Historias lejanas
1
- Hace muchos a?os, dorm¨ª una noche en la casa de Carlos Barral en Calafell. Es una historia ya lejana. Dorm¨ª en un sof¨¢ de la sala de estar de la planta baja, cerca de la chimenea y de la puerta de entrada. Cuando hace tres a?os supe que la casa de Yvonne y Carlos Barral se hab¨ªa convertido en Casa Museo, record¨¦ que hab¨ªa dormido all¨ª, y me lleg¨® de pronto la conciencia brutal del inexorable paso del tiempo. Parec¨ªa casi incre¨ªble, pero hab¨ªa vivido lo suficiente como para haber dormido en lugares que ahora ya eran museos.
Luego, un d¨ªa, vi la casa de los Barral en la televisi¨®n, y vi el sof¨¢, y supe que se hac¨ªan all¨ª visitas que se programaban desde el Ayuntamiento. No s¨¦ por qu¨¦ el resto de aquel d¨ªa me pareci¨® dominado por una extra?a furia que parec¨ªa estar despojando de sus colores a las cosas. Por la noche, despert¨¦ algo alterado creyendo que dorm¨ªa en el sof¨¢ de los Barral y los visitantes del museo me miraban como muertos vivientes. Completamente ya despierto en mitad de la noche, me dio entonces por pensar que la literatura no ten¨ªa ninguna relaci¨®n con la realidad, y que para confirmarlo bastaba el ejemplo de la casa de Calafell y sus visitas programadas. Qu¨¦ lejos estaba la literatura de Barral de esas visitas y del sof¨¢ convertido en pieza de museo y del reportaje de televisi¨®n que hab¨ªa visto por la ma?ana. Viendo aquel reportaje, me hab¨ªa parecido observar que en realidad la literatura, por muchos esfuerzos que se hagan, nunca podr¨¢ aparecer en la televisi¨®n. Esto, sin ir m¨¢s lejos, ya lo hab¨ªa notado cuando los de TV-3 fueron a la feria del libro de Francfort y ya desde el primer momento vi que la literatura no aparecer¨ªa en sus im¨¢genes. Es m¨¢s, vi que no sab¨ªan d¨®nde encontrarla y filmarla, d¨®nde estaba ni qu¨¦ era. Y tambi¨¦n que no ten¨ªan la menor relaci¨®n con ella. La buscaban por todos los pabellones de la feria y acababan plantando la c¨¢mara ante lo primero que les parec¨ªa que pod¨ªa ser literatura: un dibujante de c¨®mics firmando libros, un cineasta que hab¨ªa adaptado novelas, una se?ora que le¨ªa a Jordi Pujol.
Pero la literatura siempre ha tenido su autonom¨ªa plena y su propio sentido, sus relaciones, su coherencia ¨ªntima y un c¨®digo interno infinitamente serio. Y tiene una casa propia en un lugar extra?o, que no se parece al museo de Calafell ni a la feria de Francfort, sino a ese palco parecido a un sof¨¢ que hay en el gran teatro de Oklahoma del que nos hablara Kafka; un palco que, por poco que miremos bien, acabaremos descubriendo que no es exactamente un palco, sino el escenario mismo: un escenario con una balaustrada que avanza en amplia curva hacia el vac¨ªo.
2
- Historia lejana: un escritor muy famoso la semana pasada.
3
- La velocidad de las cosas, que dir¨ªa Rodrigo Fres¨¢n. Parece que haya transcurrido una infinidad de tiempo desde aquel marzo de 2002 en que, en un ordenador ajeno, sent¨ª que hab¨ªa quedado fascinado por Internet o, m¨¢s concretamente, por el narrador de historias que se ocultaba en el buscador de Google. ?Qui¨¦n iba a dec¨ªrmelo a m¨ª, que tanto me hab¨ªa resistido a la Red? Entr¨¦ distra¨ªdamente en Google para buscar un dato trivial sobre Pablo Neruda y no tard¨¦ en encontrarme con un conocido suyo, un raro, el argentino Omar Vignole, un hombre que se pas¨® media vida paseando con una vaca por la calle Florida de Buenos Aires, dedicado a escandalizar con sus discursos callejeros. Navegando por la constelaci¨®n del fil¨®sofo de la vaca (as¨ª le llamaban) fui a parar a otro desconocido, el escritor argentino Ra¨²l Bar¨®n Biza, amigo de Vignole y, al igual que ¨¦ste, ausente de todos los diccionarios, pero con presencia en la Red. Me adentr¨¦ entonces en el relato extra?o de la vida delirante de Bar¨®n: sus primeras nupcias con la aviadora extranjera que acab¨® mat¨¢ndose en la finca familiar, el alto monumento funerario construido en su honor, los tres hijos de su segundo matrimonio, la brutal secuencia del d¨ªa en que desfigur¨® la cara de su mujer con una botella de ¨¢cido y poco despu¨¦s se suicid¨®. A¨²n estaba impresionado por el desenlace de aquella biograf¨ªa que abundaba en historias tremendas cuando descubr¨ª que el tercer hijo de ese segundo matrimonio, Jorge Bar¨®n Biza, hab¨ªa publicado en 1999 un libro, El desierto y su semilla -de reciente publicaci¨®n, por cierto, entre nosotros, en 451 editores-, donde narraba con gran talento literario c¨®mo fue reconstruido el rostro de su madre.
Tal era la familiaridad que hab¨ªa ido adquiriendo con los Bar¨®n Biza que qued¨¦ impresionado cuando supe que el autor de El desierto y su semilla -al que algunos hab¨ªan comparado con Joyce y Proust- no hac¨ªa mucho que se hab¨ªa suicidado arroj¨¢ndose desde su apartamento en la C¨®rdoba argentina. Sorpresa, conmoci¨®n. Apenas acababa de conocer su existencia cuando se me hab¨ªa ya matado. Apagu¨¦ el ordenador ajeno con la sensaci¨®n de que con mis entradas en el buscador de Google me hab¨ªa ido construyendo a la carta el gui¨®n de una rara pel¨ªcula, de una apasionante historia real. Al d¨ªa siguiente me compraba un ordenador, Internet por m¨®dem v¨ªa tel¨¦fono y Windows 98. Pero todo esto es hoy memoria extra?amente ya muy lejana. Y raro es decirlo, pero siento que respiro con una pulsi¨®n constante de lejan¨ªa, como si viviera a finales del XXI. Y es que todo, incluso lo m¨¢s moderno, se me vuelve enseguida antigualla y recuerdo bien lejano. Je me souviens d'internet, que dir¨ªa Perec. Podr¨ªa yo perfectamente decir lo mismo.
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