Bar?a-Madrid
"No hay pela en el mundo que pueda comprar la dignidad", advert¨ªa el pasado s¨¢bado, por la radio, un seguidor del Barcelona alarmado por la noticia de que en ciertos pa¨ªses isl¨¢micos se hab¨ªa eliminado la cruz de Sant Jordi del escudo del club; ser¨¢ para vender m¨¢s camisetas, hab¨ªa insinuado alguien, y de ah¨ª la reacci¨®n indignada del aficionado: hay cosas que no se compran con dinero.
Por ejemplo, la tradici¨®n. Puede inventarse, pero no comprarse. El escudo del Barcelona est¨¢ abarrotado de s¨ªmbolos. Adem¨¢s de un bal¨®n y de la cruz de Sant Jordi, que viene del estandarte de la ciudad, figuran en sus cuarteles respectivos las cuatro barras de la bandera catalana y las franjas azul y grana de la camiseta del equipo. Estos colores llegaron a reemplazar a los de la prohibida senyera durante la dictadura de Primo de Rivera, seg¨²n Gabriel Colom¨¦, y esta "sustituci¨®n simb¨®lica" se reprodujo durante el franquismo. ("Conflictos e identidades en Catalu?a", en F¨²tbol y pasiones pol¨ªticas. S. Segurola, 1999). No es muy conocido que esos colores que llegaron a identificarse con la nacionalidad catalana son los de la ense?a del cant¨®n suizo en que hab¨ªa nacido Hans Gamper, fundador del club.
Los primeros socios y jugadores eran extranjeros y, seg¨²n la tesis de Agust¨ª Rodes sobre Los fundadores del FC Barcelona, lo que un¨ªa al grupo inicial de ingleses, suizos, escoceses y alemanes era su religi¨®n protestante. El otro gran club de la ciudad se llam¨® Espa?ol no por oposici¨®n a catal¨¢n sino a extranjero, y en sus primeros a?os se fusion¨® con otro equipo local, el Catal¨¢n FC. La identificaci¨®n del Bar?a con el catalanismo es muy posterior y tom¨® fuerza durante (o inmediatamente despu¨¦s de) las dos dictaduras del siglo XX. Jordi Pujol escribi¨® en 1976 que el Bar?a es, como Montserrat, "una reserva a la que acudir cuando las fuentes normales se secan y las puertas se cierran".
El Barcelona tiene ahora un presidente nacionalista que permite que en el estadio se exhiban banderolas gigantescas que proclaman en ingl¨¦s que Catalu?a "no es Espa?a": una ofensa gratuita a los muchos miles de seguidores del equipo en otras comunidades, y una incoherencia respecto a la tradicional presencia de jugadores no catalanes, espa?oles o extranjeros, en la plantilla: el futbolista que ha jugado m¨¢s partidos con la camiseta azulgrana es el malague?o Migueli, y los jugadores m¨¢s representativos de la historia del club son, junto a Samitier, Kubala y Cruyff. Pero siempre, especialmente desde el conflicto suscitado por el fichaje de Di St¨¦fano, en 1953, la identidad blaugrana se ha afirmado frente al Real Madrid.
Esa rivalidad es una proyecci¨®n de la existente en otros terrenos. Por los a?os en que naci¨® el catalanismo pol¨ªtico, a comienzos del siglo XX, en Barcelona, que ten¨ªa m¨¢s de medio mill¨®n de habitantes, se viv¨ªa como una humillaci¨®n una "ordenaci¨®n estatal que les colocaba en la misma relaci¨®n de dependencia hacia Madrid que cualquier capital de provincia de 15.000 habitantes" (J. Romero Maura. La Rosa de Fuego. 1989).
Esa tradici¨®n ha dado pie a leyendas como aquella que atribu¨ªa a Franco haber limitado las matriculaciones de coches en Barcelona para que no superasen las de Madrid. En compensaci¨®n, los nacionalistas catalanes reclamaron hace poco, y estuvieron a punto de conseguir, que se cambiaran las matr¨ªculas de todos los coches de Espa?a para que se incluyera en ellas el nombre de cada autonom¨ªa. Har¨¢ cuatro a?os, Teresa Comas, mujer de Carod-Rovira, tras visitar por primera vez Madrid, declaraba que su independentismo se hab¨ªa reforzado al ver lo bien que funcionaba el metro de la capital, en contraste con el de Barcelona.
El nacionalismo catal¨¢n se ha caracterizado tradicionalmente por intentar ligar la identidad, lo ideol¨®gico, con los bienes terrenales. Un ejemplo actual ser¨ªa la pol¨¦mica sobre las balanzas fiscales. Aunque se insiste en que los resultados dependen de la metodolog¨ªa empleada, no ser¨ªan en ning¨²n caso muy diferentes de los del reciente estudio del BBVA, seg¨²n los cuales la diferencia entre lo aportado y lo recibido del Estado es en Madrid el doble que en Catalu?a; lo que no impide a la econom¨ªa madrile?a ser la m¨¢s pr¨®spera y din¨¢mica de Espa?a.
Esto ultimo ha desconcertado un tanto a algunos pol¨ªticos catalanes que llevan a?os atribuyendo el (relativo) estancamiento de la econom¨ªa catalana a la insuficiente inversi¨®n del Estado, lo que habr¨ªa creado un d¨¦ficit en infraestructuras (de comunicaci¨®n, sanitarias), causa a su vez de cuellos de botella en el desarrollo. Existe consenso en admitir que ese d¨¦ficit inversor es real, aunque no tanto en aprobar reacciones al mismo como la manifestaci¨®n del 1 de diciembre por el "derecho a decidir", con la matizaci¨®n "sobre las infraestructuras"; que es como tirarse al abismo con paraca¨ªdas.
Plantear los problemas en esos t¨¦rminos, a la vasca pero con cautela, conduce a la melancol¨ªa y a la pasividad: a la ya probada abstenci¨®n de la mayor¨ªa, que deja el espacio libre para la minor¨ªa audaz y demag¨®gica. Cuando no hay motivo para ello: los catalanes no tienen problemas graves, fuera de la lesi¨®n de Messi, y ¨¦se es superable en cuatro o, como mucho, cinco semanas.
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