Otra democracia africana al borde del colapso
El precedente de la guerra civil de Costa de Marfil planea sobre Kenia
Es pronto para saber si estamos ante un brote de violencia, que tender¨¢ a amainar si se encuentra una soluci¨®n r¨¢pida al embrollo pol¨ªtico (nuevas elecciones, gobierno de transici¨®n), o en el inicio de otro conflicto africano. Aunque la quema de la iglesia de Eldoret abarrotada de mujeres y ni?os recuerda a las matanzas que dieron lugar al genocidio de Ruanda en la primavera de 1994, el problema de fondo de Kenia est¨¢ m¨¢s cerca de Costa de Marfil, la Suiza africana de la costa occidental, un modelo de convivencia, turismo y pr¨®speros negocios que en diciembre de 1999 salt¨® por los aires tras un golpe de Estado que deriv¨® en guerra civil.
Como en Costa de Marfil, y en tantos otros pa¨ªses africanos donde las fronteras coloniales obligaron a convivir a tribus enemigas, en el conflicto de Kenia hay un trasfondo ¨¦tnico, que lo explica y lo convierte en extremadamente peligroso.
Desde la independencia del Reino Unido en 1963, la tribu mayoritaria, los kikuyu (22% de la poblaci¨®n), ha gobernado ininterrumpidamente y sin contestaci¨®n. Son los que se han beneficiado del gran crecimiento econ¨®mico del pa¨ªs (cerca de un 6% del PIB) basado en el turismo. A los dem¨¢s les ha tocado el umbral de pobreza.
Las elecciones del 27 de diciembre, tras el p¨¦simo Gobierno de Mwai Kibaki que no cumpli¨® sus promesas de regeneraci¨®n, eran la esperanza y la oportunidad de los luo y otras tribus menores, pues su candidato, el l¨ªder del Movimiento Democr¨¢tico Naranja, Raila Odinga, part¨ªa como gran favorito.
El robo fue de tal magnitud y su escenificaci¨®n de una torpeza tan burda que ha encendido odios y desenterrado machetes y antorchas. El arrabal de Kibera, quiz¨¢ la mayor concentraci¨®n chabolista de ?frica, se ha convertido en campo de batalla entre los luo y los kikuyu, que en los primeros d¨ªas son los que parecen llevar la peor parte, sobre todo en el valle del Rift.
Los disturbios de estos d¨ªas ponen en riesgo la estabilidad de un modelo poscolonial que ha generado una relativa prosperidad (mal repartida) y una ilusi¨®n de calma y seguridad, las suficientes como para que millones de turistas pudieran visitar despreocupados los parques naturales y las playas en busca de aventuras ex¨®ticas. Si Kenia perdiera ahora esa fuente de ingresos, que es la principal en su econom¨ªa, aumentar¨ªa el riesgo de una hecatombe.
No es habitual asistir en ?frica a un traspaso democr¨¢tico y sosegado de poder entre un Gobierno y una oposici¨®n elegida en las urnas. Hay excepciones llamativas como Ghana, Senegal y la m¨¢s reciente de Sierra Leona, donde el proceso estuvo a punto de descarrilar en agosto de este a?o cuando el Gobierno saliente se negaba a aceptar los resultados. La r¨¢pida intervenci¨®n diplom¨¢tica (brit¨¢nica, sobre todo) evit¨® el desastre.
En el ?frica negra, donde conviven modelos tradicionales y estructuras de poder modernas, muchos gobernantes conciben su llegada a la Administraci¨®n como una oportunidad ¨²nica de saqueo, para ellos y para su tribu. La idea occidental de alternancia en el poder queda aqu¨ª desvirtuada como una alternancia en la corrupci¨®n. No es f¨¢cil tener visi¨®n de futuro cuando la esperanza de vida de un africano es la mitad de un europeo.
Kenia, como Sur¨¢frica, es por su capacidad econ¨®mica y ubicaci¨®n geogr¨¢fica un centro de riqueza regional. Las multinacionales las han escogido como sedes para sus negocios, y de ellas parten oleoductos y camiones que alimentan a las econom¨ªas vecinas. Ese papel de agitadores de progreso lo deber¨ªan representar tambi¨¦n pa¨ªses como Nigeria (el m¨¢s poblado de ?frica; m¨¢s de 100 millones) y la Rep¨²blica Popular del Congo. Si Kenia saltara en pedazos, como ocurri¨® con Costa de Marfil, las v¨ªctimas ser¨ªan los kenianos y sus vecinos, muchos de ellos dependientes de la ayuda humanitaria que, como las empresas, eligi¨® la paz de Kenia para sentar sus centros de reparto.
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