La altura del v¨¦rtigo
1 - Se trata de llevar la vida al otro lado. A la fascinaci¨®n del peligro extremo se le une el encanto a?adido de lo clandestino. A un lado, la masa de una monta?a. Una vida que el funambulista conoce. Al otro, un universo de nubes tan lleno de lo desconocido que hasta le resulta vac¨ªo. Demasiado espacio. A sus pies, un cable de acero. Nada m¨¢s. Sus ojos captan lo que se levanta frente a ¨¦l, que no es m¨¢s que la parte superior de la torre norte del World Trade Center. Sesenta metros de cable por delante. El camino est¨¢ trazado. Philippe Petit est¨¢ a 400 metros de altura, entre las dos Torres Gemelas, verano de 1974.
Paul Auster a¨²n recuerda con intensidad y emoci¨®n la ma?ana de 1974 en que su amigo el funambulista Philippe Petit "le hizo un regalo de una asombrosa e indeleble belleza a Nueva York". Ese d¨ªa, Philippe Petit, despu¨¦s de meses de preparativos clandestinos, tendi¨® por sorpresa un alambre de acero entre las torres gemelas del World Trade Center y fue de una azotea a la otra, cruz¨® el vac¨ªo en una larga traves¨ªa del aire que dur¨® 45 minutos inmortales.
Que recordemos mucho m¨¢s la destrucci¨®n de las torres gemelas que aquel acto art¨ªstico de gran belleza que tuvo lugar un cuarto de siglo antes en el mismo escenario es, en el fondo, algo bien comprensible, pues hubo un mortal desastre aquel 11 de septiembre. Pero eso no quita que ser¨ªa genial si, en lugar de arrinconar tanto la memoria de la belleza, estuvi¨¦ramos hechos de otra materia y fu¨¦ramos capaces de recordar con la misma intensidad que la destrucci¨®n la poes¨ªa extraordinaria del gesto del funambulista Philippe Petit el d¨ªa en que alcanz¨® las nubes en lo alto del World Trade Center.
Alcanzar las nubes, que publica Alpha/Decay, es el libro en el que Philippe Petit cuenta detalladamente la historia de la gran aventura que termin¨® el d¨ªa en que al sur de Manhattan realiz¨® su m¨¢s grande actuaci¨®n a¨¦rea: el d¨ªa en que, venciendo al v¨¦rtigo ("guardi¨¢n del abismo" lo llama), entr¨® en contacto directo con los dioses al cruzar de una azotea a otra en lo m¨¢s alto del cielo y del aire de Nueva York.
De lo que es capaz un hombre. Pero la gran acci¨®n -siempre hay un lado c¨®mico en toda gran acci¨®n- se gest¨® en realidad en un lugar muy peque?o, en el invierno de 1968, en Par¨ªs, en la sala de espera de un dentista. Philippe Petit apenas ten¨ªa 18 a?os cuando, con dolor de muelas y estilo ya fun¨¢mbulo, hoje¨® un Paris Match en el que se dec¨ªa que estaban terminando de construir las torres gemelas de Nueva York y que ¨¦stas superaban en un buen n¨²mero de metros a la pobre Tour Maine-Montparnasse. Parec¨ªa que le estuvieran diciendo que las dos torres de Nueva York eran inalcanzables. Philippe arranc¨® la hoja de la revista y sali¨® corriendo de la sala de espera de aquel dentista, y a partir de entonces pas¨® a vivir con su obsesi¨®n por tender un cable entre las dos torres y cruzarlas. Viaj¨® a Nueva York y durante meses comenz¨® a inspeccionar las posibilidades de subir clandestinamente una madrugada hasta la azotea de la torre sur del World Trade Center y hacerlo provisto de todo para la proeza: cuerdas de polipropileno y nailon, aparejos de poleas con gavillas, cables de acero de varios di¨¢metros, vigotas con cuerdas de fibra, cinturones de seguridad, guantes de obra, destornilladores y llaves inglesas.
Cuando a?os m¨¢s tarde, en 1974, en la aduana de Nueva York un polic¨ªa le pregunt¨® por qu¨¦ llevaba todo aquello en el equipaje, Philippe Petit contest¨®:
-?Oh!, no es nada. Soy fun¨¢mbulo, y estoy aqu¨ª para tender un cable entre las torres gemelas del World Trade Center.
El polic¨ªa respondi¨® con una larga y sonora carcajada y con un adem¨¢n le invit¨® a entrar en Estados Unidos.
2 - Tras su ilegal traves¨ªa del aire, los periodistas le preguntaban a coro en la comisar¨ªa por qu¨¦ lo hab¨ªa hecho, y contest¨® espont¨¢neamente: "Cuando veo tres naranjas hago malabarismos, cuando veo dos torres, ?camino!".
De Alcanzar las nubes -que he le¨ªdo poni¨¦ndome muchas veces en el lugar de Philippe Petit y sintiendo entonces un v¨¦rtigo infinito- dif¨ªcilmente olvidar¨¦ un momento, curiosamente uno de los pocos que no relaciono con el v¨¦rtigo f¨ªsico, sino con un sentimiento de misterio y al mismo tiempo de v¨¦rtigo an¨ªmico, interior. Un hecho pavoroso, cargado de extra?o significado, como una premonici¨®n de la altura del v¨¦rtigo del propio rascacielos en construcci¨®n. Un hecho pavoroso visto en retrospectiva, es decir, visto despu¨¦s del 11 de septiembre. Se trata del momento extra?o en que Petit est¨¢ haciendo las primeras inspecciones para ver si ser¨¢ posible realizar su actuaci¨®n por sorpresa y percibe un H. A., es decir, un "hecho aislado", que as¨ª es c¨®mo los antrop¨®logos llaman en sus informes a cualquier hallazgo at¨ªpico en su campo. Philippe Petit est¨¢ subiendo las escaleras de las plantas m¨¢s altas de la torre sur y le parece que ha habido un terremoto, que luego ve que en realidad ha sido una sacudida, una sacudida interior. En cuesti¨®n de segundos, los escalones de metal empiezan a trepidar bajo sus pies. Luego las barandillas a las que se agarra vibran levemente. No, no tan levemente. Los escalones, las barandillas y su cuerpo han traspasado su temblor a los tabiques del hueco de la escalera y todo el edificio empieza a estremecerse. A trav¨¦s de la obra le llega el grito de la torre: su estructura de acero que se dilata y se encoge, que se retuerce y aplasta, ha dejado escapar una queja de dolor.
Imposible no pensar que un hombre, el funambulista Philippe Petit, fue advertido vagamente por el propio edificio de lo que un tr¨¢gico d¨ªa -que todo el mundo hoy recuerda- suceder¨ªa.
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