La adicci¨®n a la piqueta
La pregunta no es por qu¨¦ habr¨ªa que salvar el conjunto de edificios de la antigua Tabacalera, no muy bellos pero s¨ª arm¨®nicos, sino a santo de qu¨¦ es preciso derribarlos. En esta ciudad se acaba por ser agredido incluso personalmente, en lo que tiene que ver con la memoria paisaj¨ªstica, por decisiones municipales de mucha o poca enjundia, seg¨²n se mire. El negocio es el negocio, y si los negociantes no se andan con miramientos entre ellos, dejando en su camino un rosario de compinches sin fortuna en la cuneta, qu¨¦ van a poder contra sus manejos las casas y edificios y el entorno (¨¦se s¨ª) emblem¨¢tico de una ciudad que lo pierde todo a cambio de casi nada.
Desde el muy deteriorado Paseo de la Alameda, convertido en una v¨ªa de circulaci¨®n r¨¢pida, que pespunta el antiguo cauce en el centro de la ciudad, se abr¨ªa como respiradero urbano una zona que vinculaba los Jardines de Viveros con el antiguo Paseo al Mar y, en sus calles adyacentes, con Micer Masc¨® y el estadio de Mestalla, hasta la Avenida de Arag¨®n, con la ruptura de una Avenida del Cardenal Benlloch, antiguo camino de carros hacia el puerto, que abre tanto como cierra el tr¨¢nsito desde los centros neur¨¢lgicos de la ciudad a la proliferaci¨®n de los poblados mar¨ªtimos. Se trata de algo muy bien expuesto incluso en la novela de Blasco Ib¨¢?ez Flor de Mayo, ya a principios del siglo pasado. Y entre el arranque de La Alameda y Cardenal Benlloch hab¨ªa un paseo muy grato a la vista, en cuyo eje se situaban la Tabacalera y el palacio de la Exposici¨®n. Creo que fue Joan Olmos el que dijo una vez que una ciudad son calles con aceras transitables, pero eso era antes de que cada bloque de edificios se constituyera en una especie de ciudad aparte, en un gueto privado con un coraz¨®n en forma de piscina.
Los edificios de inter¨¦s p¨²blico o paisaj¨ªstico no pueden defenderse solos, ni tampoco, cuando hay tantos intereses en juego, basta con la defensa que de ellos hacen peque?os grupos reivindicativos de un conservacionismo sensato. Al derribar la Tabacalera no s¨®lo se consuma un acto vand¨¢lico de expropiaci¨®n contra la ciudadan¨ªa; tambi¨¦n se expropia una parte muy c¨¢lida de nuestra memoria. Son muchas miles de veces las que he pasado por delante del edificio que ahora no existir¨¢ jam¨¢s, como ese amigo al que frecuentabas a diario y de pronto es fulminado por un c¨¢ncer. En este caso, por ese c¨¢ncer de la especulaci¨®n inmobiliaria por el que alguien se embolsa dos centenares de millones de euros de plusval¨ªas a cambio de privarnos de paisaje urbano y de memoria ciudadana. Es una grave decisi¨®n municipal, que atenta contra la armon¨ªa de la ciudad por la que debe velar, y que tampoco est¨¢ en condiciones de asegurar que lo que se construya en su lugar tenga otro inter¨¦s que llenar los bolsillos de algunos despabilados.
Quiz¨¢s nunca como ahora se hab¨ªa destruido o malbaratado lo que se tiene a favor de nuevas construcciones emblem¨¢ticas que agobian a la mirada y destrozan toda noci¨®n de armon¨ªa est¨¦tica para colocar en su lugar una grandilocuencia dislocada donde el gusto por las justas proporciones se convierte en fat¨ªdica ostentaci¨®n de nuevo rico. Tambi¨¦n de eso es culpable una Rita Barber¨¢ que pasar¨¢ a la historia como enemiga de la ciudad que destroz¨® a conciencia en nombre de un cosmopolitismo de reposter¨ªa.
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