El atentado obliga a Bush a cambiar de estrategia en la regi¨®n
La muerte de Bhutto deja a Washington sin su principal baza para el futuro
Sentado sobre un volc¨¢n que puede llevarse por delante toda su estrategia contra el terrorismo y el radicalismo isl¨¢mico, el presidente George Bush intentaba ayer responder, con m¨¢s angustia que decisi¨®n, a la incertidumbre mundial por las consecuencias del asesinato de la ex primera ministra de Pakist¨¢n, Benazir Bhutto.
Un Bush circunspecto apareci¨® ante los periodistas, apenas unos 40 segundos, en su casa de Crawford (Tejas), donde pasa las vacaciones de Navidad, para expresar sus condolencias por la muerte de Bhutto, pedir que los responsables del crimen sean llevados ante la justicia y prometer que "Estados Unidos estar¨¢ al lado del pueblo paquistan¨ª en su lucha contra las fuerzas del extremismo y del terror".
Muy poco para lo que circunstancias tan dram¨¢ticas exigen del l¨ªder de la naci¨®n, sin duda, m¨¢s involucrada en el destino de Pakist¨¢n y de toda la regi¨®n. Pero un mensaje suficiente si se comprende la complejidad de la crisis que Estados Unidos tiene entre manos.
La desaparici¨®n de Benazir Bhutto deja a Estados Unidos sin su baza predilecta para la construcci¨®n de un Pakist¨¢n democr¨¢tico, laico y firme contra Al Qaeda y el integrismo. Washington hab¨ªa trabajado durante mucho tiempo para permitir el regreso de Bhutto a su pa¨ªs en octubre pasado y, desde entonces, no ha cesado, a trav¨¦s del secretario de Estado adjunto para la regi¨®n, Richard Boucher, de tejer cuidadosamente los hilos de un delicado pacto entre ella y el presidente paquistan¨ª, Pervez Musharraf. Ese plan que, aunque dolorosamente, iba obteniendo sus frutos y deber¨ªa concluir con la celebraci¨®n de elecciones el mes pr¨®ximo, se ha visto abortado por el asesinato de Bhutto. Estados Unidos est¨¢ ahora obligado a reconstruir su estrategia desde cero.
Pakist¨¢n es un pa¨ªs fundamental para los intereses norteamericanos porque, desde los tiempos de la guerra contra la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n, es el territorio en el que encuentran refugio y adiestramiento los combatientes isl¨¢micos que entonces lucharon contra el comunismo y despu¨¦s contra Estados Unidos. En ¨¢reas de la frontera afgano-paquistan¨ª se supone escondido Osama bin Laden y all¨ª operan tambi¨¦n otros grupos radicales que promueven el terrorismo contra Occidente y que, para completar el amenazante cuadro, podr¨ªan intentar acceder al arsenal nuclear que Pakist¨¢n posee desde hace casi dos d¨¦cadas.
En un escenario tan decisivo para la suerte de la guerra global contra el terrorismo, EE UU manten¨ªa un dif¨ªcil equilibrio entre su apuesta de futuro a favor de Bhutto y su apoyo presente a Musharraf, hasta hace unos d¨ªas jefe del Ej¨¦rcito, como instrumento imprescindible a¨²n para frenar a los extremistas. Es decir, Washington apoyaba tanto a la persona que promov¨ªa el cambio y la democratizaci¨®n como al hombre que imped¨ªa ambas cosas. Apoyaba tanto a la v¨ªctima del crimen ocurrido ayer como a quien las masas enardecidas en Pakist¨¢n se?alaban ya como el ¨²ltimo responsable.
Ahora, seguramente, se ha quedado sin ambos. A la p¨¦rdida de Bhutto se une el descr¨¦dito, ya irrecuperable, de Musharraf.
Hasta ayer, Bush se las hab¨ªa ingeniado para mantener el respaldo a Musharraf pese a todas las dudas sobre sus prop¨®sitos y su lealtad, especialmente tras la declaraci¨®n del estado de emergencia en Pakist¨¢n en noviembre pasado. Los dem¨®cratas en el Congreso han exigido a Bush un mayor control sobre el comportamiento de Musharraf y sobre la ayuda que tan generosamente Washington env¨ªa cada a?o a Pakist¨¢n, cerca de 10.000 millones de d¨®lares desde los atentados del 11-S.
Desv¨ªo de fondos
La semana pasada, Bush consigui¨® del Congreso un nuevo paquete de ayuda de 300 millones de d¨®lares para Pakist¨¢n, pero condicionada a que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, -vital en el mantenimiento del equilibrio que ahora se quiebra-, certifique que se est¨¢n produciendo en aquel pa¨ªs los necesarios avances hacia la democracia.
Tambi¨¦n la semana pasada, despu¨¦s de conocerse que el Ej¨¦rcito paquistan¨ª estaba desviando fondos destinados a la lucha contra el terrorismo para invertirlos en la inestable frontera con India, el Congreso impuso que, a partir de ahora, la ayuda militar a Pakist¨¢n est¨¦ vinculada a la certificaci¨®n de que es usada en el combate a Al Qaeda.
Toda esa ayuda puede resultar ahora insuficiente para contener a los grupos radicales que, alentados por el asesinato de Bhutto, pueden intentar la completa desestabilizaci¨®n de Pakist¨¢n y, como consecuencia, un cambio decisivo en el balance de fuerzas en el vecino Afganist¨¢n y qui¨¦n sabe si en todo Oriente Pr¨®ximo.
El 8 de enero, Bush empieza un viaje a esa regi¨®n que se supon¨ªa certificar¨ªa un cambio de rumbo positivo despu¨¦s de a?os tormentosos. Ese viaje iba a coincidir, precisamente, con las elecciones en Pakist¨¢n, que quiz¨¢ ahora ni siquiera se celebren. Ese viaje es ahora una prueba de fuego sobre el liderazgo norteamericano en un momento crucial para el mundo.
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