Capit¨¢n Mangouras
Apostolos Mangouras, tiene la propiedad, como los espectros de Shakespeare, de aparecerse en sue?os. Sus ojos azules, las mejillas cortadas por el salitre, los ojos acuosos de viejo lobo de mar y esos andares de la gente de ?taca que parece que se balancean sobre los caminos porque piensan que nunca han dejado de navegar. Toda su fisonom¨ªa forma parte del sue?o. Apostolos Mangouras aparece como los espectros de Shakespeare asomando la testa de marinero en una rendija de la galerna, bramando como un poseso la justicia que reclama el capit¨¢n al que le es arrebatada su embarcaci¨®n un d¨ªa de temporal en un lugar del que no hab¨ªa o¨ªdo hablar, llamado Costa da Morte.
Han pasado cinco a?os desde el hundimiento del Prestige y Apostolos Mangouras personifica como nadie el absurdo tr¨¢gico de las gentes de mar obligadas a llevar una negra sombra de petr¨®leo encima por el resto de sus d¨ªas, mientras en un peque?o juzgado, desbordado por el peso infame de los sumarios, pongamos que Corcubi¨®n, la luz permanece encendida d¨ªa y noche esperando que alguna vez las compa?¨ªas de seguros, los armadores y, sobre todo, los pol¨ªticos deshilen la mara?a del estrago.
Es como si todav¨ªa los tribunales no pudieran hacer justicia sobre aquella noche negra
Ap¨®stolos Mangouras, de la tierra de Ulises y Nausica, vive mientras tanto su propia odisea de marinero sin honra en alg¨²n lugar de Grecia bajo la sombra de la chumbera, recordando ya para siempre el estr¨¦pito de los remolcadores en aquella noche de noviembre de 2002 en la que, despu¨¦s de poner a salvo a los 27 tripulantes del nav¨ªo, afront¨® la situaci¨®n m¨¢s desesperadas de su vida para la que un marinero de ?taca debe estar preparado desde el d¨ªa de su nacimiento: acompa?ar a su barco a su propio e irremisible entierro a 200 millas de la costa, como un samurai japon¨¦s que pide que la espada le siga y le de coraje en el ¨²ltimo combate.
Es verdad que la popularidad de Mangouras entre las gentes del mar y las capitan¨ªas del mundo ha subido como la espuma, pero su memoria se ha ido quebrando como esos enormes trozos de hielo desprendidos de la Ant¨¢rtica, quebr¨¢ndose y ensordeciendo por ese rumor que no ha cesado de asolar su mente desde aquel momento que not¨® el fr¨ªo metal de las esposas en su mu?ecas, y aquellos meses en la c¨¢rcel y, luego, en un hotel de A Coru?a viendo con melancol¨ªa la silueta de los cargueros mientras de nuevo le parec¨ªa ser el personaje de S¨®focles envuelto en la inevitable y sofocante conspiraci¨®n de la tragedia.
La Lista Lloyd, una de las publicaciones que todav¨ªa conserva el aroma a brea de los relatos de Stevenson con su sola menci¨®n, le otorg¨® a Apostolos Mangouras en 2004 el galard¨®n de capit¨¢n del a?o, un protagonismo hollywoodiense para "un hombre valiente". Sin embargo, el enigma Mangouras, tiene una enorme carga de controversia a quien se le acerque: su misma lealtad a la carga podr¨ªa llevarnos a suponer que el comportamiento que ahora alaba el Lloyds podr¨ªa ser perfectamente premiado aunque se tratara de un cargamento de esclavos y seg¨²n los c¨®digos del mar as¨ª podr¨ªa ser en tiempos de la Bounty o de los negreros. Con menos romanticismo, en esta ¨¦poca de petroleros, el caso es que Mangouras defendi¨® su monocasco de toda orden de alejamiento antes que la teor¨ªa de Cascos y los marineros en tierra del PP creyeran que el oc¨¦ano no habr¨ªa nunca de regurgitar las bodegas del petrolero y s¨ª sepultarlo en el olvido de las profundidades abismales.
No volvamos al punto infame que ya bastante tienen en los juzgados de Corcubi¨®n. El caso es que en esta tragedia griega que ocurri¨® en Galicia han de analizarse de forma retrospectiva los comportamientos de la especie humana como el de una obra coral en la que va siendo de honor p¨®stumo restablecer la honra de los que han sido condenados a vagar por el Averno de sus tormentos interiores, caso del capit¨¢n Mangouras, y los que siguen gobernando y remando a favor del viento en sus despachos sin el m¨¢s m¨ªnimo atisbo de que aquel temporal atl¨¢ntico les haya hecho mella en su doble casco de hipocres¨ªa.
As¨ª las cosas hay que pensar que de muy poco ha servido la funci¨®n. Y es como si las leyes de los hombres no estuvieran a la altura de las leyes del mar. Como si todav¨ªa los tribunales de tierra no pudieran hacer justicia sobre aquella noche negra en la que todos m¨¢s o menos podemos distinguir al ¨²nico h¨¦roe pidiendo justicia sobre la cubierta del naufragio. Con la misma clarividencia del capit¨¢n Mangouras, tambi¨¦n nosotros nos vamos yendo a pique.
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