El reencuentro
Felipe Gonz¨¢lez y Alfonso Guerra se re¨²nen por primera vez tras 15 a?os de disputas y desuniones
Felipe Gonz¨¢lez esperaba a Alfonso Guerra el jueves de la pasada semana en una habitaci¨®n del hotel Palace, de Madrid. "Si llego a saber que vienes con corbata, yo tambi¨¦n me la pongo". El que fuera l¨ªder del PSOE romp¨ªa el hielo. Hac¨ªa m¨¢s de una d¨¦cada que no manten¨ªan una reuni¨®n a solas. EL PA?S les convenci¨® para reencontrarse con motivo del 25? aniversario de su llegada a La Moncloa, que se cumple ma?ana, domingo. Para celebrarlo, el PSOE organiza este mediod¨ªa un acto en el que ambos se repartir¨¢n el protagonismo.
Parec¨ªa una idea bonita juntarles por primera vez despu¨¦s de tantos a?os -15, desde que Guerra abandon¨® el Gobierno- de ir cada uno por su lado, de liderar facciones opuestas, corrientes enfrentadas dentro del socialismo espa?ol. La mayor¨ªa de los consultados en sus respectivos entornos, cuando se les planteaba la propuesta, dec¨ªa lo mismo. "Es muy dif¨ªcil, imposible", era la respuesta m¨¢s optimista.
Pero el tiempo lo cura todo, hasta los desencuentros m¨¢s sonados. As¨ª, estas dos figuras, a las que la historia reciente ha investido ya de una p¨²rpura m¨¢s o menos consensuada en lo bueno y en lo malo, han accedido a la petici¨®n.
Todo ocurri¨® en el hotel Palace. El lugar donde celebraron la victoria hist¨®rica del PSOE el 28 de octubre de 1982. Quedan all¨ª porque Guerra, diputado en esta legislatura, tuvo pleno y votaci¨®n, lo que le provoc¨® un retraso sobre la hora prevista, que Felipe mat¨® fumando unos habanos y conversando de lo divino y lo humano. Cuando el que fuera vicepresidente del primer Gobierno socialista entra en el lugar del reencuentro, se funden en un abrazo...
Quedan a expensas de lo que les digan los fot¨®grafos, pero no tardan en entrar en conversaci¨®n. Primero se ponen al d¨ªa con las familias, despu¨¦s... La pol¨ªtica. O la geopol¨ªtica, mejor dicho. Se sientan en un sof¨¢, cada uno en un extremo. Les cuesta mirarse. Marisa Fl¨®rez se lo reprocha. "Pod¨ªan mirarse un poco m¨¢s", les dice, con cuidado. "?Una mirada m¨¢s qu¨¦? ?C¨®mo la quieres?", quiere saber Guerra. "Una mirada m¨¢s directa", responde la fot¨®grafa. "?Quieres decir m¨¢s amorosamente?", pregunta Felipe. Grandes risas. Pero obedecen y se ponen a ello. A mirarse.
Rusia ha entrado en escena. Y parad¨®jicamente ha roto mucho el hielo. Se acuerdan de viejos tiempos, cuando fueron all¨ª, en los a?os setenta: "Con aquellos almacenes, donde no hab¨ªa nada", dice Guerra. Y ahora... Anuncios, tiendas de lujo. Acaba de regresar de all¨ª y puede contrastar opiniones con su antiguo jefe de filas. "El metro cuadrado en Mosc¨² para un apartamento es el m¨¢s caro del mundo, pero m¨¢s que en Tokio", comenta Felipe. "?Y los que mandan?", tercia Guerra. "?Te acuerdas de esa clase dirigente del partido comunista? Sonrosados, gordos; han desaparecido. Ahora andan por ah¨ª empresarios esbeltos, delgados, fuertes, y el poder lo marca la chequera que tienen". El caso es que en Rusia, seg¨²n ellos, la historia se repite. "La gente siempre queda excluida, desde los zares a hoy. No se cuenta con ellos para nada, y eso es muy triste. ?En realidad estamos en el zarismo, igual, igual!", dice Guerra. "Como era la nomenklatura antes, ahora le toca a la oligarqu¨ªa. Eso es lo m¨¢s profundo. Adem¨¢s, no han hecho una reflexi¨®n b¨¢sica", agrega Felipe. "Desde que desapareci¨® Gorbachov hasta ahora. Es ¨¦sta: si todo el dinero que hab¨ªan empleado en la mayor industria militar del mundo no fue suficiente para mantener una estructura de poder. Y repiten la experiencia".
