Las se?oritas de Avi?¨® y las de Vargas
El bater¨ªa, con la oreja tendida hacia el piano y el contrabajo, suda tinta para mantener la pulsaci¨®n, esa regularidad del ritmo que es el latido cordial de la m¨²sica, pero Charlie Parker se va por las nubes en un vuelo solitario que pone un aleteo libre, off-beat, al orden del cuarteto. Sus colegas han de obstinarse sobre el ritmo para no liarse con el revoloteo de The Bird y caer en el puro ruido. Si lo consiguen, en los ¨²ltimos compases Charlie aterrizar¨¢ sobre el conjunto y la pieza concluir¨¢ con un abrazo para el hijo pr¨®digo.
Con esta met¨¢fora describe Jos¨¦ Luis Pardo la contribuci¨®n de los negros americanos, nietos de esclavos, a la sociedad blanca de los a?os cincuenta, y la irrupci¨®n de una m¨²sica que inesperadamente se iba a convertir en el arco de triunfo de la cultura de masas y que reflejaba en el espejo sonoro la imagen de su propio vuelo marginal, desterrado de la sociedad blanca cuyo grupo r¨ªtmico miraba de reojo los acrob¨¢ticos vuelos off-beat de la poblaci¨®n segregada.
?Puede escribirse un libro de filosof¨ªa a partir de la portada de un disco de los Beatles?
La vieja cultura "divina" sobrevive subvencionada por las administraciones
?Puede escribirse un libro de filosof¨ªa a partir de la portada de aquel disco de los Beatles titulado Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band? Tal es la propuesta de Esto no es m¨²sica (Galaxia Gutenberg), a mi entender la mejor y m¨¢s rica reflexi¨®n que se ha escrito en Espa?a sobre la cultura de masas y el triunfo de la cultura democr¨¢tica m¨¢s all¨¢ del bien y del mal, es decir, m¨¢s all¨¢ de las disputas sobre los valores "t¨¦cnicos" (en realidad, metaf¨ªsicos) de la obra de arte. Porque este libro tambi¨¦n trata de la inversi¨®n que Nietzsche le dio a Plat¨®n al ponerlo patas arriba para poder acceder a un juicio sobre los valores ¨¦ticos "m¨¢s all¨¢ del bien y del mal".
Antecedente: ?cu¨¢l es la garant¨ªa del valor de una obra de arte? Desde el paleol¨ªtico y hasta la revoluci¨®n francesa, su valor estaba garantizado por las divinidades a trav¨¦s de sus representantes naturales (o sea, de sangre) en esta tierra. La opini¨®n p¨²blica no exist¨ªa porque no hab¨ªa tal cosa como un p¨²blico. De una parte estaban los int¨¦rpretes del mandato divino, nobles o cl¨¦rigos, y a su vera los expertos que encargaban o realizaban piezas excepcionales para un escenario ¨²nico, el palacio, la iglesia, el monasterio. La divinidad sobrevolaba la producci¨®n para impedir que emergiera cualquier elemento de ruptura que distrajera al grupo r¨ªtmico coronado y sus expertos.
Este acuerdo entre hombres y dioses termina con el nacimiento de una nueva era llamada "burguesa", "democr¨¢tica" o "tecnol¨®gica", en la que el valor de la obra de arte ya no est¨¢ garantizado por la divinidad. En apenas doscientos a?os, los expertos asesores de la divinidad son desplazados por la clientela, un oc¨¦ano de gotas indistinguibles, pero caprichosas, a las que
hay que adivinar los deseos. En pocos decenios, las masas elegir¨¢n alegremente, amoralmente, incluso en ocasiones criminalmente, sus obras de arte, sordos al aullido dolorido de las divinidades muertas.
Ante semejante situaci¨®n, los herederos de la tradici¨®n divina sufrieron un desconcierto notable. En su mayor¨ªa se defendieron atacando el arte popular, la cultura de masas, la "industria cultural", como la denomina el muy conservador Th. Adorno, aunque unos pocos comenzaron a ver en ella un instrumento de liberaci¨®n de los desvalidos, un medio de expresi¨®n de los marginados, como el m¨¢ximo optimista W. Benjamin, aunque, eso s¨ª, contando con el barullo caracter¨ªstico de todo lo popular, donde los sacamuelas y los trileros se disfrazan de poeta l¨ªrico o de inspirado sinfonista sin que el ¨¦xito comercial permita discriminar entre tah¨²res y ¨¢ngeles.
