. Nicholson, mayor del 23? regimiento de infanter¨ªa nativa de Bombay. En el g¨®tico y solitario camposanto, digno de Bram Stoker, surgen como espectros ardillas y mirlos.
Una intensa frase figura en la l¨¢pida de Carter: "Pueda tu esp¨ªritu vivir, durar millones de a?os, t¨² que amas Tebas, sentado con la cara al viento del norte, los ojos llenos de felicidad". Es la inscripci¨®n de la bella copa de alabastro de Tutankam¨®n, verdadero grial egipcio, s¨ªmbolo de vida eterna y que, por cierto, puede admirarse en la exposici¨®n de sus tesoros en Londres. Alguien ha dejado un peque?o busto de Tutankam¨®n sobre la l¨¢pida de Carter. Hay otras peque?as y misteriosas ofrendas en la tumba: dos escarabeos baratos, de esos de todo a cien de Luxor, un incoherente angelito. Y lo m¨¢s conmovedor: un coraz¨®n de piedra, que remite, para el observador, a la dureza de car¨¢cter del arque¨®logo.
Nacido en Kensington, hijo de un artista especializado en pintar animales que retrataba las mascotas de los ricos, Carter, el menor de 11 hermanos, hered¨® el talento natural de su padre para el dibujo, lo que le fue muy ¨²til en su carrera arqueol¨®gica. Un campo en el que fue siempre visto por muchos de sus colegas como un amateur, pues no ten¨ªa estudios acad¨¦micos (de hecho su educaci¨®n fue muy superficial). Nunca supo expresar sus sentimientos ¨ªntimos, excepto en algunas de sus reflexiones sobre Tutankam¨®n.
"Es asombroso lo poco que se conoce de su vida privada", escribe su bi¨®grafo, T. G. H. James, al final de las 400 p¨¢ginas de la espl¨¦ndida Howard Carter. The path to Tutankhamun (Kegan, 1992). En eso no es distinto Carter del joven rey.
No se cas¨® ni tuvo hijos. James recalca la dificultad de que tuviera aut¨¦nticas amistades un hombre caracterizado por una "irascible timidez", complejo y "pomposo". Un arrebato de mal genio fue la causa de su ca¨ªda en desgracia en 1905 tras un altercado con turistas franceses, con los que lleg¨® a las manos en Saqqara, episodio que le cost¨® el cese como inspector jefe de antig¨¹edades y tener que malvivir varios a?os humillantes como gu¨ªa, artista, dragom¨¢n y dealer de objetos fara¨®nicos.
A lo largo de su vida, Carter fue siempre un solitario. No se le conoce ninguna relaci¨®n sentimental. En su can¨®nico Tutankam¨®n, la historia jam¨¢s contada (Planeta, 2007), en el que revela que Carter minti¨® en su relato oficial del descubrimiento de la tumba, Thomas Hoving describe a Carter como "abnegado, en¨¦rgico, obsesionado con el m¨¦todo, conducido por la ambici¨®n (...) impetuoso, testarudo, insensible, poco diplom¨¢tico, falso y mendaz a veces". Dice que Carter "socav¨® sus logros y se tortur¨® a s¨ª mismo y a los dem¨¢s durante toda su vida".
Despu¨¦s de terminar su trabajo en la tumba de Tutankam¨®n, en 1932, Carter dijo que pretend¨ªa hallar la de Alejandro Magno, y sugiri¨® que sab¨ªa d¨®nde estaba, pero que se guardaba el secreto para ¨¦l. Muri¨® a los 64 a?os, a causa de un hodgkins, un c¨¢ncer linf¨¢tico. Tras su muerte, varios objetos de la tumba de Tutankam¨®n en su poder, y que no figuraban en el inventario de la excavaci¨®n, llegaron discretamente (para evitar el esc¨¢ndalo) al Museo Egipcio de El Cairo. Otro episodio oscuro de Carter es su papel como agente de Inteligencia durante la I Guerra Mundial. Se le achaca haber participado, ¨¦mulo de Lawrence de Arabia, en la pol¨¦mica voladura de la base del Instituto Arqueol¨®gico Alem¨¢n en Qurna.
S¨®lo un pu?ado de personas acudieron a su austero entierro en 1939, digno colof¨®n de una vida de triste ¨¦xito. La leyenda ha querido que entre ellas se contaran tres mujeres veladas y llorosas, lo que ha dado pie a imaginarle secretos y rom¨¢nticos idilios (lo han hecho en sendas novelas Philipp Vandenberg y Christian Jacq). Parece que su supuesta amante francesa es puro bulo. En el entierro, sin embargo, estaba lady Evelyn Herbert Beauchamp, la hija de lord Carnarvon y compa?era de peripecias egiptol¨®gicas de su padre y Carter. Es posible que la joven se enamorara del maduro arque¨®logo. Pero parece que Carter nunca perdi¨® de vista cu¨¢l era su lugar y lo imposible que hubiera sido una relaci¨®n. Es probable que adem¨¢s no le interesara en absoluto. Nunca se conocer¨¢n las inclinaciones sexuales de Howard Carter, ni qu¨¦ afectos calentaban su secreto coraz¨®n conquistado por Egipto. Pero en esta tarde en Putney Vale, cuando el ojo enrojecido del sol se pone justo detr¨¢s de la tumba del descubridor de Tutankam¨®n, uno no puede sino musitar un agradecimiento por todas las maravillas que nos revel¨®. "Las sombras se mueven pero la oscuridad no se desvanece", escribi¨® Howard Carter de Tutankam¨®n. Podr¨ªa haber dicho lo mismo de ¨¦l.Fue un solitario. No se le conoce ninguna relaci¨®n sentimental
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