Del extremo europeo pasamos a Ir¨¢n, donde tambi¨¦n ha estado Felipe Gonz¨¢lez. Un par¨¦ntesis asi¨¢tico en sus constantes viajes por Latinoam¨¦rica, adonde dice que se desplaza hasta dos veces al mes. "Si te sales de ah¨ª y ves la pasi¨®n con que enfrentan sus cosas los iran¨ªes, que los he conocido bien... Tienen la misma renta per c¨¢pita que cuando echaron al sah, la misma que cuando empezaron la revoluci¨®n. S¨®lo hay un elemento diferencial desde el punto de vista social. Que han metido dinero en educaci¨®n, por eso tienen los l¨ªos que tienen en las universidades. La renta per c¨¢pita es igual, pero las oligarqu¨ªas se han sustituido. La del sah ha cambiado por la de los ayatol¨¢s. Con la misma organizaci¨®n econ¨®mica y de poder que ten¨ªan ¨¦stos, su ¨²nica pasi¨®n es ser una potencia mundial, todo lo dem¨¢s les da igual".
El peligro es que la conversaci¨®n acabe en la Conchinchina o por las ant¨ªpodas. As¨ª que les arrastramos de vuelta Espa?a. "?Ah, no!", suelta Felipe. Pero regresan. Con la memoria divergente, pero regresan. Tienen gracia los detalles que asaltan a cada uno. Recuerdan la llegada a La Moncloa. "El d¨ªa 1 [de diciembre] entr¨¦ yo y el 2 vinisteis vosotros", dice el ex presidente. "El 3, nosotros llegamos el 3", seg¨²n Guerra. Despu¨¦s de lo que le cost¨® convencerle para que aceptara la vicepresidencia. Huy, tema controvertido. Quema un poco. "No vamos a contar eso ahora", dice Guerra.
Bien, pues entonces centr¨¦monos en la llegada. ?C¨®mo fue el primer d¨ªa? "Yo estaba acojonao. Bueno, abrumado, ya lo he contao muchas veces, abrumado, abrumado, serio y abrumado", confiesa el mandatario. "Sentido de la responsabilidad", le recuerda Guerra. "Tan abrumao que a m¨ª, que me gusta, como sab¨¦is bien, la jardiner¨ªa y todo eso, tard¨¦ nueve meses en salir del despacho. Hasta los nueve meses, bueno, como si fuera a parir", sigue Gonz¨¢lez.
"Hab¨ªa un sentimiento de triunfo y una responsabilidad que agobiaba un poco, sobre todo a ti", le comenta Guerra. "He pensao muchas veces, Alfonso, en como se enfrenta uno a la pol¨ªtica. Hay dos maneras de lidiar con el triunfo. Uno que es ganar y plantearse: 'Ya la hice'. Y otro que es ganar y pensar: 'Tengo un instrumento para hacer'. Ya la hice, digamos, es lo que Fox pens¨® cuando gan¨® al PRI en M¨¦xico. No hizo nada m¨¢s".
"Son v¨¢lidas las dos", opina Guerra. "La primera nos sirvi¨® para el d¨ªa 28. Qui¨¦n lo dir¨ªa. Hasta ese d¨ªa hab¨ªamos montado en Espa?a 10.000 actos p¨²blicos. Llegas, sacas 202 diputados y piensas: misi¨®n cumplida. Ahora, a otra cosa, pero esto, cumplido". Alfonso lo dice con conocimiento de causa, el que da haber dirigido la famosa campa?a del cambio. "Ya, pero yo me refer¨ªa m¨¢s a un sentimiento", a?ade Felipe. "En el caso de Fox fue, bueno, ya me puedo coger vacaciones", sentencia Guerra. "Eso es".
