La calle
Tiene que haber otra forma de manifestar solidaridad con las v¨ªctimas de la banda p¨²trida. No puede ser que la ciudadan¨ªa se agrupe para hacerlo como en los viejos tiempos, sobre todo ahora que de las concentraciones o marchas callejeras se han apoderado quienes a¨²n mantienen el garrote vil enhiesto y piden pared¨®n, como lo exig¨ªan a gritos para sus contrarios en los tiempos de la transici¨®n. Y los otros, entrando al trapo. Qu¨¦ miseria.
Esos actos proporcionan material para que los medios de difusi¨®n se llenen en los d¨ªas siguientes con las iniciales que usa la hiena del norte. Plus de publicidad con el que sin duda cuentan, en especial ahora que la calle democr¨¢tica se ha convertido en escenario de improperios. Deber¨ªamos replantearnos el seguir mostrando a la antigua usanza el dolor por los muertos y la c¨®lera contra sus asesinos. Cambiar de maneras, para as¨ª decirlo,
Manifestarse ahora contra la bestia babosa, aunque sea unitariamente, es una actividad, a mi juicio, sobrevalorada. Y el hecho de que la gente no haya acudido en masa a la ¨²ltima convocatoria, como ha ocurrido en Madrid, no quiere decir que se pase de ello, sino que, precisamente porque no se pasa, uno contin¨²a haciendo lo que hac¨ªa: para no darles a los miserables la satisfacci¨®n de que crean que, por haber segado m¨¢s vidas, la vida que les repudia se ha detenido.
Habr¨¢ que hacerles el vac¨ªo. Silenciados los terroristas, despreciados por aquellos cuyo futuro pretenden condicionar. Aislados, a su vez, los vociferantes, los mu?idores de tragedias, los impresentables camorristas. Y aquellos, mucho m¨¢s numerosos, estoy segura, que no sentimos m¨¢s que pena por quien muere e ira contra quien mata, debemos dejarles solos, berreando en la calle. Que es de todos y tambi¨¦n suya, aunque las alcantarillas les sienten mejor como marco incomparable.
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