Cuando J. L. Pardo estudia la c¨¦lebre portada de Sgt. Pepper's se introduce en el bullicio de la cultura de masas. En ese zoco, figurado en la portada del disco, se entrecruzan los personajes m¨¢s contradictorios en despreocupada bacanal de cuerpos y mentes. Las parejas art¨ªsticas son escandalosas. Stockhausen con Mae West, Einstein con Marilyn, y Picasso con una pin-up de las que Vargas pintaba para la revista Squire y que los soldados de la guerra de Corea pegaban en sus petates. Esta nivelaci¨®n, sin embargo, tiene un precedente augusto: el sonido de una trompa venatoria que avisaba de la inminente llegada de una manada de caballos al galope. Cuando Nietzsche vendi¨® sus acciones de Wagner y compr¨® valores barat¨ªsimos como Las bodas de Luis Alonso, La Gran V¨ªa y Carmen la de Bizet, estaba apostando por una riqueza nueva que m¨¢s tarde producir¨ªa mercanc¨ªas como West Side Story, Michael Jackson, Garc¨ªa M¨¢rquez o la trilog¨ªa de El Padrino de Coppola.
Para Nietzsche la cultura de masas no era el equivalente, sino la verdad de la cultura divina. Lo superficial adquir¨ªa rango de fondo firme y el fondo firme se transparentaba en las aguas del r¨ªo masivo.
Pardo pone fecha a la cristalizaci¨®n de la inversi¨®n plat¨®nica cuando el 24 de enero de 1962 Brian Epstein elev¨® a los Beatles de The Cavern, su tugurio originario, al mundo solar, en un ascenso semejante al de la mercanc¨ªa desde los Pasajes hasta los actuales malls. El arte de masas, bastardo representante de la soberan¨ªa popular, le hab¨ªa cortado la cabeza al elevado arte nacional de la identidad (p¨¢gina 89) y se hab¨ªa hecho con el poder.
El desarrollo de esta revoluci¨®n que hizo espect¨¢culo de la siempre precaria soberan¨ªa del pueblo (en vuelo libre sobre el doctrinarismo de sus representantes oficiales) ocupa 500 p¨¢ginas que incluyen imprescindibles cap¨ªtulos sobre la ¨²ltima camada de la cultura divina, ahora ya oculta bajo los harapos del pueblo. Antiguos arzobispos y marqueses se visten las sayas y calzan las abarcas del populus. En los a?os sesenta, Bataille, Foucault y Deleuze, as¨ª como algo m¨¢s tarde la recepci¨®n americana de Derrida, trataron de salvar la aristocracia cultural disfraz¨¢ndola de loco, af¨¢sico, insensato, asesino serial o s¨¢dico sexual. Como si el antiguo escenario principesco pudiera subsistir al sacrificio del significado convertido en un balbuceo, una catarata de significantes libres, renovaci¨®n del Trauerspiel benjaminiano. La tentativa era desesperada y noble, pero estaba condenada a la nebulosa de lo transitorio y la tesis doctoral.
?Deplorable? La fenomenal revoluci¨®n que ha intercambiado el original por el simulacro no puede remediarse mediante la nostalgia melanc¨®lica de un regreso a la cultura divina, entre otras razones porque ese resto melanc¨®lico hoy vive subvencionado por la administraci¨®n. La cultura de la aristocracia ilustrada es ya, a su vez, otro simulacro financiado por todas las instituciones del poder. Convertida en un ornamento del Estado, la "alta cultura" enfrenta su agitada ancilaridad burocr¨¢tica con el coloso de la cultura de masas, el cual, distra¨ªdo por innumerables demandas, se olvida de destruirla.
Tarde o temprano la vieja cultura principesca reconocer¨¢ que tiene su verdad fuera de s¨ª y del mismo modo que Mozart, Beethoven, Stravinsky, Berg y Bela Bart¨®k a¨²n se sujetaban al cord¨®n umbilical de la cultura popular con los bailes de criadas y soldados, las canciones de taberna y cabaret, las novelas del coraz¨®n y de princesas, as¨ª tambi¨¦n los supervivientes de la alta cultura se vestir¨¢n de majos y pasar¨¢n a codearse con rateros, carteristas y camellos para sobrevivir a su inexorable decadencia.
Pocas veces se han reunido tantas ideas y tanta inteligencia en tan reducido n¨²mero de p¨¢ginas. El lector se descubre a s¨ª mismo volando en una especulaci¨®n libre, mientras el texto de Pardo contin¨²a por abajo con su regular y fascinante cadencia r¨ªtmica. Sin duda he traicionado sus ideas, pero tras una segunda lectura conf¨ªo aterrizar sobre esos compases finales en los que el piano, el contrabajo y la percusi¨®n alargan las notas con los ojos cerrados y un cabeceo de placer, buscando remanso para el p¨¢jaro loco.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
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