El nuevo orden de las cosas
El Museo d'Orsay recupera el realismo agresivo del suizo Ferdinand Hodler
Ferdinand Hodler (1853-1918) es un pintor suizo cuya fama apenas ha cruzado la muralla de los Alpes. Si en los museos de su pa¨ªs -en Ginebra, Berna, Z¨²rich, Basilea, Winterthur, etc¨¦tera- o en las casas de sus compatriotas se encuentran telas de Hodler, pocos son los museos extranjeros -en Par¨ªs, el Museo d'Orsay tiene tres obras suyas, en Alemania est¨¢ representado en la Staatsgalerie de Stuttgart- que las poseen.
Por eso una retrospectiva dedicada a Hodler es un acontecimiento y hay que aprovechar la oportunidad que nos ofrece el Museo d'Orsay de descubrir reunidas m¨¢s de 80 de sus pinturas hasta el 3 de febrero pr¨®ximo.
Para Hodler, Par¨ªs fue la ciudad de su consagraci¨®n. Su gran composici¨®n simb¨®lica, La nuit (1891), en la que el pintor aparece desnudo, tendido, siendo pose¨ªdo por una figura enlutada que es dif¨ªcil no identificar con la muerte, y entre otras parejas, tambi¨¦n desnudas, y compuestas por personajes perfectamente reconocibles en la ¨¦poca, entre ellos la esposa y la amante de Hodler, provoc¨® un esc¨¢ndalo en Ginebra, pero fue acogida con grandes elogios en la capital francesa, entre ellos el de Puvis de Chavannes, artista que Hodler hab¨ªa escogido como referencia.
Si Puvis tiende a idealizar, Hodler es de un realismo agresivo. La composici¨®n es abiertamente simb¨®lica, busca la esencia casi abstracta de lo representado, pero el trazo es preciso y potente. Frente a la minuciosidad de unos impresionistas empe?ados en capturar el instante, los simbolistas pretenden dar a la pintura una significaci¨®n espiritual. Eso no comporta un estilo com¨²n -entre Hodler, Gustave Moreau y Odilon Redon, por ejemplo, no hay afinidades en un plano estrictamente formal-, pero s¨ª un discurso concomitante en el que el erotismo se hace m¨ªstico, en el que los personajes se funden con la naturaleza y ellos y los paisajes son portadores de otro mensaje que el de su mero parecido.
La misi¨®n que Hodler se fija en tanto que artista -"expresar el elemento eterno que existe en la naturaleza, a saber, la belleza"- tiene como objetivo ¨²ltimo "revelar un nuevo orden de las cosas" cuya percepci¨®n "ser¨¢ bella gracias a la idea de conjunto que se desprender¨¢ de ella". Las figuras humanas aparecen a menudo al margen de cualquier signo de temporalidad, envueltas en t¨²nicas o ropajes que se quieren eternos. "Lo que hace que todos seamos uno es m¨¢s importante que lo que nos diferencia", dice para explicar su preferencia por una cierta repetici¨®n de recursos -"la repetici¨®n de formas parecidas"- en su b¨²squeda de "una unidad poderosa, de una armon¨ªa religiosa".
La comuni¨®n con la naturaleza, a menudo convertida tambi¨¦n en unas pocas l¨ªneas, en un ritmo de nubes que se superpone a la l¨ªnea del horizonte, es tan obsesiva como dram¨¢tica es su cr¨®nica visual de la enfermedad y muerte de una amiga, Valentine, de la que realiza casi 200 dibujos y pinturas mostrando los estragos del tumor, una serie que alterna con otra no menos impresionante de vistas del lago Leman.
El Museo d'Orsay lleva a?os explorando la cara menos conocida del arte de la segunda mitad del XIX y principios del XX. Por sus salas han desfilado el polaco Jacek Malzewski, el dan¨¦s Willumsen o el franc¨¦s Maurice Denis, todos ellos emparentados con el movimiento simbolista en un momento o a lo largo de su vida. Las exposiciones citadas -o la actual y la dedicada al impresionista holand¨¦s Jongkind- abren la puerta a una revisi¨®n en profundidad de otros movimientos o temas. ?Para cu¨¢ndo la llamada pintura de historia?
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