Por aquella ¨¦poca, la democracia andaba en pa?ales. Tambi¨¦n la mec¨¢nica del poder ejecutivo. Tuvieron que inventar todo un sistema de funcionamiento para el d¨ªa a d¨ªa en la presidencia del Gobierno. No exist¨ªa. "No hab¨ªa un ordenador, eh. ?No hab¨ªa un ordenador!", exclama Guerra. "No exist¨ªa la presidencia cuando lleg¨® Su¨¢rez, y cuando ¨¦l sali¨® quedaban los fontaneros de la presidencia", cuenta Felipe. "?No hab¨ªa un papel, es que no hab¨ªa un papel, que es acojonante!", sigue Alfonso. "Voy a contar una an¨¦cdota, porque Leopoldo Calvo-Sotelo lo ha contado ya cuando dijo que no hab¨ªa papeles y tal. Cuando yo fui a abrir la caja fuerte no necesit¨¦ hacerlo porque estaba abierta, sin ning¨²n papel, y dentro s¨®lo con el libro de instrucciones. Y no se me ocurri¨® ni siquiera reprocharlo. As¨ª que tuvimos que crear el gabinete de la presidencia con todo informatizado. Montamos el aparato operativo y visitamos c¨®mo funcionaba la canciller¨ªa alemana, la francesa, hicimos lo necesario para contar con un equipo humano", cuenta Gonz¨¢lez.
"Hab¨ªa una comisi¨®n de seguimiento del Gobierno franc¨¦s que nos hac¨ªa informes diarios", relata Guerra. "Pero se puso en pr¨¢ctica r¨¢pido, con alguien que nos filtrara no s¨®lo informes, sino lo que ¨ªbamos a debatir en el Consejo de Ministros, que planteara los asuntos de manera manejable", dice Felipe. "Clasificados en tres. Verde, amarillo y rojo", comenta Guerra. "Verde, rojo y negro", dice Felipe. "No, no, no. El sem¨¢foro. Los colores del sem¨¢foro", discute Guerra. Gonz¨¢lez especifica: "Negro era todo el orden del d¨ªa". "Ah, bueno, s¨ª, s¨ª", recuerda Guerra. "Verde lo que hab¨ªa consenso en la comisi¨®n de subsecretarios. Rojo era lo que por raz¨®n de la materia hab¨ªa que deliberar". "No". "Bueno, da igual...".
El tiempo aprieta. Queda otra foto. Hay que bajar a la habitaci¨®n desde la que se asomaron al balc¨®n, agarrados de la mano, para festejar su mayor¨ªa absoluta. El lugar les resulta extra?o. Est¨¢ hoy desconocido. Ya no es una suite para clientes privilegiados. Se ha transformado en el despacho y las oficinas de la direcci¨®n del hotel. La memoria traiciona tanto que Felipe duda. "Fue ¨¦sta, seguro, esta de aqu¨ª", dice Guerra, muy convencido. Se refiere a la ventana m¨¢s peque?a, no la que hace esquina. De ah¨ª sali¨® la foto hist¨®rica. Cuando se asoman, sin querer, se produce un remolino en la calle y los curiosos les hacen saludar mientras les disparan los m¨®viles.
En el vest¨ªbulo, una despedida apresurada, la mano y poco m¨¢s. Ni siquiera un t¨ªpico ll¨¢mame y nos vemos. Se muestran atropellados por compromisos. Pero dicen que luego le han cogido el gusto a recuperar el tiempo perdido. Esta semana han comido juntos. Hoy ser¨¢n los protagonistas en el acto de los 25 a?os. Este sencillo, algo tenso y breve reencuentro en el Palace parece que les ha animado a cerrar viejas heridas.
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