El icono basura
La l¨ªnea est¨¦tica es la de un desnudo maduro: con alg¨²n pliegue de m¨¢s, con cicatrices, pero con car¨¢cter. Arquitect¨®nicamente se lee como un vac¨ªo. Puede parecer inacabado, una obra en marcha o maltrecha ya con fluorescentes desnudos, desconchados en las paredes, parches met¨¢licos y migajas de antiguos esplendores. La voluntad, sin embargo, es la de renacer. Se trata de reconvertir, de rehabilitar con lo justo. El objetivo es conseguir espacios flexibles, radicalmente transformables. Y la clave: apostar por lo indefinido y lo sostenible, dos de los criterios que est¨¢n marcando nuestros d¨ªas. As¨ª, el icono basura no es basura, pero parte de poco m¨¢s que de un desecho. Su materia prima son los edificios obsoletos, las canteras abandonadas, los mataderos en desuso o cualquier inmueble perif¨¦rico de presencia tan contundente como, a veces, molesta.
Los arquitectos franceses Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal podr¨ªan ser los m¨¢ximos representantes de este modo de hacer. Su reconversi¨®n del Palais de Tokio parisiense en un espacio para el arte actual, que se reinaugur¨® sin acabados, con la cafeter¨ªa amueblada con sillas variopintas recicladas y una est¨¦tica okupa, que convert¨ªa la taquilla en una caravana m¨®vil, fue interpretada como una osad¨ªa al principio y como el colmo de la contemporaneidad poco despu¨¦s. El aire precario no era un capricho. Era coherente con la manera de trabajar de unos proyectistas que, en m¨¢s de una ocasi¨®n, han optado por proponer no actuar. O que han recomendado cuidar las instalaciones, en lugar de cambiarlas, como en la plaza de L¨¦on Aucoc de Burdeos. Al tiempo que Lacaton y Vassal daban un paso atr¨¢s para lograr dos pol¨¦micas zancadas adelante, en Londres, una pareja de arquitectos nacidos en los sesenta se hartaba p¨²blicamente del estilo oficial de la vanguardia arquitect¨®nica local: el high-tech. Que un arquitecto brit¨¢nico se atreva a escribir sobre "los sentimientos de las cosas" es poco menos que una revoluci¨®n. As¨ª, Adam Caruso y Peter St. John resultan revolucionarios desde su reivindicaci¨®n del fluorescente y el muro de obra vista. La suya es una est¨¦tica povera, m¨¢s po¨¦tica que reivindicativa. Les preocupa m¨¢s aprovechar lo que hay y encontrarle el lado hermoso que convertirse en los fundamentalistas de los chamarileros. Tampoco esos brit¨¢nicos est¨¢n solos. En Alemania, la apuesta m¨¢s radical por la recuperaci¨®n de los desechos arquitect¨®nicos se ha dado, tal vez, en el paisaje. Peter Latz reconvirti¨® una antigua zona minera de Duisburg en uno de los parques m¨¢s sugerentes de los ¨²ltimos tiempos. Lo hizo limpiando y desnudando, pero sin borrar el pasado del lugar. As¨ª, no esperen amplios jardines ingleses ni sim¨¦tricos planteles franceses. Los hijos de las canteras son parques con pasado industrial y presente social, las naturalezas reinventadas de siempre con un lugar para el pasado que pocos jardines logran mantener. Tambi¨¦n en Espa?a, Antonio Franco y Fabrice van Tesslaar tiraron de ese hilo de restos, imaginaci¨®n y memoria recuperando los techos y los pilares del antiguo matadero de Arganzuela, en Madrid. El resto fue cuesti¨®n de imaginaci¨®n: horadar accesos en paredes de ladrillos, salvar los desniveles con planchas de hierro y explorar los l¨ªmites no ya de la actuaci¨®n sino de la no actuaci¨®n arquitect¨®nica para recuperar la vida de un lugar. El resultado es crudo, duro incluso, pero tambi¨¦n sugerente y tremendamente vers¨¢til. Su aire provisional imprime a este centro y a los jardines, viviendas o comercios que comparten su est¨¦tica inacabada un aspecto curiosamente realista. Y convierte el edificio en una pregunta. En Saint-Nazaire, la visi¨®n urbana de Manuel de Sol¨¤-Morales supo tambi¨¦n adivinar el potencial urbano y social de una zona que, durante a?os, s¨®lo habl¨® de guerra y olvido. Hoy, por fin, Finn Geipel y Giulia Andi han conseguido sacar un centro cultural de la brutalidad del hormig¨®n, el LIFE.
Aunque trata m¨¢s de rehabilitar que de provocar, el icono basura habla alto porque, con frecuencia, resulta pol¨¦mico: los espacios reciclados para unos son una estetizaci¨®n de la pobreza para otros. En esa indefinici¨®n reside parte de su fuerza. Son a la vez antivanguardia y marcadores de tendencia. Rebuscan en el pasado pero su naturaleza es progresista. Su logro es ser radical con pocos medios. Hacen visible una m¨ªnima inversi¨®n. Buscan conectar con la sociedad en constante redefinici¨®n de los j¨®venes, los descontentos, los hastiados del despilfarro y los preocupados por la falta de respuestas. Con el icono basura, lo perif¨¦rico y lo desahuciado vuelven a tener futuro. Las estructuras se mantienen. El resto se despelleja. Los iconos basura se sublevan frente a la tiran¨ªa de lo nuevo y desde el borde de lo ordinario descubren la belleza de lo cotidiano.
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